Jesús Iglesias
El papa 'progre'
Comenta siempre mi vecina del segundo, la que sabe de papas, que Jorge Mario Bergoglio, más conocido como Francisco, es un tipo moderno, 'enrollado', con ideas que, en el seno de la Iglesia Católica, bien podrían recibir el calificativo de progresistas. Al margen de lo absurdo de otorgar dicho epíteto a una institución ranciamente machista, en la que el papel de las mujeres se reduce al de sumisas criadas sin voz ni voto, y sustentada sobre fábulas que se gestaron cuando el fuego era tecnología punta, por mucho que utilice un lenguaje más 'cercano' y empapado de porteña musicalidad, el discurso del Papa Francisco resulta bastante menos moderno que su vestuario. Y, aunque no esperaba demasiado de un tipo capaz de justificar la pederastia en la Iglesia afirmando que "la sociedad quiere correr más de lo que la institución puede", he de reconocer que me dejaron boquiabierto algunas de las declaraciones que Bergoglio pronunció en su entrevista con Jordi Évole.
Aguardaba al menos que, en estos tiempos en los que la ultraderecha pretende extirpar del corazón de la democracia todos esos derechos que ha costado siglos de revoluciones adquirir, el portavoz de la Iglesia de Roma actualizase sus prédicas con las legislaciones de algunos países occidentales y abandonase esa reaccionaria y caducada concepción de la homosexualidad como un trastorno mental. Sin embargo, mi ingenuidad se diluyó del todo cuando Évole le interrogó acerca de una cita que había salido de su boca y que, ya de partida, no pintaba demasiado bien: "No soy quien para juzgar a un homosexual. Las tendencias no son pecado". Hasta ahí estábamos casi todos de acuerdo, pero la postura de Francisco se acercó de manera fulgurante hacia los eslóganes de los autobuses de 'Hazte Oír' (esos de 'Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva') en cuanto se dispuso a aclarar la cita: "Nunca se echa del hogar a una persona porque tenga una tendencia homosexual". ¡Nos ha jodido mayo con las flores de la modernidad!
¿Estaba refiriéndose el Papa a los casos concretos de Arabia Saudí y Brunei (echando mano de proclamas más básicas, comprensibles hasta por un talibán, del tipo 'Pegar a las mujeres es malo') o asumía que algunas familias son capaces de exiliar a un menor del hogar si descubren que les ha salido mariquita? Disipaba Jorge Mario mis dudas, pero no mi horror, al añadir que "cuando la persona es muy joven, muy pequeña, y empieza a mostrar síntomas raros, ahí conviene ir a un profesional". Matizó Jordi Évole, con toda la diplomacia que a mí me hubiese faltado, lo que cualquier ser humano con un poco de sensibilidad y conciencia pensaría: "No sé si usted ve una rareza en que un hijo sea homosexual. Pensar que es una cosa rara que le gusten las personas del mismo sexo…". "En teoría no -contestó el renovador de la Iglesia-, pero estoy hablando de un chico que se está desarrollando y los papás empiezan a ver cosas raras. ¡Consulten, por favor, y vayan a un profesional! Y ahí se verá a qué se debe. Puede ser que no sea homosexual, que se deba a otra cosa". Sí, puede ser que el niño les haya salido comunista o que unas paperas mal curadas le hayan hecho obsesionarse de repente con las pollas.
Quizás mi vecina del segundo perciba ese aroma progresista del que me habla en el Papa cuando Francisco clarifica que "una vez que la actitud homosexual está fijada, ese hombre o esa mujer homosexual tienen derecho a una familia, y esos padres tienen derecho a un hijo, venga como venga". Si el autobús de 'Hazte Oír' y el profesional de la psiquiatría fracasan en su misión de inculcarles esa metáfora de las manzanas y las peras que patentó Ana Botella, habrá que resignarse a aceptar el trastorno del chaval. Teniendo unos padres que piensen como lo hace Bergoglio, lo más probable no es que el menor sea expulsado de su casa, sino que acabe por fugarse a kilómetros de distancia en cuanto se le presente la primera oportunidad. Si la Iglesia todavía mantiene este discurso en lo que se refiere a las tendencias sexuales, a ver quién se pone a explicarles a los feligreses que existe algo llamado diversidad de género y que hay mujeres que tienen pene y que, de no ser por la presión de la sociedad a la que se las somete, estarían además muy satisfechas de mantener dicha herramienta en sus cuerpos.
Sostenía un profesor de Filosofía que tuve durante la Secundaria que los curas "son coma xente maior falando de cousas que fan os xóvenes". En esta indecente sociedad, se otorga a hombres supuestamente célibes el rango de autoridades en materia de sexualidad y gestación. Los que nunca han hecho el amor ni tenido una pareja se convierten en catedráticos de las relaciones sentimentales y la vida conyugal. Y, en el delirio de sus peroratas, se permiten incluso la licencia de juzgar qué "tendencias" son naturales y cuáles van 'contra natura'. Aunque mi visión sobre las creencias religiosas no difiere en nada de la que José Saramago muestra en el documental 'José e Pilar' ("Nascer, viver e morrer, e acabou… Espero morrer lúcido e de olhos abertos") y considero insensato tratar de pregonar igualdad y diversidad en instituciones que son, en esencia, machistas, jerárquicas y reaccionarias, recomendaría a la Iglesia que aceptase la realidad (gays y lesbianas los hubo desde mucho antes de que crucificasen a Jesús de Nazaret), racionalizase sus homilías y no avivase aún más la llama de los discursos de odio con los que amanecen los noticiarios. Francisco, 'caladiño', hasta parece 'progre'.