Paco Valero
Sixto Rodríguez y Detroit
Lo que hacemos en este mundo tiene su eco en la eternidad, proclamaba un grandilocuente Russell Crowe en Gladiator, si no recuerdo mal. Hoy, más modestamente, podemos decir que lo que hacemos en un rincón del planeta puede reverberar en cualquier otra esquina del mundo. Es lo que llamamos globalización. Y una prueba la encontramos en el magnífico documental Searching for Sugar Man. Es la historia de Sixto Rodríguez, un músico mejicano-norteamericano que sacó dos discos a finales de la década de 1960 que nadie escuchó en su país, y de cómo sus canciones se convirtieron en Sudáfrica en himnos de liberación para una generación sin que él lo supiera. El documental puede encontrarse en Filmin (2,90 euros) y no quiero contar mucho sobre él. Ganó, eso sí, el Oscar de su categoría en 2013 y ha convertido al viejo músico en una celebridad.
Sixto Rodríguez es un cantautor de la estirpe de Woody Guthrie, Pete Seeger y Bob Dylan, entre otros, y pone palabras y música al desamparo de los humildes y derrotados de las grandes ciudades y pequeños pueblos de ese vasto país. Pero lejos de ser un vagabundo de la música, él ha permanecido en la ciudad donde nació y creció, Detroit. En el documental se le ve pasear por las calles heladas y parece un extraterrestre en tierra asolada, o un zombi del día después del apocalipsis. Sin embargo, el documental no se ocupa de la ciudad; otros lo han hecho, como Detropia. La otrora boyante ciudad industrial, sede de las mayores empresas automovilísticas del país y del mundo, es hoy una ruina. Ha perdido el 63% de la población, tiene barrios enteros vacíos, el valor medio de una vivienda es de 7.500 dólares y está intervenida por el Estado porque la administración local no puede hacer frente a la deuda que tiene. La misma globalización que llevó las palabras de Sixto Rodríguez de un extremo a otro del planeta, ha derrumbado a la industria que dio sentido a la ciudad. Hoy la mayoría de los coches que circulan por Estados Unidos se han fabricado a miles de kilómetros, en países de salarios más bajos, para asombro de los viejos trabajadores de Detroit que creían que las fábricas eran como las catedrales, para siempre, y los oficios mecánicos un seguro para toda la vida. Pero no, montar y desmontar una factoría automovilística es cosa de meses y los procesos están tan robotizados que no exigen a los trabajadores especialización alguna.
En su día, Rodríguez y otros levantaron la voz contra la entrega de la ciudad a unos determinados intereses que impedían la apertura a otras posibilidades. ¿Qué industria o iniciativa económica con futuro se iba a instalar en una ciudad ennegrecida por el humo de las fábricas y desparramada en suburbios sin fin? ¿Quién querría vivir allí? No fueron escuchados y hoy por las calles abandonadas de Detroit deambulan coyotes y otras alimañas peores. Las elites fueron las primeras en irse, y tras ellas, muchos de los que secundaron el muro de acusaciones que impedía cualquier debate honesto. La más mínima traba a la industria era traicionar a la ciudad. No se podía hacer. Sixto Rodríguez, sin embargo, sigue allí. Cuando no pudo ganarse la vida como músico, lo hizo como albañil o desempeñando otros trabajos, siempre con la mayor excelencia posible por humilde que fuera la tarea. Si Detroit tiene algún futuro, su legado será parte de lo que lo hará posible.
12.06.2013