Manuel Pérez Lourido
A veces veo suegros
Voy a ser suegro. Se dice con cuatro palabras pero se tarda mucho más en asimilar. No me había visto de suegro ni en mis peores pesadillas, porque había conseguido mantener ese pensamiento lejos de mis terrores nocturnos a base de considerarlo imposible en un tiempo razonable. Pero si algo no se puede decir del tiempo es que sea razonable. De un momento a otro nos podemos hallar acunando a un criatura que dicen que es nuestra nieta o nuestro nieto. Los gobiernos deberían hacer algo sobre el particular, en lugar de ocuparse del desgobierno (y no miro a nadie). Hay quien dice que se está vendiendo la soberanía nacional por un plato de lentejas y hay quien piensa que ya es hora de iniciar una barra libre de referendums a diestro y a siniestro. No sé cómo se contempla la situación política desde la perspectiva de los suegros pero creo que me enteraré más pronto que tarde.
Estas son las segundas navidades consecutivas que mis hijas se traen los novios a casa, o que vienen ellos por su cuenta, uno nunca se entera bien de estas cosas. Uno ya va asumiendo que es al suegro a quienes los muchachos saludan de mañana por el pasillo, hay un algo marcial en su manera de hacerlo. Tus opiniones en las sobremesas poseen de pronto un rango, peso y reverencia jamás experimentados y se te pide consejo con una deferencia inusitada, que dan ganas de comenzar a sentar cátedra y a fumar en pipa.
La vida es una especie de aventura que se escribe sobre piedra y que tiene recovecos inesperados. Habías oído hablar de ellos, pero de pronto, tras un recodo, te asalta una certeza y te quedas en bolas, con las manos levantadas, los ojos abiertos y las canillas temblando. Ahora me posee la sensación de que mi futuro como suegro se ha comenzado a escribir con trazo firme.
Una cena de estas, al sevirme el whisky después de los postres, mientras acepto con resignación las dimensiones de mi panza y le prometo que la seguiré queriendo hasta que la muerte nos separe, dirigiré la mirada hacia las conversaciones de las dos jóvenes parejas, su complicidad, su alegría, su vida de abstemios... y brindaré por todos los años que han pasado en balde, por todos lo años que han pasado con aprovechamiento, por toda la santa paciencia de mi santísima esposa y por el futuro de quienes van a tener el suegro más reticente del mundo.