Natalia Puga
Sucedía en marzo
Empezaba marzo como un mes más, final del invierno, la esperanza puesta en la llegada de la primavera y la actualidad centrada en la precampaña de las elecciones autonómicas que tendrían que celebrarse el 5 de abril. Llegaban noticias inquietantes de Wuhan, esa ciudad de la China central hasta diciembre totalmente desconocida que a partir de ahora será triste protagonista de todos los libros de historia mundial, pero todos mirábamos hacia otro lado. La tragedia llenaba horas de informativos y páginas de periódicos, pero nadie se daba por aludido.
Empezaba marzo de 2020 y hacíamos una vida normal. Íbamos al cine, a conciertos y a campos de fútbol y polideportivos. Nos manifestamos con tranquilidad, usábamos el transporte público, salíamos de fiesta. Mientras, la alerta saltaba a Italia, los muertes empezaban a contarse por decenas y los contagiados por miles, pero todos seguíamos mirando hacia otro lado. No, hacia nosotros mismos.
"Aquí eso nunca pasará", llegamos a decir casi todos; yo la primera. Mientras, empezaba marzo y teníamos las energías enfocadas en que en poco más de un mes llegaría la Semana Santa, en que ya estaban a la venta las entradas de los conciertos del verano y en que debíamos empezar a decidir cuándo elegiríamos las vacaciones de verano. Pasábamos los días mirando hacia el futuro más o menos próximo, muchos hacia el más lejano, y nos poníamos de lado.
Empezaba un marzo que se intuía de trámite y que no olvidaremos jamás, un mes que ha acabado siendo de transición para nuestras actividades diarias y de inflexión para lo realmente importante, para la vida. A las puertas de un abril para el que ya ni planes hacemos, nos queda muy lejos aquel principio de marzo en el que las imágenes de un Wuhan en cuarentena y una Italia en el principio del pico se nos presentaban como un argumento de película.
Empezaba como un marzo cualquiera y termina como un marzo de miedo, dudas y planes rotos, dando paso a un abril sobre el que planean más incertidumbre, temores y pérdidas. Desde la clarividencia que nos da el futuro, resulta sencillo criticar las reacciones del Gobierno, las empresas y la sociedad en general, cuestionar que se actuó tarde, que no se vio venir lo predecible y que empezó marzo sin tomar las medidas drásticas que ahora todos sabemos que son nuestra única esperanza de tiempos mejores, pero marzo empezaba con todos mirando hacia otro lado.
Todo lo vivido nos ha cerrado las puertas de nuestras propias casas y trabajos, nos ha dejado sin ocio presencial y nos ha privado de besos y abrazos. Marzo nos ha hecho aprender de forma acelerada sobre cuarentenas, virus y epidemiología y, como sucede siempre que se nos presenta una catástrofe, ha hecho aflorar a predicadores que dan lecciones de todo y cuestionan todos los pasos dados, pero marzo también nos ha hecho aprender a vivir y querer despacio.
Empezaba marzo con el pie en el acelerador y termina a ralentí, con más sentimientos de puertas a dentro de los que las prisas nos permiten aflorar cuando vivimos a pie de calle. Llegaba con murmullos lejanos de una crisis sanitaria y se va con una pandemia que deja imágenes y estadísticas que parecían relegadas al pasado más remoto. Los iniciábamos sin pararnos a mirar al cruzar un semáforo y lo terminamos deseando poder escrutar el horizonte y encontrarnos a un amigo a la vuelta de la esquina.
Empezaba marzo en pleno invierno y termina inmersos en la primavera recitando sin cesar a Pablo Neruda: "Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera".