Beatriz Suárez-Vence Castro
Cando din que chove
No sé conducir. Sinceramente hasta ahora no he echado de menos tener coche y tampoco siento que esta circunstancia me haya quitado la libertad de la que, por lo que me cuentan, se goza cuando se tiene uno.
Sin embargo, he de reconocer que, desde hace cinco años, lo echo de menos porque en ese tiempo, mi perra, por vivir en España, aparte de estar perdigoneada de la cabeza a las patas por un escopetero de los que pululan por nuestra piel de toro sin licencia ni conciencia, además de haber sufrido malos tratos, digo, no puede ir en autobús. Si viviese por ejemplo en la República Checa, podría, pero aquí, no. Tampoco en tren. Lo que ha limitado bastante mis movimientos a pesar de que tengo unos amigos que seguramente no merezca y nos llevan a Nora, la perdigoneada, a Chapito, nuestra última incorporación de cuatro patas al núcleo familiar, y a esta que les escribe, a los tres juntos, en su coche. Los amigos son la sal de la tierra.
El caso es que, salvo esas ocasiones en que es necesario que nos desplacemos el grupo entero, yo suelo ir en transporte público: tren, autobús, o lo que se tercie. Y si la distancia no es muy larga, a pie. En este aspecto cumplo los requisitos de ciudadana modelo como corresponde a mi modelo de ciudad. En otros, no.
El caso es que por este motivo la temporada de verano y los albores del otoño, soy al autobús lo que fuera Concha Velasco a la Cruz Roja o Carmen Maura a Almodóvar: la chica Monbús. Hago la línea que cubre el trayecto Grove – Pontevedra para cualquier cosa que tenga que hacer más allá del puente de la Barca. A lo largo de los años, igual que cuentan que le ha pasado a Maura con el director manchego, he establecido una relación de amor- odio con quien me dirige y, como usuaria del autobús, me han pasado un montón de cosas igual que a todos los que frecuentamos los Servicios Públicos, fuente inagotable de historias humanas.
Siempre recuerdo problemas en cuanto a la regularidad del servicio, provocadas por un horario que convence a muy pocas personas, pero últimamente se están extralimitando en una cuestión importantísima como es el número de pasajeros que pueden recoger, dejando a usuarios sin asiento, a pesar de exigirles el importe entero del billete, como si en lugar de ir de pie y aguantando como pueden los envites de rotondas y curvas, fuesen cómodamente sentados.
La semana pasada superaron todos los récords colocando a 15 personas de pie, ocupando el pasillo y las puertas de acceso. Las he contado porque yo era una de ellas. Llegamos sanos y salvos, pero solo porque la vida es así, una ruleta, y porque la amabilidad que no está teniendo la empresa con sus pasajeros, no falta en cambio entre ellos y cuando algún pasajero sin asiento lleva bolsas o tiene una edad avanzada como para aguantar de pie la incomodidad y el calor de este mes de septiembre, los afortunados que han conseguido asiento, lo ceden.
La poca vergüenza que hay que tener como para obligar a un conductor (porque entiendo que él o ella lo hacen por obligación) para seguir recogiendo personas cuando ya no quedan plazas hasta abarrotar un autobús interurbano a la vista de todo el mundo por una carretera con tanta ocupación como la 308 es de un nivel antológico.
Esta engorrosa circunstancia se ha venido repitiendo a lo largo del verano y también en lo que llevamos de septiembre ya que uno de los lugares que registra más visitas en la zona: el precioso pueblo de Combarro forma parte del recorrido.
No se entiende como Tráfico, que parece omnipresente para otras cuestiones, no emplea los controles para acabar con este tipo de prácticas contrarias al reglamento.
No se entiende tampoco la bula que parece tener la empresa para abusar de forma tan continuada y descarada de sus clientes, ni que éstos sean tan estoicos aguantando sin rechistar lo que parece ser un ejemplo bien ilustrativo del significado de uno de nuestros refranes más retrancudos: "Mexan por riba de un e din que chove".