Beatriz Suárez-Vence Castro
Napoleones y Dakotas
Quienes no tenemos hijos somos los nuevos parias sociales. Si además no seguimos ninguna serie, principalmente Juego de Tronos, estamos condenados al ostracismo.
Lo primero es un poco más irritante porque tú, a tu amiga de toda la vida, feminista, liberal y madre enrollada le das tu opinión, pensando inocentemente, que le puede servir de algo y va y te suelta: - Claro, como tú no tienes hijos-…
Para argumentar un poco, aunque sin mucha esperanza, contestas que llevas toda la vida dando clases a niños a partir de dos años y entonces para demostrarte otra vez que te sigue queriendo va y te dice: - No es lo mismo-. Como si tú no hubieses caído en la cuenta.
Yo en esos casos no soy mucho de insistir porque pillo a la primera cuando mi opinión no es bien recibida y me retiro prudentemente. Si tengo a mi perra cerca- que me valora igual aunque no sea madre- me levanto de la mesa donde la mitad de la gente está hablando del final de Juego de tronos y la otra media de sus hijos y me voy a dar una vuelta.
Lo normal en esos casos es que cuando se den cuenta de que hay una silla vacía alguien pregunte amablemente: -Y Bea, ¿dónde está? a lo que suelen responder: - En la playa, con la perra- - ¿No se le enfriará la infusión? Pregunta otro, que en el fondo me aprecia. - Es igual- dice la madre enrollada, que se ha vuelto autoritaria: - Ya vendrá, ya sabes cómo es. -
Y como es verdad que soy así, sigo paseando por la playa, mirando las conchas que son todas distintas y sin embargo se han integrado perfectamente unas con las otras en la arena.
Es posible que los que no somos padres ni madres, tengamos una visión distinta de la vida. Cuando escuchamos frases del tipo:" Ser madre me ha vuelto mejor persona, menos egoísta, con más paciencia" pensamos que igual hay algo del sentido de la vida que no hemos entendido y que somos aún peores seres humanos de lo que pensábamos, pero, con todo, seguimos erre que erre queriendo integrarnos.
Lo más curioso es que siempre acabamos haciéndonos amigos de ese niño que no es familiar nuestro, con el que coincidimos mirando las conchas en la playa y que se acerca a preguntarnos si puede acariciar a nuestra perra, mientras su papá está hablando tan alto por el teléfono móvil que se le oye por encima del rugir de las olas.
En estas cosas estaba yo pensando cuando casi se me saltan las lágrimas leyendo un suceso ocurrido en Vigo sobre un hombre maltratado por su hija de 17 años. El motivo del maltrato fue que su padre no tenía la cena lista. ¿Les suena la escena, ¿verdad? Parece calcada de un delito catalogado como violencia de género, que se entiende como del hombre a la mujer. Pues no, en este caso la maltratadora es una chica de 17 años y el maltratado su padre de 39. La madre no estaba en casa, lo cual, conociendo el panorama, no me extraña nada.
La chica, después de haber puesto la vivienda patas arriba, pegar e insultar a su padre, le echó de casa. Un vecino que- y esto es pura especulación- seguramente ni tiene hijos ni ve ninguna serie, se metió donde no debía y llamó a la Policía, jugándose la vida. Cuando los policías llegaron a la casa constataron que no había forma de controlar a la chica y tuvieron que llamar a una unidad sanitaria para que se la llevaran. El padre tenía lesiones anteriores a las sufridas ese día.
No pude dejar de pensar en el dolor, la vergüenza y la impotencia de ese padre ante lo que ha tenido que soportar por parte de quien es seguramente la persona que más quiere en el mundo, a la que ha convertido sin darse cuenta en el centro de su existencia y que, precisamente por orbitar todo el día alrededor de ella como si fuese la única estrella del universo, sin haber sido capaz de negarle nada, casi cava su propia tumba.
La chica era como Dakota, la muchacha concursante de Supervivientes al que ha llegado con el único mérito de haber pasado antes por Hermano Mayor, que para quienes no lo recuerden era como la Super nany pero de adolescentes. Dakota también maltrataba a sus padres, aunque consiguió dejar de pegarles y ahora, con ese C.V. que le avala, se está levantando una pasta en un reality de famosos. Sí, de famosos.
Estaba yo todavía intentando comprender, ordenando las conchitas que había recogido en la playa- solo las que no tenían bicho- cuando escucho por la radio que una niña, mucho más joven que la chica de Vigo y que Dakota porque la noticia dice que se escapó de la sillita de paseo que llevaba su madre, se acaba de cargar en un museo una escultura valorada en 56.000 euros.
Independientemente de lo discutible de la tasación de la obra en cuestión que representa una micromosca, especie que entiendo será una licencia artística, se exponía en el museo hasta que la criatura, la otra, la de la sillita, consiguió deslizarse por debajo del cordón de seguridad que protegía la pieza y la pisoteó hasta machacarla como haría seguramente con cualquier animal de valor menos conocido. Según declaraciones posteriores quiso comprobar por sí misma si la micromosca se movía.
Algo parecido pasa en Pontevedra con las palomas de la Herrería con las que algunos niños practican kickboxing pero, como no están en ningún museo, a los padres no les preocupa porque si se rompen no hay que pagarlas y después de pasar un buen rato pateándolas sus hijos se cansan y caen rendidos en la cama. Las pobres palomas solo encuentran consuelo en aquellos otros niños, bien educados, que han comprado maíz en el kiosco para darles de comer.
Otra noticia que también parece tener que ver con el síndrome del niño emperador, que no acepta un no por respuesta, es la protagonizada por un adolescente de trece años que desapareció en los Picos de Europa donde estaba con sus padres y su hermano de acampada. Se enfadó porque su padre lo había castigado sin teléfono móvil, se marchó de la tienda sin avisar a nadie, se desorientó y no pudo volver. Apareció vivo, aunque deshidratado y se recupera favorablemente de la deshidratación y del enfado. Fue necesario desplegar un operativo de veinticuatro agentes para buscarle.
La otra cara de la moneda de tanto despropósito, la pone un bebé recién nacido abandonado en el lodo en la India cuya imagen, desnuda en medio de la suciedad, ha dado la vuelta al mundo. Una pareja ha solicitado su adopción después de que, milagrosamente, la niña después de haber sido rescatada, se encuentre fuera de peligro y evolucione favorablemente en un hospital.