Carmen Novo Colldefors
Cosas de la Vida: Que se mueran los feos
Amsterdam, 3 am.
Intento dormir y no puedo. El sueño se quedó en la calle, seguramente paseando por el Barrio Rojo.
Enciendo la televisión, casi no la miro. La voz y los reflejos azulados me hacen compañía. Oigo hablar a dos personas y vuelvo mis ojos hacia la pantalla. Me quedo sorprendida. No debería y siento cierto malestar, parecido a un sentimiento de culpa. Pero es que nunca vi a alguien así presentando un programa. Sin darme cuenta, al cabo de un buen rato, estoy entretenida y acostumbrada, incluso la presentadora me resulta muy agradable. Me gusta cómo lo hace: mira a la cámara de una forma que encandila, sonríe, sus gestos son naturales, no parecen estudiados ni que lleve un corsé que le haga estar tiesa como un pino. Una sensación de alivio relaja mi conciencia.
El bizqueo que llamó mi atención nada más verla se convirtió en una mirada soñadora hacia el entrevistado, que aparenta, al menos, estar cómodo con ella. Los dos hablan tranquilamente. Se ríen y, al hacerlo, la presentadora se inclina hacia adelante apoyando sus brazos rollizos en la mesa. Da la impresión de que se encuentra en su casa charlando amigablemente. ¡Qué bien se desenvuelve! Me gustan sus ademanes.
El sueño acabó su noche loca y llama a mi puerta. Apago el televisor.
Al día siguiente recuerdo perfectamente a aquella mujer gruesa, de ojos bizcos y una considerable papada. ¿Alguien ha visto una presentadora con ese físico? Me hace reflexionar y la aplaudo por su profesionalidad y por no haberse sometido a ningún tipo de tratamiento estético. ¡Está allí porque vale! Y aplaudo también a aquellos que la contrataron, que la eligieron por sus cualidades no precisamente externas.
Me pregunto por qué no hay más presentadoras como ella, una mujer, sin duda, preparada, que en la mayoría de los lugares hubiese sido rechazada probablemente nada más cruzar el vestíbulo de la Televisión simplemente por no ser alta, delgada y guapa. ¿Qué se valora entonces? ¿Prefieren a alguien que cumpla los cánones de belleza actuales, aunque no sea tan competente?
Mientras saboreo un delicioso desayuno, ojeo un periódico en inglés. No manejo bien ese idioma, pero sí lo suficiente como para entender que un tal señor Feng demandó a su esposa por infidelidad, basada en que la hija era muy fea y no se parecía a ninguno de los dos. Alucino. La demandada alegó que la niña se parecía a ella, que se había sometido a cirugía estética, lo cual había ocultado a su entonces ya exmarido.
Sentencia: pagar al señor Feng cien mil dólares, cantidad que le había cobrado el cirujano plástico.
En España, en China, ¿en qué mundo vivimos?
4.11.2012