Manuel Pérez Lourido
Vox populi
Hace unos días mi hija pequeña comentó en casa que había estado leyendo el programa de Vox. Me senté en lo primero que hallé a mano, que resultó ser una silla. Aquello, como en las películas, tenía que tener una explicación. Mi hija siguió hablando para explicarnos que su conclusión tras la lectura es que había sido redactado por cuatro tipos con muy pocas luces en un bar. Respiré aliviado. Una de las joyas de la corona del programa educativo de Vox era el estudio de grandes hazañas de héroes españoles. Aquí se necesita urgentemente un yepero, ya saben, alguien que berree: Yeeeeepa! A mi memoria regresó (si es que alguna vez se fue) la escena de aquellos primeros cursos de la primaria franquista (fase agonizante) en los que se nos proveía de una enclipedia editada por Álvarez, por la que desfilaban historietas tipo Grandes Hazañas Bélicas que protagonizaban seres legendarios como Viriato, el Cid Campeador, Guzmán el Bueno, etc. Guzmán el Bueno era un pedazo de cabrón, lo recuerdo perfectamente. Fue el tipo que, según se cuenta, duranteel sitio de Tarifa y secuestrado su hijo por musulmanes, prefirió lanzarles un puñal para que acabasen con el allí mismo antes que rendir la plaza. Un iluminado que ponía la vida de su propio hijo antes que “la patria”.
Vox se ha convertido en un termómetro para medir la salud emocional de las personas: si no te cabreas con sus astracanadas, si no reaccionas antes sus rancios puntos de vista, es que necesitas un transplante de coraje.
No parece Vox un partido fascista, tampoco a la mayoría de sus afiliados ni, por descontado, a la inmensa mayoría de sus simpatizantes y/o votantes. No es que carezcan de tics ni que se les vea demasiado lejos de ello, pero al menos aceptan el sistema democrático y sus reglas. Es verdad que muestran síntomas preocupantes como vetar a la prensa menos afín, pero esto es una tentación en la que han caído también otros partidos. La ultraderecha tiene amplia representación en países europeos que nos dan mil vueltas en curriculum democrático y que no han padecido una dictadura de ese signo hace menos de un siglo, como nosotros. No se muestran, pues, como nostálgicos de un pasado reciente, ni deseos de recuperar unos valores o ideas que han sido dejados atrás por la historia (la idea de raza, la imposición de un credo religioso, etc). La ultraderecha europea se articula en oposición a una supuesta amenaza a la integridad cultural propia por parte de un enemigo exterior (el islam, basicamente) o por parte de una exposición a otros valores y tradiciones (los de la población inmigrante).
La xenofobia de la ultraderecha la vuelve contra una Europa inclusiva y plural. El discurso anti-emigración de Matteo Salvini en Italia, Víctor Orbán en Hungría, Alexander Gauland en Alemania,
Jussi Halla-aho y Laura Huhtasaari en Finlandia o Marine Le Pen en Francia es una baluarte esencial de unas propuestas políticas que obedecen a un populismo que es muchas veces más sociocultural que socioeconómico. La ultraderecha española de Vox nace hace tan solo cinco años, desgajándose de la rama más diestra del PP y como reacción ante la tibieza de este partido en asuntos que considera innegociables como la unidad de España, hasta el punto de que el sistema autonómico le parece un exceso, por lo que promueven su desaparición. ¿Hasta dónde llegarán? Seguramente no demasiado lejos, si juzgamos por lo ocurrido en nuestro entorno. Probablemente han alcanzado ya su techo y lo que tengan por delante sea un descenso electoral hasta el sentido común. En todo caso, los votos los han puesto ahí y ellos tienen la última palabra.