Manuel Pérez Lourido
Estamos perdidos
El artículo de hoy va a dar mucho que hablar porque pienso darle la tabarra con él a todo aquel con quien me tropiece durante el día, en una especie de autopromoción histérica de uno de "esos" artículos que de tarde en tarde uno se saca de la manga, aunque a veces parezca que lo que hace es estirar esta para sonarse los mocos. Igual hay de todo un poco.
En ocasiones las cosas salen como uno lo desea antes de que se materialicen. Por ejemplo, los purgados del PP en las listas al Congreso en beneficio de individuos como Suárez Illana (otro "hijo de" cuyos méritos quedan a años luz por detrás de los de su progenitor), seguro que se regodearon cuando soltó la famosa frase de que en Nueva York abortan a los bebés recién nacidos. La burrada es de tal calibre que en la sede del partido temblaron las paredes como aquel día en que se destruyeron discos duros a martillazos. Este señor también dijo una vez que la transición se debía tanto a gente como Santiago Carrillo como a Francisco Franco, puesto que este fue quien nombró a su padre, Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos, a la postre actores destacados en el mencionado proceso político. Francisco Franco, demócrata y visionario. En fin.
Ante esto casi resulta una menudencia la certeza de que durante la última legislatura de los populares y desde el ministerio del Interior se dispuso dinero para espiar a adversarios políticos. ¿Recuerdan a aquel señor que tenía un ángel de la guarda llamado Marcelo que le conseguía aparcamiento para el coche, el mismo señor que ponía medallas de la guardia civil a la virgen y alambradas con cuchillas a los inmigrantes y que ejercía de ministro del Interior? Si, hombre, Jorge Fernánde Díaz. Lo pusieron en la tele hace nada cuando negaba desde su escaño el asunto del espionaje. Claro que no hay nada que achacarle: como miembro supernumerario del Opus Dei estaba autorizado a mentir cuando lo precisase en virtud de la doctrina de la "santa desvergüenza" sobre la que escribió monseñor Escrivá.
Había prometido no citar a Vox, never, por lo que voy a romper inmediatamente lo prometido ya que no quiero sentirme atado ni siquiera a mis promesas. Vox es una banda de tributo de Fuerza Nueva y calcan tan bien el repertorio, lo interpretanta con tanta pasión y asertividad, que van camino de convertir en pura anécdota el acta de diputado de Blas Piñar (las últimas encuestan hablan de que obtendrán 30 escaños).
Se está poniendo de moda los movimientos de tránsfugas que buscan acomodo en fuerzas políticas distintas a las suyas porque consideran que así van a alcanzar más facilmente sus objetivos.
Los partidos políticos pierden credibilidad cuando se asemejan a clubes de fútbol que fichan empleados de cara a la nueva temporada. El proyecto personal, la promoción individual, el deseo de lograr o mantener un cargo público se convierten en motor de la vida política en lugar de la vocación de servicio a unas ideas y a una sociedad. El nosotros devorado por el yo.
Y ahora un asunto que es otra auténtica vergüenza. Resulta que un tal Fernando Fabiani, al parecer médico y colaborador de "Saber vivir", dice que no hay que beber dos litros de agua al día. Dice que la sed ya indica cuando hay que beber agua. Dice que en los alimentos que ingerimos hay agua y que esos dos litros no hay que tomarlos al pie de la letra (ni de ninguna otra manera). Es tan razonable todo lo que dice que seguramente es cierto. Pero, entonces, ¿nos han estado engañando todo este tiempo? ¿Es que las dietas que se divulgan a troche y moche están promovidas por asociaciones sadomasoquistas? ¿Es que he estado haciendo el gilipollas cada vez que me hinchaba a vasos de agua cuando quería adelgazar? Ya sé que he hecho mucho el gilipollas, en general, pero particularmente en este caso, ¿cuando obedecía instrucciones supuestamente solventes, también?