Manuel Pérez Lourido
Ultras
La ultraderecha que viene o que vino, la derechona valiente, merece una explicación. Tiene que ser más una invitación a reflexionar que una espoleta para el miedo o el odio, ya que es más un síntoma que cualquier otra cosa. La ultraderecha es como una úlcera que apunta a problemas gástricos de mayor envergadura, de esos que al final terminan con un tratamiento para el cáncer.
Un análisis a vuelapluma nos llevaría a vincularla con el hastío y el pánico. El hartazgo de una clase política acomodaticia y servil ante los poderes económicos y el terror ante los signos de descomposición de la sociedad que hemos dejado que construyesen (a nuestra costa y ante nuestra indiferencia). El miedo a los inmigrantes, a los diferentes en todos los sentidos, no es más que el pánico ante la imagen que nos devuelve el espejo. La falta de identidad produce holguras en el alma y al final esta da tanto de si que sus bordes se infectan y finalmente se secan y se pudren.
La ultraderecha es siempre una aventura hacia el vacío que ha escrito los capítulos más vergonzantes de la historia de la humanidad, aunque el viaje hacia ella se haya comenzado desde el lado contrario. “Los extremeños se tocan” decía Jardiel Poncela. Dachau, Tiananmén, escuadrones de la muerte, Hiroshima, el Gulag y decenas de otros nombres nos recuerdan que el horror no tiene signo político.
Se ha señalado a Podemos, el partido que emergió del 15-M, como extrema izquierda. El caso es que han hallado cuotas de poder, casi siempre en compañía de otros y en el ámbito municipal, y afrontan la siguiente convocatoria electoral con firmes posibilidades de renovar el éxito. Tan extrema no debe ser esa izquierda. La extrema derecha ha gobernado este país durante cuarenta años y cómo ha sido la cosa que llevamos otros cuarenta intentando recuperarnos de los destrozos. Aún está vivo el debate sobre el derecho de los familiares de los asesinados a la reparación y la recuperación de los restos. Por muchas leyes que se hayan aprobado, sigue habiendo gente que prefiere no oir ni hablar del asunto, aunque ello perpetúe una injusticia.
Todo apunta a que la ultraderecha va a recoger el sentir de los descontentos de todo tipo y pelaje. Golpear a los poderosos en la cabeza del sentido común. La democracia, aunque imperfecta, amenazada y a veces timorata, lo aguanta casi todo. Confiemos en ella.