Manuel Pérez Lourido
Caminatas, por fin
Caminar. Ese era el deporte que servidor practicaba hasta el cautiverio. Cada ser humano tiene sus cosas: Jeanette es rebelde, Julio Iglesias es un truhán y un señor, Raphael es aquel, el que te espera, el que te sueña. Mari Trini no era esa que tú te imaginas. Y yo camino. Lo hago a mi manera, como todos los "walkers", que somos una raza distinta a los "runners". Nuestro más egregio representante es Mariano Rajoy, "el expreso de Sanxenxo", un yonqui de las caminatas al que no detiene ni el estado de alarma. A los demás walkers sí que nos mandó al dique seco la cuarentena. Mes y pico sin poder cortar el aire con nuestro paso raudo y a la vez desenfadado, veloz pero sin pasarse, intenso pero esquivando excesos. Y este sábado, por fin, nos sacaron a la calle. Nos dieron una hora a walkers, runners y bikers. Nos soltaron como si fuésemos chuchos.
Y llegó el sábado. La calle es mía (¿de qué me suena a mi esta frase?). La ruta, concienzudamente estudiada durante los días precedentes, conduce al extrarradio de la ciudad, hacia el monte, adonde tira la cabra según el refrán. El cronómeto en la muñeca, el móvil en el bolsillo por si se hace necesario solicitar asistencia sanitaria, que será recibida con aplausos, solo faltaría. Zapatillas deportivas, calcetines, camiseta informal (como si las hubiese formales), chandal curtido durante el confinamiento. Los walkers tenemos unos rituales especiales que ayudan a fijar nuestra esencia y a distinguirnos de los submarinistas, por ejemplo, que se ponen otras cosas. Ustedes no verán una foto de Rajoy en plena caminata, brazos en ristre, rictus de atleta, con una bombona de oxígeno a la espalda. O con gafas de buceo. O puede que sí, aún no lo hemos visto todo.
La diferencia sustancial entre un runner y un walker se establece tempranamente, justo en el arranque de su actividad. El runner es un ansias que no aguanta la presión y se echa a correr desde el primer momento, mientras que el walker se pone a caminar como si tal cosa. Y no hay quien lo convenza de convertir su caminata en carrera. El walker de auténtica raza no necesita correr para demostrar nada ni le dan la piernas y los pulmones para hacerlo, tampoco. Es más fácil que un runner convierta su carrera en caminata, al menos durante unos minutos, para recobrar el aliento o recoger un billete de 10 euros del suelo, que a un walker se le de por echarse a correr, salvo que se cruce con gente a la que debe algo o lo persigan amantes del reguetón con un radio-cassete a todo volumen.
Con todas estas premisas sobre la mesa, salió un servidor a caminar el sábado pasado, dispuesto a no parar durante una hora, o mejor dicho, media, ya que había que regresar al confinamiento. Me hubiera gustado contar con un carnet de walker, debidamente sellado por la federación pertinente, por si acaso me tropezaba con la guardia civil, o bien esta conmigo, y me confundían con un simple paseante que se estaba escaqueando de la cuarentena. ¿Qué podría decirles para convencerlos de que estaba practicando un deporte? No les iba a decir "soy como Mariano Rajoy", porque iba a quedar un poco extraño, a la par que ambiguo. Aunque siempre podía echarme a correr un rato, hasta que pasasen de largo, y luego tirarme en la cuneta otro rato, con la lengua fuera, hasta recobrar el aliento. Ahí, debajo de la lluvia, en suelo probablemente enlamado. Si me los encontrase a cada poco, estaría inventado el híbrido walker/runner y acabando con mi salud. Son delirios de caminante que lleva mes y pico encerrado, qué le vamos a hacer.