Manuel Pérez Lourido
Encuentros y desencuentros
Cuando sales a la calle te encuentras con gente que también ha salido. Hasta aquí todo bien, un tanto pueril, un poco evidente, pero bien. Lo malo es que a alguna de esas personas preferirías no encontrártelas. A otras sí. Incluso estás encantado de toparte con ellas. Te paras, charláis, os reís, y antes de marchar os dais unos besos u os abrazáis. A veces las dos cosas. Salir a la calle es como jugar a la ruleta, no sabes qué te va a tocar. No es raro que haya un poco de todo: que te encuentres a gente de la que deseas huir y que halles otros a los que quieres achuchar. Así es la vida. Imagínate salir y que solo te tropieces con gente a la que no quieres ver ni en pintura, calle tras calle. Al final te desplazas pegado a los portales, en busca de un refugio ante otra desagradable sorpresa. Cuando consigues llegar a casa, cierras la puerta, apoyas la espalda en ella y recuperas el resuello mientras te juras que en la siguiente ocasión saldrás disfrazado.
Cuando tropiezas con gente que te hace recordar el "preferiría no hacerlo" de Melville, te portas educadamente. Amagas con sortearlas con un saludo pero si hay que detenerse lo haces. Como si te hubiese dado el alto la policía, pero te paras. Escuchas, sonríes, hablas. Te preguntas incluso por qué era que no querías pararte a hablar con ese ser humano. Lo recuerdes o no, lo que quieres es huir, alejarte, situar tu organismo a unos cuantos metros de distancia. Es algo que nos pasa a todos. Todos somo un poco paranoicos. En realidad, seguramente esa persona esté viviendo exactamente lo mismo con respecto a uno y su deseo por alejarse de nuestra presencia incluso puede ser mayor que el nuestro. Dos paranoicos frente a frente, comportándose educadamente.
Después está una modalidad retorcida, la que surge cuando no recuerdas el nombre de la persona con la que estás hablando. Tal vez debido a la frustración por haberte parado a charlar con alguien con quien no deseabas hacerlo. Lo cierto es que su nombre ha desaparecido de tu córtex cerebral y tu sonrisa idiota no ayuda nada a recuperarlo, solo sirve para resultar más agradable a una persona con la que no querías hablar y que no sabes cómo se llama. Y esa persona igual tampoco recuerda como te llamabas tú y te devuelve otra sonrisa idiota y allí estáis los dos, un par de idiotas casi desconocidos intercambando saludos y frases triviales hasta que uno da el primer paso para despedirse y el otro, aliviado, se despide también.
Somos complicados los seres humanos.