Carlos Regojo Solla
Te recuerdo, Amanda
Mi primer "arsenal" era variado, completo, fácil de adquirir. Sus piezas me llegaban desde "Crisol", vía ferrocarril, al pequeño almacén de Otero donde, previo pago, "aquellas armas" pasaban con gran ansiedad a ser de mí propiedad. Alguna remesa venía "equivocada", repetida, y puesto que las condiciones implícitas de la compra establecidas con Otero no permitían otra cosa, esta circunstancia me obligaba a recurrir al "mercado negro" con otros compradores privados, en transacciones de intercambio más o menos dialécticamente violentas de las cuales no siempre salía satisfecho. Pensaba que el suministrador era un auténtico marrullero que se libraba de los excedentes para hacernos pelear entre nosotros y justificar así la calidad y destino de aquella mercancía a poco más de diez años de finalizada la Segunda Gran Guerra; pero yo vivía entusiasmado viendo crecer mi "arsenal", cubriendo los huecos con un nuevo puñal, un rifle distinto, una granada innovadora… Tenía mis favoritas. Recuerdo la inusitada forma de aquel rifle de caño curvo con un espejito en la doblez que servía para disparar hacia atrás en las esquinas cuando el combate era un avance "puerta a puerta". Conservo la imagen del cris malayo de hoja flamígera; la belleza de la falcata, el subfusil naranjero, la granada de piña, la gran variedad de pistolas y revólveres de difícil elección… Una auténtica maravilla que combinaba con la realidad de la vieja Sarasqueta de caño paralelo, calibre doce, herencia del abuelo, para la cual ayudaba a confeccionar cartuchos en un apartado caserón, parada de postas, allá "na Terra cha", propiedad de la familia Sanmartín, parada familiar obligada en meses de caza abundante de perdiz y liebre, cuando era preciso cuidar las patas de los seter y pointer que regresaban a casa los primeros con trote alegre y satisfecho pese a estar cansados y heridos en las "tojeras". Un recuerdo especial para aquella seter color fuego llamada Fai, que tantas satisfacciones dio con su olfato y bellas posturas, cuando te extasiaba en la estampa del momento del levantamiento, pata derecha en alza y cola erguida, señalando la roja agazapada, giraba lentamente la cabeza hacia Lalo esperando la imperceptible orden visual, el gesto "acordado" para obligarla a salir con un último y delicado movimiento que se volvía explosivo en un instante. … En aquel tiempo, con todo, en casa lucían un par de floreros metálicos, grandes, redondos y brillantes que no eran otra cosa que los casquillos de dos "pepinos" de artillería recuerdo del frente de Escamplero, siempre con flores sobre el taquillón de la entrada el cual albergaba en uno de sus cajones una chapa de identificación, en aluminio, sin partir, perteneciente a un infante voluntario que había logrado sobrevivir, milagrosamente, al frente de Stalingrado. Frentes ambos donde los nacionales llenaron hojas de servicio extraordinarios.
Cuando me lo asignaron el corazón me dio un vuelco. No lo podía creer. ¡Mío, todo mío! Pavonado en negro, frío, atractivo, completamente metálico a excepción de la culata, con sus clics característicos, su peso, aquella asa de transporte, su trípode, la bocacha apagallamas...
--Fijaros bien en la numeración. ¡No quiero ver en el armero un CETME fuera de su sitio, coño! ¿Queda claro? ¡Cada uno es responsable de su arma! -decía el alférez Jorge en el C.I.R. de Viator.
A este subyugador contacto con el siete sesenta y dos le siguió su despiece y correspondiente montaje hasta adquirir la habilidad de hacerlo con solo el tacto, los días de tiro con cargadores de veinte que sabían a poco, el lanzamiento de las PO de bakelita que más se parecían a botes "Kanfor" de limpieza del calzado que a granadas de mano y más tarde, ya en destino, el subfusil Star Z-45 y la Astra de nueve milímetros, ambas en galería y, para terminar, un breve escarceo con la MG -42, debo citar el canguelo con el lanzagranadas en Rostrogordo, arma al que estuve finalmente adscrito en Rusadir de cuyo uso ( que no disfrute) alguien salía siempre afectado.
Si a mi colección de cromos "Historia de las armas" citada al principio, añado mi tirachinas, los arcos de ballena de paraguas, todas mis navajas y cuchillos de monte, mi recordado rifle de corchos, las escopetas de balines, los "Colt" regalo de Reyes… debo reconocer que he sido un hombre de armas, pero siempre me he sometido a caminar entre ellas según la oportunidad las ponía en mis manos de forma legal.
He pasado una porrada de años de vida profesional en labor educativa y me he desvivido por introducir en la mente de mis alumnos la idea de la paz. Junto con mis colegas en reuniones específicas, abordábamos los recursos y actuaciones para que nuestros discentes recurriesen al discurso y actuación no violenta en lugar de a la belicosidad. Carteles, slogans acompañaban siempre a la paloma de Picasso, la vida de Mahatma Gandhi o de Luther King, resolviendo los problemas de enfrentamientos personales, derivándolos a un apretón de manos y un abrazo sincero. Jornadas específicas que tenían un desarrollo general en el día a día durante todo el curso escolar, y ahora después de tanto tiempo y trabajo convencido, se oyen voces intransigentes, queriendo poco menos que revivir el Somatén, diciendo que "todos los hombres de bien debemos disponer de un arma de fuego para nuestra defensa". La puñeta está en que quién esto dice, pertenece a esa generación que mis colegas y yo tratamos de educar, más o menos.
Descansar la tranquilidad en el pensamiento de que tienes la última palabra en tu sobaco es vivir confiado en que tu razón es única. El miedo es siempre quien aprieta el gatillo.
Seguro que nos lo merecemos.