Jesús Iglesias
Rumbas rancias
Una de las ficciones más capciosas y extendidas de las que se ha apropiado el discurso de los sectores conservadores es esa que reza que los partidos de derechas son los que mejor saben gestionar la economía. Se ha convertido en un axioma, un apriorismo de esos que ni siquiera necesitan repetir tanto como otras mentiras, ya que se ha fijado en el inconsciente colectivo (el más inconsciente de todos) como parte intrínseca de su 'marca', del producto político reaccionario. Individuos como Daniel Lacalle, cuya indigencia intelectual se manifiesta prácticamente desde el saludo inicial de una entrevista, son tratados como una especie de guías espirituales del sistema financiero. Desde su impúdico lodazal de ignorancia, la sociedad y sus medios de masas tildan de gurú a un charlatán de tertulias amarillistas y desprecian la sabiduría del inolvidable filósofo José Luis Sampedro.
Todavía no he conseguido descifrar los insondables resortes que llevan a un ser humano a afirmar que los dirigentes del Partido Popular son los mejores gestores económicos y, de manera casi inmediata, en la misma oración, a admitir que "es cierto que han robado mucho dinero"… Sin entrar a analizar su capacidad de pensamiento crítico o de acercarse al mundo a través de la mayéutica socrática, se trata de una regla de tres básica, de esas que uno ya puede afrontar en Primaria (la misma que la judicatura tendría que aplicar para descifrar esa incógnita de 'M.Rajoy' en los papeles de Bárcenas). Intuyo que, quizás, cuando hablamos de economía, nos estamos refiriendo a cuestiones muy diferentes. Es posible que sea yo el que esté delirando al pensar que el PP y los 'lobbies' bancarios cometieron un desfalco de más de 60.000 millones de euros. O que me ponga demasiado grave al opinar que, además de extirparnos derechos laborales y sociales básicos que costaron años alcanzar, esa persona 'non grata' en su propia ciudad dejó desahuciados a los colectivos más desfavorecidos y apadrinó la precarización generalizada de los contratos de trabajo, mientras los directivos de las empresas del IBEX-35 se forraban.
Sus gestores son tan competentes y controlan tanto de capitalismo, tarjetas 'black', fondos buitre y dinero negro que han llevado a su partido a ser el único imputado por corrupción en la triste historia de nuestra democracia (lo que equivale a votar a una organización implicada en actividades criminales). Y yo que pensaba, ingenuo de mí, que a lo mejor existe otra economía, que también estudié en la Universidad y que no tiene nada que ver con las macrocifras y con ese simplista argumento que reza: "Los empresarios son los que generan empleo (¡Qué generosos que son!), así que hay que incentivar que se asienten aquí bajándoles los impuestos (no vaya a ser que paguen lo que les corresponde) y 'favoreciendo' (léase abaratando) la contratación (léase, precariedad o esclavitud)". Porque, quizás, creo, la economía debería estar orientada hacia la felicidad de las personas, hacia la consecución de una sociedad con más derechos sociales, un sistema educativo para tod@s y una sanidad pública de calidad. Hacia eso que se llama estado del bienestar. ¿Qué sentido tiene una economía que no nos permita vivir mejor (a la mayoría, quiero decir, no solo a los que ya están podridos de dinero)?
Otro de los embustes que los 'fachas' han hecho suyo es el de autodenominarse 'provida' para justificar su artera e inmoral oposición a que se regule el derecho de las mujeres a abortar en condiciones sanitarias seguras y el de todos los seres humanos a tener una muerte digna. ¿A favor de qué vida están esos que le niegan la eutanasia a una persona que pasa su existencia retorciéndose de dolor o que obligarían a parir a una adolescente que ha sido violada? ¿Qué clase de psicópata se cree con derecho a decirles a los demás que tienen que soportar una vida de sufrimiento, a poner en riesgo la integridad de las mujeres (precisamente sus vidas), a incentivar la clandestinidad y a criminalizar la libertad de decisión? ¿A dónde vamos a parar si uno no puede decidir ni siquiera sobre su propio dolor y sobre su propia muerte?
Sea cual sea la cuestión, todo el rancio ideario de las tres ultraderechas tiene algo en común: meter las narices en la existencia de los demás. Decidir qué vida tienen que vivir los otros, cómo tienen que vestir, qué es pecado y que no, a quién tienen que amar, qué tienen que hacer con sus cuerpos, cómo tienen que ser para ser 'normales'. Gente que, como Pablo Casado, nunca ha parido, aleccionando a las mujeres sobre la responsabilidad de 'portar' un hijo. Célibes dando cursos para curar la homosexualidad y sentando cátedra sobre sexo y relaciones sentimentales. "Hay que respetar todas las ideologías y modos de pensar", dicen, mientras interpretan constantes discursos de odio y defienden violentamente doctrinas cimentadas en la más abigarrada intransigencia.
Y en el delirio de su exaltado fanatismo, terminan empantanados en ridículos tan espantosos como el que protagonizó el 'popular' José Antonio Monago al confesar, durante un mitin, que le gusta 'Camela', según señalaba, "porque llenan (sus conciertos) de gente humilde y sencilla y porque no tienen el patrono (imagino que se refería a patrocinio) de multinacionales (yo juraría que graban con Warner Music)". La comicidad de su alegato no viene dada tanto por su horrendo gusto musical (tampoco esperaba de Monago que escuchase a John Coltrane o Nina Simone) como por esa apología del ignorante orgulloso de serlo. El indocto que presume de su condición, asociado a epítetos como humilde y sencillo, como si alguien no pudiese ser humilde por escuchar jazz o música clásica. Otro lugar común y vicio del populismo de las derechas: dar por hecho que alguien es inculto por haber nacido en un pueblo y acusar a la izquierda de elitismo intelectual. Jactarse de leer y de tener capacidad de pensamiento crítico es esnobismo. Presumir de no haberse leído un puñetero libro en la vida, un motivo de orgullo. El PP es una alegoría del complejo de inferioridad que atribula a los intolerantes.