Beatriz Suárez-Vence Castro
Aquí
El pasado sábado, José Sacristán abrió una mano y nos retuvo a todos en el puño. Allí estuvimos, mientras desgranaba palabra a palabra un texto maravilloso del maestro Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris. Palabra a palabra, envueltas en una voz que proyectaba hasta la última fila sin necesidad de ayudas artificiales: un actor solo hablaba y llegaba.
Un intérprete de oficio, bregado sin vergüenza en películas que preferimos no recordar y en otras inolvidables que han hecho de él, todas ellas, quien es hoy. Cine y muchas tablas de escenario que es donde arde o no la madera del intérprete. Él consigue prender esa llama.
El texto de Delibes, tan intenso que puede resultar demasiado áspero leído en la soledad de un cuarto, necesita de un actor como Sacristán para poderlo soportar. El autor no esconde nada y deja al lector, y también al actor que interpreta el personaje, en la más absoluta soledad.
Sólo estuvo José Sacristán una hora larga en el escenario, sin parar, sin fallar, sin dudar. Comedido y sobrio, como solo los grandes pueden estar, para hacer que únicamente brille el texto. Un foco, un actor, algo de atrezzo y nada más. Nada más cuando el intérprete y el autor están a la misma altura. Cuando se llega ahí arriba.
La soledad del actor es en la obra la misma del personaje, un pintor en crisis creativa, que hace partícipe al espectador del inmenso dolor de la pérdida de alguien a quien amó más que a él mismo y que ahora golpea su existencia. Intenta ahogar su pena en vasos de alcohol que solo le traen más y más recuerdos. Un texto limpio, árido y sobrecogedor como la lección de interpretación a la que asistimos. Solo estaba Sacristán, los demás pasábamos por allí . Le escuchamos y nos encogió el corazón.
El contrapunto llegó el domingo por la mañana al Teatro Principal con la compañía la Trócola Circ que puso sobre el escenario la obra Emportats. Una explosión de alegría donde encontramos malabares, música y humor a mansalva. Inglés, francés, mímica, y risas. Disfrutamos todos: el público infantil, el adulto, los actores en una comedia pura y original donde unas simples puertas de madera acaban siendo desde un arpa hasta una rampa de lanzamiento. Los artista, jóvenes, desconocidos para el gran público, con cuerpos que parecen hechos de goma y sonrisa perenne en la cara fueron el opuesto perfecto a la obra del día anterior en Abanca.
Si señora de rojo sobre fondo gris, a través de Sacristán, nos hizo padecer la agonía de la nostalgia, los cómicos de la Trócola Circ nos insuflaron una dosis de fe en el futuro, exportable para toda la semana.
Todo fue posible aquí, en una ciudad pequeña que puede a veces ahogarnos y otras hacernos sentir orgullosos por querer y poder albergar teatro y circo, tanto arte en tan poco tiempo, con menos medios y menos espacio que otras ciudades de mayor tamaño, no más grandes, si por proporción de oferta cultural las medimos .
48 horas de Teatro que es, como la vida, un día drama y al otro comedia y que traerá, por segunda vez a Pontevedra, otra obra inmensa de Miguel Delibes y a otra intérprete que también parece hecha para el texto: Cinco Horas con Mario. Será en Mayo, con Lola Herrera. Difícil imaginar una actriz diferente para el papel de Carmen Sotillo, la viuda vestida de negro capaz de arrancar sonrisas en medio de la tristeza.
El próximo domingo, 10 de Marzo, termina el ciclo de teatro para toda la familia Domingos no Principal, que ha llenado por completo, domingo tras domingo, desde el 20 de Enero.
Aquí, sí, en Pontevedra.