Carlos Regojo Solla
Viaje con nosotros
Tengo pendientes, en prólogo de agenda, sin determinar data, aún, algunas intenciones. Sueños y deseos que espero cumplir cuando pueda. Son viejas aspiraciones que, de vez en cuando, afloran inesperadamente como ilusiones fugaces, recordándome su posición caótica en la lista de espera para volver a quedarse en eso, deseos aparcados, tan solo titulares de anhelos o aspiraciones sin realizar. Se cuentan con los dedos de una mano. Por ejemplo, viajar a Canadá en busca de aquella "casita pequeñita” cuyo acceso me lo imagino obligado por aquel "camino verde” que serpentea en suave pendiente colina arriba, con el rojo de las casacas de su policía montada reflejado en los lagos como espejos en tierras del Banff.
Otro de los sueños que aún me habitan sería largarme con un circo para saborear las mieles del triunfo personal realizando la parte agridulce de un payaso; me veo entonces sentado a pie de grada comentando con el público como reírnos todos de todo, cuanto antes mejor, para llorar luego a lo Rivel con un "buaaa” inesperado y ruidoso en medio de un silencio descorazonador, mostrando las dos caras de un teatro viejo, sobado y sudoroso, que en la vida diaria se esconde en el lodo putrefacto de la hipocresía.
Quedan sueños, aún. En este caso se trata del recuerdo de una pepona morena y preadolescente a la que considero mi primer amor quien alejó de mí un traslado familiar, provocando mis ansias de ir a verla, en la misión imposible de un viaje que me llevase al reencuentro, tras exhaustivas planificaciones que me llevaban horas lo que apaciguaba mi ansiedad; más, como el primer amor nunca se olvida, sigue apareciendo como tarea realizable en esta peculiar agenda.
Lo de Escocia es más reciente. Repentinamente siento la atracción inusitada de visitar las Tierras Altas, allá por las orillas del Ness, sin saber por qué. Me empapo en conseguir documentación sobre esta zona como si de alguna forma tuviese vinculación con este país y, no hallando nada todavía en la genealogía, llego a la conclusión que mi vínculo real empieza por la atracción ambarina al güisqui cascabelero que se menea cantarín al compás de los cubitos de hielo contra el vaso, al atávico sonido del roncón de la gaita y al pintoresco kilt de tartán granate y amarillo confeccionado en buena lana.
Prosigo en decir que tengo pendiente, años ha, un viaje, solo de ida, para explotar las tierras que regalaban en Australia, al norte, sur, este y oeste de Alice Springs, o realizar un viaje a Barcelona en busca de un trabajo de esos que se perdían, en los setenta, en la inmensidad de ofertas que aparecían en las páginas de La Vanguardia que yo ojeaba en la sala de lectura del Casino Mercantil e Industrial, flamantemente ubicado en Andrés Muruais. La misma sala de lectura en la que yo esperaba, creo que los miércoles, el "Blanco y Negro”, una revista semanal que por entonces traía un pequeño fascículo interior dedicado a uno de los países que conformaban la incipiente U.E. No sé, no quiero indagar en datos, pero solo eran un puñado de naciones -tal vez diez o doce- cuyos fascículos arrancaba con disimulo para coleccionarlos y que me acompañaron, junto a la manejable enciclopedia "Larousse” -la internet de entonces-, sirviéndome de base para la preparación de algunas enfáticas lecciones.
Por entonces mi sueño era verme y sentirme integrado como español en aquella interesante Comunidad. Lo sigue siendo, aunque observo que ello no será posible en tanto no se vaya abriendo generacionalmente un sentimiento de permanencia europeo por encima de patriotismos nacionales y privados, y es que a la Europa comunitaria no se le ve posicionamientos de fuerza unificados desde el sentimiento de orgullo continental, aunque parece que hemos iniciado algo tan importante como tomar partido en favor de medidas medioambientales que conduzcan a una eficiente lucha contra el cambio climático.
De todos, este último sueño, el verme y sentirme perteneciente a una Europa fuerte, sería sin duda el mejor. Creo que borraría de mi agenda todo lo demás.