Milagros Domínguez García
De príncipes y princesas no va la historia
Por definición, el "príncipe azul" es ese caballero al que la literatura, sobre todo infantil, dota de capacidades convirtiéndolo en ese héroe que salva, protege y cuida a las féminas normalmente princesas desvalidas.
Hoy en día es una figura denostada a la que se le reprocha su estatus machista que hace que se invisibilice a la mujer y las capacidades que ella, como ser humano tiene para valerse por sus propios medios y, de sobra capacitada para vivir sin que se le considere un ser débil o inferior.
Voy a romper una lanza a favor del "príncipe azul" ya que considero que como el personaje de ficción que es no se le puede culpar de todos nuestros males.
Yo soy una niña del 68, claramente influida por esa educación machista y clasista en la que me crié. No creo en príncipes azules hoy día, pero tampoco cuando fui niña. No me vi perjudicada por esa lectura porque tenía claro que era ficción al igual que Marco buscando a su madre, que Heidi corriendo libre por los Alpes y que Pipi fumando y subiéndose a los árboles.
El problema en mi opinión no es que a una mujer se le considere encasillada en un rol después de haber leído siendo niña a Cenicienta, o la Bella Durmiente... El problema es que no encontramos explicación en la literatura para que crezcan monstruos despiadados que golpean, violan, humillan y denigran a las mujeres.
Quizá estamos otra vez culpando de forma encubierta y sin pretenderlo a la mujer. Quizá de esta forma la responsabilizamos de haber leído, quizá sentirse princesa y soñar con la llegada de su príncipe la haga nuevamente culpable de sufrir la furia de algunos.
Puedo entender la crítica que se hace a estos libros pero también entiendo que hoy día nuestros hijos ya no acceden a ellos y en cambio es muy preocupante el alto índice de violencia machista que se sucede en los institutos de la ESO.
Buscamos en nuestro pasado como Marisol en el baúl de los recuerdos y pareciera que pretendemos eliminar cualquier vestigio de lo que somos, cuando quizá la pregunta que deberíamos plantearnos es: ¿En qué nos convertimos?
Creo que hay que sensibilizar a favor de la igualdad a través también de la lectura y el cine, pero sobre todo de la educación diaria y con nuestro ejemplo.
Entiendo que se hagan estudios sobre lo que leíamos y cómo esto ha influido en nosotros pero deberíamos interesarnos más por lo que leen o no leen nuestros hijos.
Cuando a los 10 años ya poseen un móvil no leerán y seguramente les vendría bien que Caperucita les explicase que tuviesen cuidado con las apariencias porque se pueden ocultar tras la pantalla lobos vestidos con piel de cordero. Cuando a los 12 o 13 años tontean con el alcohol y las drogas quizá sería mejor que estuviesen en casa soñando con el príncipe y las princesas en lugar de en una sala de urgencias atendidos por un coma etílico. Cuando a los 16 años tienen conductas machistas en el caso de los varones o, como en el caso de las chicas las admiten y no las denuncian, posiblemente no sea a causa de lo que leyeron, sino más bien la razón la encontremos en lo que no leyeron.
De príncipes y princesas no va la historia. Va de respeto, de igualdad, de educación, de tolerancia 0 hacia la violencia y, sobre todo de trabajo conjunto para erradicar a esos monstruos que quisiéramos fuesen ficticios, pero no, son reales y, contra ellos nos debemos posicionar.