Kabalcanty
Después de la formación del espíritu nacional (Y parte 8ª)
Tras la muerte de Franco, se formó el llamado Consejo de Regencia asumiendo la jefatura del Estado y nombrando rey al todavía príncipe Juan Carlos I de Borbón. Como presidente de ese gobierno transitorio se nombró de nuevo a Carlos Arias Navarro, que ya lo fue en el último tiempo de la dictadura. La Transición democrática, así llamada a esa época de incertidumbre política, fue un periodo lleno de suspicacias, reuniones secretas, nombramientos fallidos y efectivos, que tenían en vilo a todos los nostálgicos del régimen dictatorial además de a la clase militar que desconfió largamente de la vuelta a las libertades. Ante la imposibilidad de llegar a un avance democrático con un presidente franquista, Arias Navarro tuvo que dimitir en breve de su cargo bajo mandato expreso del nuevo rey. Le sustituyó quién iba a ser pieza fundamental en la restauración de las libertades del pueblo: Adolfo Suárez, a pesar de su pasado cercano a instituciones franquistas. Este político, poco conocido por todos, no sólo demostró su entereza y habilidad para concordar partidos políticos opuestos diametralmente y suavizar la tensión, sino que, años más tarde, cuando los salvapatrias creyeron ofendida la dignidad española intentando un golpe de estado militar (visiblemente comandado por el cabeza de turco el teniente coronel de la Guardia Civil Tejero) tuvo los redaños de mantenerse fiel a sus ideas democráticas, a la par que el teniente general Gutiérrez Mellado, a pesar de las balas que lanzaban, indiscriminadamente, los golpistas en el Congreso de los Diputados. Adolfo Suárez se convertiría en el primer presidente democrático español del nuevo periodo en las elecciones de junio de 1977.
Estrenado el año 1976 mi vida se iba a politizar. Mis amigos accedían a la universidad y con ello, algunos de ellos, tomaban posturas diferentes políticamente. El ambiente universitario, en aquellos años de transición, era tan convulso como en las calles o en los círculos políticos. Ese contacto con las nuevas ideas revolucionarias que mis amigos recogían de la universidad, me llegaban de forma torrencial. Yo seguía con mi trabajo familiar, más peor que mejor, y esas nuevas ideologías fueron convirtiendo mi cotidianidad en militancia.
Si bien mi adhesión a la izquierda más radical fue por motivos meramente literarios en un principio, mi forma de pensar, de racionalizar ideas sociales, iba a cambiar muy significativamente. Me afilié a la LCR ya que uno de mis amigos, Benito, el más antiguo de ellos, me comentó que por la universidad se oía que esos comunistas jóvenes (aunque el Partido Comunista de España se legalizó en abril de 1977, en al año anterior ya había grupúsculos que profesaban ese credo) buscaban valores literarios para desplegar su ideología. No es que mis escritos rebosaran esa doctrina, sin embargo me pareció oportuno meter cabeza para crecer como escritor. Y no me equivoqué.
El grupo literario que se hacía cargo de publicar mensualmente la revista "El paseante del socialarte" era de todo menos radical. Antonio Jimeno Bles, su redactor jefe, aunque de fe marxista, era un escritor genial con leves tintes ideológicos. Permitía todo, excepto "la morralla fascista", como él decía, siempre y cuando tuviese calidad literaria. Los demás que formábamos el equipo éramos todavía más suaves que Bles, izquierdistas pero templados. Tampoco el filtro comunista entraba en inspecciones, dejando al redactor jefe toda la responsabilidad.
Vendíamos la revista por los barrios de mayor concordancia con esas ideas: Malasaña, Lavapiés, El barrio de las letras, Chueca o aledaños de la Plaza Mayor. Las tardes noches de los viernes y sábados las empleábamos en distribuir la revista por un módico precio. Íbamos por las barras de los pubs o cafés reclamando la atención de los clientes y entablando conversaciones con ellos, lo cual era lo más gratificante. A veces también acababan comprándonos un ejemplar. A mí me tocaba la zona Lavapiés-Las letras que me venía muy bien, pues tomaba el autobús 47 en Carabanchel y me dejaba en Atocha. Recuerdo con entusiasmo cuando nos reuníamos los integrantes del grupo de la revista, a altas horas de las madrugadas en esos días de distribución, en el Café Barbieri del barrio de Lavapiés (local con un encanto decimonónico henchido de noctámbulos con ínfulas artísticas) inflándonos a copas de coñac o ginebra al tiempo que conversábamos sobre literatura o política.
Fueron tiempos buenos, excepcionales, tal vez los únicos en los que me sentía escritor de verdad. Luego, con la legalización del PCE, el partido fue radicalizándose cada vez más. Antonio Jimeno Bles nos reunió cierto sábado por la mañana para decirnos que la dirección de la LCR había decidido endurecer la línea literaria y dejar la ficción en vías del mero adoctrinamiento. Algunos siguieron, yo lo dejé tras un par de meses.
A finales del año 1977 regresaba a mi mundo de soledad. Mi trabajo era algo que no contaba en mi vida, me daba dinero y nada más. Mi vida social, tras dejar la revista, se iba convirtiendo en nula a medida que mis amigos, los de antes y los de ahora, tenían sus estudios, sus ocupaciones, sus reuniones o sus parejas y me era complicado quedar con ellos. En mi vida laboral no encontraba a nadie que tuviera mis mismas inquietudes moviéndome en un bucle que me devolvía, una y otra vez, a una soledad impuesta por las circunstancias.
Fueron años en los que también mi vida amorosa se quedó vacía. Si mi vida social era escasa, vislumbrar a un nuevo amor era harto difícil a no ser como ensoñación o recuerdo del pasado.
Si es digno de mención aquel final del año 77 es porque terminé, tras casi tres años, mi primera novela a la vez que mi primer poemario, ya que tenían que ver el uno con el otro. "La vida azarosa de Elías Sender" sería mi primera narración extensa además, siendo esto algo inolvidable, de la creación de un personaje que nunca me ha abandonado: el mencionado Elías Sender. Complementario a esta novela, "La obra maestra de Elías Sender" era un dilatado libro de poemas, más de cuatrocientos, que seguía el itinerario en verso de la vida del personaje. Perdí los dos libros, no sé de qué manera ni cuando, teniéndolos encuadernados y dormidos en mi habitación de Carabanchel. Lo sentí, aunque su recuerdo viaja siempre conmigo.
Desde el año 1978 hasta 1989 será otra etapa nueva en mi vida, once años más que se salen de lo que he intentado trascribir en este relato. Me iba a convertir en un adulto, lo quisiese o no, tras una adolescencia que nunca encontró ninguna traza de aquella Formación del Espíritu Nacional que nos habían inculcado en la educación. La vida no era tan dogmática ni las gentes que la llenaban tan obedientes, era un ir y venir tras el perfume ansiado de la felicidad o lo que se pretendía que lo fuera.