Jesús Iglesias
Cultura yerma
Aunque jamás he sido de esos nostálgicos que enaltecen los tiempos pasados con relicarios de alabanzas (y considero que esta etapa de mi vida es, con mucho, la mejor), me resulta imposible obviar que, en lo que se refiere a relaciones personales, producción intelectual y expresiones culturales y artísticas, la sociedad en la que habitamos ha sufrido una aterradora involución. Aplicaciones de internet han sustituido las formas básicas que los seres humanos teníamos de comunicarnos y socializar, fomentando el aislamiento masivo, la búsqueda del conocimiento y la satisfacción instantáneas y la renuncia a cualquier medio de aprendizaje que implique esfuerzo y dedicación (la lectura de libros ha sido una de las principales damnificadas). La falta de educación es tan atroz que muchos se han acostumbrado a ella y algunos incluso se jactan de ser unos completos ignorantes.
Los verdaderos intelectuales han sido reemplazados por bloggers y youtubers. Los nuevos estilos musicales, si es que puede hablarse de ellos, son execrables. La creatividad vive un momento de parálisis absoluta. Ya nadie escribe como lo hacían García Márquez, Benedetti, Borges, Neruda o Galeano. Ninguna película de cine de las producidas en los últimos veinte años me ha conmovido o maravillado ni un ápice de lo que todavía lo hacen las que se realizaron en el seno del Neorrealismo o la Nouvelle Vague. No existe un solo músico actual que pueda tocar un instrumento como lo hicieron Charlie Parker, Thelonious Monk o Dizzy Gillespie. Nadie ha vuelto a tener las voces de Billie Holiday, Ella Fitzgerald o Nina Simone. Las creaciones pictóricas de nuestros días parecen burdas caricaturas de cualquiera de los cuadros de Salvador Dalí, Francis Bacon o Antonio López.
Por más que suene a antiguo, inadaptado y apóstata de las nuevas tecnologías, la actualidad es culturalmente parapléjica. Hablemos de música, arte, cine e incluso arquitectura, todo parece una versión barata de lo que, cuando la formación cultural implicaba dedicación, lectura y años de trabajo, se hacía con un arrebatador virtuosismo. Por mucho que lo intenten, ninguno de los cineastas nacidos en la era de las redes sociales logrará jamás generar el efecto de tensión, atracción y placer que todavía nos producen las películas dirigidas por Alfred Hitchcock por un motivo muy simple: no dominarán jamás ese lenguaje cinematográfico que marcó la transición del cine mudo al sonoro, en el que cada plano y cada encuadre tenían un sentido y una significación, como lo hizo el mago del suspense. Del mismo modo que, por muchos tutoriales que se cuelguen en la red, nadie podrá volver a dominar el bandoneón como lo hizo Astor Piazzolla, ni hacernos sentir las raíces del jazz como un disco de King Oliver o Louis Armstrong.
Prácticamente nada de lo que se hace en la actualidad es capaz de generar admiración, emoción o cuando menos, sorpresa. En una sociedad intelectualmente devastada, el amor se busca en Tinder, la inspiración en páginas de ‘influencers’ incapaces de completar un cuardenillo Rubio y el genio en fórmulas de telebazofia como Got Talent. Los poetas son una especie en peligro de extinción. La música moderna está vacía de todo contenido. Los autores de libros más prestigiosos yacen sobre los fondos abisales de la mediocridad. La creación artística se ha vuelto monótona y previsible. Internet ha extendido un lenguaje vulgar, atestado de faltas de ortografía y que promueve la proliferación descontrolada de la ignorancia.
Explicaba el jazzista italiano Paolo Conte en una entrevista en 2015 que, desde que él se había iniciado en la música (hace más de 40 años), el panorama musical no había hecho más que empeorar, ya que "no se respira el aire artístico de antes" y han desaparecido elementos importantes como la armonía, haciendo "que la melodía se empobrezca". "No siento fascinación por lo que se hace hoy. Soy un viejo -contaba- que vive anclado en ciertos principios estéticos del pasado que no puedo olvidar. Las palabras moderno y actual son términos muy distintos. Yo pertenezco a lo moderno, y considero que lo actual no es tan fuerte ni revolucionario como lo era precisamente lo moderno".
La cultura del siglo XXI, si es que existe tal cosa, carece de la modernidad, la innovación, el talento y el carácter revolucionario que contenía la que se generaba cuando la telefonía móvil aún no había extinguido la poca inteligencia que nos quedaba y el esfuerzo y la dedicación eran los únicos caminos para alcanzar la erudición.