Alexander Vórtice
Pactar con el diablo
Un partido político es como un club de ajedrez, pero sin fichas, sin tablero y sin ajedrecistas.
Pablo Casado toca el bajo al son de la contradicción certificándonos que el Partido Popular representa a la España que madruga. También ha dicho hace unos días que bajaría el salario mínimo de 900 euros a 850 si llegase a gobernar, para en pocas horas rectificar y expresar que "donde dije digo, digo diego…"
Yo soy de los que opinan que perder 50 euros por votar a tu líder preferido no es para tanto, al fin y al cabo, ¿qué precio le deberíamos poner a los ideales?
Santi Abascal, el semental en términos burocráticos y de pechera, se sube al caballo cuyo nombre es Babieca todas las ocasiones que puede y nos ratifica que en sus mítines no cabe más gente, que el aforo es el que es, para acto seguido salir a la puerta del pabellón y, con megáfono en mano, vociferar "¡Viva España!".
Esto me recuerda un poco a aquellas veces en las que el segurata de la puerta de una discoteca no te permitía el acceso alegando que el antro estaba más que lleno, y cuando ya te estabas yendo, llegaba un tipo engominado con zapatos de charol y gafas de sol -a medianoche, ojo- al que sí le permitía colarse en el local, al tiempo que le daba una palmadita en el hombro a modo de cordialidad un tanto pandillera.
Por otra parte, Albert Rivera se centra en centrarse muy mucho en el centro. Ha asegurado que su formación política no es ni de derechas ni de izquierdas. Dice que ellos no son taurinos ni antitaurinos y, si esto no llegase para que el electorado se hiciera la picha un lío, también ha dicho que él ni es machista ni feminista…
Posiblemente el "yo ni soy ni dejo de ser" -argumento muy galaico que hace de la contradicción una virtud-, haga de la falta de tesis una forma de vida, de hacer política de andar por casa.
Sobre Pedro Sánchez hay que decir que no se deja ver casi en campaña electoral y, gracias a esto y a otras estratagemas que se me escapan, las encuestas se posicionan cada día más a su favor. Se diría que cuanto menos se observa el careto del candidato, más lo echas de menos, y así uno anhela concederle apoyo.
Aunque yo soy de los que creen que Sánchez ha hecho un pacto con el diablo, entiéndanme, primero está y lo echa su propio partido; luego regresa y le gana la partida a Susana Díaz, para rápidamente, y con los apoyos de una Cámara congestionada y dividida, lograr proclamarse presidente del Gobierno (de acontecimientos como este nace la frase "no estaba muerto, sino que estaba de parranda").
Así pues, estimado lector, si no se siente identificado con estas contradicciones, con los ilusorios alegatos escritos en este texto, seguramente sea porque usted no es el dócil ciudadano que todo político desea manipular.