Jesús Iglesias
Hermanos políticos
A pesar de los capciosos esfuerzos que el periodismo servil realiza para intentar distanciar las propuestas programáticas de las tres principales formaciones políticas 'fachas’, soy incapaz de distinguir la diferencia entre el discurso del PP de Pablo Casado y el de Vox. Y no es que me vea intelectualmente poco dotado para analizar el carácter más o menos reaccionario, moderado o conservador de sus mensajes (las Ciencias Políticas se me dieron siempre especialmente bien a lo largo de mi carrera universitaria), sino porque, por primera vez, la derecha (o más bien ultraderecha) se ha despojado de las ataduras de la diplomacia y afirma, sin ningún tipo de rubor, lo que siempre ha pensado. Lo dice, además, al unísono, como una especie de coro falangista en el que, a pesar de que las distintas voces tratan de destacar, todas se combinan armónicamente en una misma escolanía de xenofobia, machismo, homofobia, racismo, exclusión y populismo de pulserita rojigualda.
Aseguraba el otro día la 'popular’ Ana Pastor que se echaba "las manos a la cabeza" cada vez que escuchaba los discursos de Vox, en especial cuando se referían a las mujeres. Aunque también me provoca un profundo malestar que nuestra sociedad se haya vuelto tan indocta como para conceder su voto a unos fascistas, no comparto, sin embargo, su sorpresa. Y a no ser que acuda con tapones para los oídos a los actos de su partido, dudo mucho que a ella misma le cojan de improviso las animaladas de Abascal y compañía. Lo digo, sobre todo, porque son, como mínimo, del mismo calibre que los exabruptos misóginos y reaccionarios que Pablo Casado pronuncia cada vez que le ponen un micrófono delante (podemos hasta imaginarnos los que suelta en la intimidad). Así que, como no ponga un poco de distancia emocional con respecto a la campaña electoral, estoy convencido de una mujer tan comedida y correcta como la señora Pastor podría quedarse sin pelo de tanto echarse las manos a la cabeza al escuchar hablar al 'trifacho’ formado por Casado, Rivera y Abascal (el mejor término acuñado hasta la fecha, por su exactitud, ha sido el de derecha 'trifálica’).
Así que no. No me sorprende que un partido como Vox sea capaz de llenar pabellones deportivos y entre a formar parte del Gobierno de la Junta de Andalucía. Tampoco que se estrene el próximo 28 de abril en el seno del Congreso de los Diputados. Hasta me parecen pocos esos centenares de 'hooligans’ con los que dicen que la organización de ultraderecha ha aterrizado en Pontevedra. El fascismo no puede aterrizar ni en nuestra ciudad ni en el resto de Galicia, entre otros motivos, porque ya lleva unas cuantas décadas felizmente asentado por aquí. Para mí, que me llevo echando las manos a la cabeza desde que tengo uso de razón, no hay nada nuevo bajo (o cara) el sol. La discriminación por razones de raza, sexo y religión ha formado siempre parte del ideario de la derecha. Eso es, precisamente, ser de derechas. Las ideas reaccionarias no son más que la patología del pensamiento conservador. Y hasta resulta bastante absurdo hablar de 'ultraderecha’, como si acaso uno pudiese ser un poco racista, moderadamente machista o delicadamente clasista. Si no tratas a personas de otras razas como iguales o llamas independentista a alguien por expresarse en catalán, gallego o euskera, eres facha perdido. A secas. Y un idiota también. Si niegas la violencia de género y pones en duda la necesidad de la lucha feminista, eres tan machista como el sistema educativo franquista.
Pero no, lo de Vox no es ninguna cantinela que no hayamos escuchado antes, señora Pastor. Ya desde su primer discurso como líder de los 'populares’, Pablo Casado dejó bien claro que su partido tenía que volver a ser una derecha orgullosa, "sin complejos", que dijese cosas 'fachas’ sin tener vergüenza de ello. Nada puede resultar más revelador que la necesidad de animar a alguien que no sienta vergüenza de su forma de pensar. Es como si el nuevo líder del PP se hubiese dado cuenta de que, ya que han salido de rositas después de ser la primera organización política de la historia de la democracia en ser imputada por 'saquear’ el dinero de todos, nada impide ahora a los militantes expresarse tal y como son cuando toman la 'chiquita’ con los amigos y repiten, como un mantra, que "los inmigrantes reciben más ayudas" y que "también hay muchos hombres maltratados por sus mujeres". Al menos, ya pueden abandonar sin ruborizarse esa hipócrita, extendida y perniciosa perorata que reza: "A mí no me interesa la política. Yo no soy ni de derechas ni de izquierdas, sino del que mejor lo haga". Casualmente, el que mejor lo hace, en base a su criterio (que es ninguno, ya que no les interesa la política), suele militar en un partido reaccionario hasta la médula.
Por supuesto, la inauguración de este PP sin complejos, compitiendo con Ciudadanos y Vox por ver quién es más de derechas, no agrada a varios históricos del partido, como el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, que, cada vez que Casado pide volver a la derecha, necesita recordarnos a todos que son un partido de centro. También el presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, ha incidido en la necesidad de "recuperar" el discurso de centro. Con lo bien que les había venido ese término, el de centro, para ofrecer cobijo a todas esas personas a las que no les interesa la política (pero que votan siempre a los mismos), y viene ahora un niño bien con nostalgias a querer ser más patriota que Abascal. Se ha olvidado Casado que, si en esa ambigüedad del centro son franquicia, en lo que a ser 'facha’ se refiere, Vox es ahora una firma genuina y ellos la marca blanca. Le concedo eso sí a los 'populares’ algo más de coherencia que a Ciudadanos: la filial de ropa joven del PP, que llegó a presentarse en su día como una opción de centro progresista, ha pegado tantos volantazos a la derecha que ya no sabe exactamente dónde están sus votantes (mareados, en todo caso).
Vox no es nada nuevo. Ya existía. Su gran aportación a la ultraderecha ha sido la de decir, a grito pelado y sacando pecho, lo que muchos militantes y votantes del PP y de Ciudadanos reservan solo para la intimidad. Desde luego, y al margen del dinámico mercado de tránsfugas del equipo azul al naranja (se intuye la tragedia), no he visto que nadie en el seno de ambos partidos se rasgase demasiado las vestiduras tras el infame pacto de la Junta de Andalucía. Para Ciudadanos, coherencia es vetar al PSOE y negociar con el fascismo. Coherencia es Arcadi Espada protagonizando comentarios nazis sobre las personas con discapacidad intelectual en un programa de televisión. Y en este mar de ambigüedades en el que flota la derecha, hasta el mismísimo conselleiro 'popular’ Alfonso Rueda ha asegurado que su partido condiciona un 'hipotético’ pacto electoral con Vox (tan probable como la muerte) a lo que "plantee" la manada de Abascal. Como si Rueda no tuviese ya nítidamente claro qué es lo que ofrece Vox. Aunque solo sea por afinidad.