Kabalcanty
Solitarios (Parte I: Lisa)
Desnudos, sentados sobre la cama revuelta, se espiaban el perfil sin decir palabra. Carlos se fijaba en la nariz redonda, algo respingona, y en el contorno perfecto de los labios de Lisa. Ella miraba las pestañas extremadamente largas para un hombre y en su bella curvatura a milímetros de la piel. La felicidad de ambos se notaba en el abrazo de las manos, firmemente aferradas, apresando el gajo de piel como una preciada posesión temerosa de perder. En el momento en que coincidieron sus ojos, él le tomó el rostro y la besó de ternura, tan sutilmente que Lisa se estremeció.
— Te amo y no me importaría morir ahora sintiéndote tan cerca.
Musitó él volviéndola a besar.
— Pero…..pero….. no te da miedo que dejemos de amarnos así.
Ella lo dijo sin interrogante, recorriendo el rostro de él con una vehemencia desasosegada. Luego le abrazó marcándole las uñas en la espalda.
— Este momento es tan hermoso y pleno -dijo Carlos sobre los hombros de ella- que el futuro me resulta inaceptable. Te amo aquí y ahora por encima de todas las cosas.
Lisa cerró los ojos e hizo un mohín como si fuera a sollozar.
— Tengo tanto miedo, amor, a que todo se fastidie.
Carlos fue bajando hasta sus pechos para beberlos delicadamente. Rodeaba la aureola serpenteando la lengua y mordisqueaba los pezones con ternura. Lisa le acariciaba el glande con los dedos mojados en su saliva. Jadeaban con los ojos entrecerrados mientras la luz que se filtraba por la ventana languidecía pajiza.
Tras el orgasmo, se quedaron abrazados unos minutos tendidos en la cama.
Carlos fue el primero que le incorporó. Sin vestirse se dirigió a la ventana para descorrer algo el visillo. Anochecía en la calle tan solitaria como lo fue durante el día. Vio un gato husmear bajo una puerta cerrada.
— Hay un gato buscando comida bajo la puerta de la peluquería. Pobre.
Lisa mostraba su desnudez tumbada bocarriba. Su monte de Venus estaba nevado con gotitas transparentes de esperma. Parecía pensar algo profundamente, por eso se sobresaltó cuando él hizo ese comentario.
— Ah, ya -dijo, sentándose en el borde de la cama- Pronto nos veremos como ese pobre minino. ¡Joder qué mierda!
Carlos fue hacia ella para besarla en la frente y luego en los labios.
— Tenemos que ser fuertes, amor, y pensar que no somos los únicos en este mundo-dijo mientras le acercaba la ropa- Tendremos que salir y buscar. No puede ser que de la noche a la mañana todo haya cambiado. No, desde luego que no.
Lisa se detuvo ajustándose el sujetador.
— Este silencio, este puto silencio no es normal. Por eso tengo tanto miedo, ¡por eso, coño!
Dio un puntapié a una silla y la lanzó contra la pared.
Carlos preparó té y lo sacó en dos tazas de plástico de vivos colores. Se sentaron en una mesa redonda junto a la ventana. Lisa encendió la lámpara, la luz llenó de penumbra el cuarto.
— ¿Buscaremos mañana? –preguntó ella, limpiándole la humedad del bigote con uno de sus dedos. Él le cogió la mano para chuparle el dedo voluptuosamente. Le guiñó un ojo.
— Sí, mañana mismo.
El rostro ovalado de ella resaltaba bello con el corte de pelo. Sus pómulos distinguían a su mirada con una profundidad encantadora.
— Apenas dormiré esta noche pensándolo.
La curvatura de sus labios al hablar se dibujaba con una mueca mimosa.
— Y yo no te dejaré dormir porque te deseo siempre, mi diosa.
Ella sonrió algo turbada y le hizo un gesto de mofa.
— Tonto -musitó alegre.
Descorrió el visillo para observar el vacío de la calle. Ya no lucían todas las farolas creando muros de oscuridad que hacían infinito el fondo de la calle. En las casas las ventanas permanecían cerradas, sin luces, con las flores amustiadas en los tiestos de algunos alféizares.
— Me da pánico sobre todo la lejanía. Pánico de verdad, Carlos.
La lejanía era una mole umbrosa con las picas de los edificios más altos recortándose en el cielo. Algunos puntitos refulgiendo alineados delimitando avenidas y calles. El tráfico mudo. El centro comercial desierto con los carteles publicitarios centelleando sin mensajes. La Luna llena, alzada como un ojo cáustico, colmaba los tejados con su lividez.
— ¿Pongo la tele? -dijo Carlos, yendo ya hacia el aparato- Todavía llegamos a tiempo de coger la serie.
En el televisor daba las noticias vespertinas un presentador amanerado. Pronunciaba las eses de forma grosera.
— Y aquí, en la caja tonta, como si nada pasara -añadió Lisa, yendo al sillón junto a Carlos- Es todo tan absurdo.
Contemplaban el televisor abrazados. Él la besó sobre la sien y ella se acurrucó en su regazo.
Pronto el cuarto se llenó con las resonancias que salían del aparato. Una manifestación, los primeros días de rebajas con los comercios repletos, la entrega de galardones de un premio gastronómico, el tiempo para el próximo día. Todo lo habitual en un día como tantos.
— ¿Seguiremos amándonos estando tan solos?
Preguntó Lisa sin buscarle la mirada.
— ¿Se necesitan más de dos para amarse?
Carlos le acariciaba el cabello demorándose en lo alto del cuello. Ella cerraba los ojos como si deseara dormir así.