Beatriz Suárez-Vence Castro
Blanca
La desgraciada muerte de la ex esquiadora olímpica, además de una gran pena para todos los que la admirábamos, nos ha dejado suficiente materia de reflexión en cuanto al tratamiento de la noticia por periodistas, supuestos amigos personales y público en general.
Hemos incorporado de tal manera a nuestra rutina diaria hablar de la vida de los demás, la mayor parte de las veces sin tener idea de lo que decimos o, si la tenemos sin medir el alcance de nuestras palabras que nos parece hasta interesante. Cuando el aludido es conocido públicamente esta práctica tan poco respetuosa no conoce límites.
Una vez aparecido el cuerpo de Blanca ha sido incontable el número de amigos de la deportista y de su familia que se han dedicado airear en los medios su situación anímica y financiera, con el incongruente argumento del cariño que le profesaban. Hablaron de su salud, de su economía, de su divorcio, de la muerte de su hermano Paco, a mi parecer con más idea de tener sus minutos de gloria que de ser leales a la fallecida.
No deja de ser curioso, y esto se extiende fuera de la noticia, la cantidad de amigos que le aparecen a las personas una vez que han muerto. Quienes se califican de amigos cercanos cuya cercanía no sirvió en su momento para ayudar en vida, pero si para cacarear a su muerte cuestiones de las que el fallecido no habría hablado nunca más allá de su círculo de extrema confianza en el que evidentemente no se encontraban los charlatanes, o aún peor vivía bastante engañado en cuanto al grado de confianza que podía dispensarles.
Todos los psicólogos recomiendan verbalizar los problemas, pero deberían añadir que nadie más que uno mismo tiene derecho a hacerlo solo cuando esté preparado y si le da la realísima gana. Nadie, aunque se dedique a la información y menos quien se llame amigo, tiene derecho a revelar cuestiones de otra persona si ella no quiere hacerlo y no son relevantes para ninguna otra cuestión. Mucho menos después de fallecido.
Por si la familia no tuviese bastante con el desgarro que supone perder a una persona, joven aún, de una forma tan trágica, tiene que enfrentarse a los cotilleos que, en nombre de la información y de la libertad de expresión, no son más que pura fanfarronería para ser el primero en dar un dato que a nadie debería importarle.
No es información es amarillismo, no es amistad es presunción, no es cariño es hipocresía. Blanca Fernández Ochoa se merecía mucho más respeto.
También han salido voces a criticar la amplitud del dispositivo para encontrar a la deportista como si por ser famosa se le hubiese concedido un trato especial.
Perdónenme los envidiosos que les diga que a la fama puede llegarse por muchos caminos y no todos son meritorios. Blanca no era una famosa, si es que se le puede calificar así, por su cara bonita. Es cierto que participó en tres programas de televisión, pero todos estaban relacionados con la fortaleza física y mental que había adquirido como deportista. Mucho antes de ser concursante en ellos fue medallista olímpica en Albertville en 1992. La primera y única mujer en haber conseguido una medalla de tal calibre en unos Juegos de Invierno. Dio muchos triunfos a España además de la medalla, tuvo un comportamiento impecable tanto en su carrera como en los medios y su familia era muy respetada y muy querida en la zona en que tristemente fue hallada muerta y eso hizo que la gente se volcase con ella. Al menos en eso se le ha hecho justicia.
Que alguien dude de que la Policía no se comporta igual con todos los desaparecidos entiendo que sale más del resentimiento que del pensamiento lógico. Otra cosa es que algunos casos tengan más repercusión que otros por razones obvias que nada tienen que ver con un trato de favor. Que un comisario de policía haya tenido que salir en televisión para hacer referencia a esta cuestión, da la medida del grado de envidia y de crueldad que podemos llegar a tener en España. También el juez Grande Marlaska ha tenido que recordar que la libertad de información llega hasta donde empieza un secreto de sumario.
Otro tema de reflexión es la cantidad de homenajes postmortem que se hacen cuando quizá tanto el fallecido como sus familiares habrían preferido que fuesen hechos en vida o que la ayuda llegase de una forma más práctica. Es bonito el gesto de la Comunidad de Madrid de ponerle su nombre a una nueva instalación deportiva pero quizá apoyar a sus hijos en su incipiente carrera deportiva con algún tipo de ayuda económica sería todavía mejor.
La vida de un deportista de élite cuando deja el deporte es condenadamente difícil.
Han conseguido con muchísimo sacrificio personal, esfuerzo y trabajo llevar el nombre de su país por el mundo, pero luego la pensión que les queda no se ajusta ni de lejos a todo el esfuerzo que han realizado. La cuestión de las pensiones en España es sangrante para todos, pero especialmente cruel en los deportistas, que tienen una vida profesional más corta que el resto y han de reciclarse en otro empleo para el que no han podido prepararse a conciencia después de haber pasado sus mejores años dedicados al deporte.
Cabe destacar, por último, si quieren como anécdota, aunque a mi modo de ver es una cuestión de más calado, el hecho de que, a pesar de helicópteros, drones y todo el contingente de voluntarios y profesionales desplegados, ha sido Xana, una perra de la unidad canina de rescate quien paseando con su dueño, también agente fuera de servicio, encontró, ya por desgracia sin vida, a la queridísima deportista. Una muestra del poco valor que damos en este país a unos animales cuyo trabajo representa para el humano muchas veces la diferencia entre vida y muerte y que todavía poseen la nobleza que nosotros hemos ido dejando por el camino.
Triste final para una mujer alegre, fuerte, a la que ni los colectivos de deportistas ni los feministas, ni las instituciones han apoyado como merecía y solo a su muerte volvió a despertar interés en los medios a los que siempre había mostrado, seguramente también con esfuerzo, su característica sonrisa.