Carlos Regojo Solla
Aquel futuro pasado
Dos mil cuarenta y siete.
Desde que que Kubrick fantaseara premonitoriamente en su ínclita Odisea, a ritmo de vals y Zaratustra, con la negrura del espectacular vacío del dos mil uno visto desde el sesenta y ocho, los dos miles, incluyendo el mismísimo dos mil, fueron presentidos como algo en la lejanía que prometía la ilusión de un mundo nuevo inmerso en una modernidad futurista de ciudades con sus calles asépticas, llenas de robots, jardines flotantes, rascacielos convertidos en guías de plantas trepadoras, vehículos aéreos ...
Los años pasaron en un soplo y henos aquí metidos de lleno en aquel futuro pasado que, equivocadamente, a sabiendas o no, muchos comenzamos con aquel fin de año entre el último mil novecientos y el primer dos del milenio que remataba.
- " … ,diez, once y doce. ¡¡ Feliz año nuevo !! -festejábamos todos juntando las copas y escanciando el primer sorbo de cava; todos menos Beatriz que retrasó el momento, pensativa, con su brazo extendido y la copa llena en su mano. Estábamos acostumbrados a valorar sus actitudes, su toma de palabra, sus opiniones, su personalidad arrolladora. Aquel brindis no había valido. Sorprendidos, la miramos.
- ¿ Qué ocurre, Bea ? - le pregunté.
Pausó su respuesta
- Ahora hay que completar los ceros, - respondió solemne ,rompiendo un poco la magia del momento al tiempo que, con gran ceremonia bebía de su copa en solitario, lo cual hizo que todos repitiésemos el brindis.
Por los ceros de Bea – dije
Por los ceros de todos, - puntualizó Bea.
Luego del brindis, tras el comentario de Beatriz, se disparó un batiburrillo de besos y abrazos, buenos deseos, promesas, cálculos y nuevos propósitos de vida, el recuerdo a los ausentes, el cotilleo alrededor de la vida ajena de familia y de algunos conocidos … Todo ello interrumpido por el sonido del teléfono fijo que apenas paraba de funcionar una y otra vez, ( aunque sí ya los había, ninguno de nosotros tenía, por entonces, un artilugio móvil ).
La conversación prosiguió luego fantaseando con situarnos en las décadas siguientes
- Espero llegar al veintiséis – dijo Bea. - Cumpliré los cien – añadió.
-Yo, en el dos mil diez estaré en...
-Pues yo en el "quince" tendré treinta y dos.
- Pues a mí…, me gustará especialmente la primavera del veinte.
Jugábamos con el tiempo como si fuese de nuestra propiedad, errados e ignorantes y soberbios, en la creencia de que aquel número mágico del patito con un remolque de tres ruedas significaba cambio de siglo y milenio y no era así. En realidad, la llegada del 2000 implicaba forzosamente el final del las sucesiones de las magnitudes temporales anteriores (decenio, siglo y milenio) y pertenecía a éstas. Es decir, si uno tiene diez dedos entre las dos manos, no puede decir que el décimo dedo pertenece a una tercera mano ( Acaso Kubrick haya basado el título de su célebre película en esto mismo para indicar y enfatizar el verdadero principio del milenio que nos asiste).
Pero Bea tenía razón, teníamos que cubrir, sino todos, los ceros de las unidades y las decenas ( más, imposible) y era probable que la longevidad demostrada de nuestros ancestros nos permitiesen a todos y cada uno de los presentes acercarnos al centenario, ese sueño "in mente" que deseamos unos a otros como meta, pese a los augurios del adventismo de puerta, a los vaticinios mayas y otros finales agoreros prescritos para el futuro.
Bea se quedó en el camino recién iniciada la segunda decena, cercana a los ochenta y ocho. Lupe arañó el centenario personal cumpliendo así con la fortaleza genética de la familia. El resto, más joven entonces, cabalga por distintos senderos, desde la treintena alta a la cincuentena; y yo, un poco mayor que éstos últimos, llegada ya aquella primavera del veinte cuyo deseo manifesté aquel fin de año, tan lejos ya; conseguido aquel futuro, espero con ellos, a un cuarto escaso de siglo, en un extraño mundo de ficción, secuestrado por una realidad que solo atribuía a la imaginación de Flah Gordon, yo espero, repito, seguir disfrutando del viaje por el recorrido mágico de esa cifra abierta, con esperanza en la posibilidad de escalar esa inmensa cifra de los dos miles, a ser posible todos ellos.