Carlos Regojo Solla
Ojos de almendra
El acercamiento viene de lejos con toda su inmensa carga de afectividad, que no es poca. Fue y sigue siendo un flechazo certero de amistad silenciosa que nació en el albor de la creación del clan, de la familia, del grupo sufrido y resistente que nos ha quedado en herencia, un hueco por llenar, un eslabón necesario entre el hombre y la naturaleza salvaje de la cual éste se servía, un sentimiento correspondido de afecto que algunos aún no han descubierto y que otros se encargan de destrozar con una maldad exclusiva sinsentido que reflejan en cualquier orden de la vida que implique sentimientos de amor y empatía.
Hay una tendencia al entendimiento mutuo que suele verse reflejada en sus miradas y en las nuestras. La doble aceptación, la entrega incondicional … ¿Quién no sabe por experiencia propia la fuerza de este valor o, al menos, no ha oído hablar del mismo por otros medios?
Los llamamos de mil maneras y de cada una de estas llamadas queda un recuerdo agradable, la esencia de algo o alguien perteneciente al ayer, un lugar, una añoranza. Nos ocupan y nos preocupan. Hacen que riamos y cuando deciden dejarnos, nos provocan un llanto incontrolable, distinto a otros llantos, que no acertamos a identificar. Nos intuyen como el mejor psicoanalista, en menos tiempo y con más exactitud en su diagnóstico. Nos hablan, ríen cuando nos ven felices y te miran interrogantes cuando la preocupación arruga tu ceño. En las noches de frío se acuestan a tus pies, callados, con la cabeza sobre sus patas pensando en "sabe Dios qué" y se duermen sacudidos a veces por sueños montaraces, camadas olvidadas, peligros…que tranquilizan en su despertar cuando te ven.
Confían en ti, y tu trato debe corresponder a esa confianza. Nunca se nos olvidan y cuando marchan se llevan tu alma para dormir en tu olor más espiritual, para esperarte y trotar contigo por praderas y caminos nuevos.
Son ellos, los de ojos de almendra.