Manuel Pérez Lourido
España se droga
Siempre he admirado, secretamente, o sea, sin decírselo a nadie, a la gente que se droga. Para ser más exactos: a la gente que soporta las drogas. Esas personas que prestan su cuerpo para que la química lo posea.
Yo pertenezco a ese sector de la población que se coloca con una manzanilla. Una simple aspirina me cura una cefalea al instante, además de protegerme durante meses de la siguiente. Si me tomo un café paso tres noches sin dormir y un zumo de naranja me llega para aguantar una maratón. Siempre he tenido que tomar medicinas en dosis ínfimas, ya que mi organismo asimila cada intromisión de un principio activo (sea eso lo que sea) hasta sus máximas consecuencias. Una copa de whisky basta para que tengan que detenerme por escándalo público (a otros les da por llorar). El olor del eucalipto me cura las gripes y la tila me sumerge en un estado catatónico profundo.
Bueno, igual lo estoy exagerando un poco: quiero decir que reacciono de maravilla a cualquier estímulo, por eso no he podido probar las drogas nunca. Una vez fumé un cuarto de porro y comencé a ver cucarachas. Eran de verdad, porque estábamos en un antro de mierda, pero me asusté mucho.
Llegado este punto, tal vez convenga declarar que estoy absolutamente en contra del consumo de drogas desde un punto de vista personal y social, pero absolutamente a favor de que cada uno haga con su vida lo que mejor (o peor) le parezca. Ya sabemos todos que la gente que se droga, además de sostener un negocio de dimensiones estratosféricas, termina por incluir a sus semejantes entre las víctimas de su hábito, principalmente a aquellos que tiene más a mano. Pero, siempre desde el análisis teórico y con la frialdad y desapego de la observación científica, la capacidad para drogarse me ha parecido una especie de don, consideradas mis circunstancias.
España se droga, señoras y señores. No soy el primero en afirmarlo, ni seré el último, pero me veo en la obligación de recordar ciertos datos inapelables: tenemos una tasa de consumo de alcohol mayor que la media europea (ocupamos el octavo puesto), a pesar de que están disminuyendo las cifras. Tras el alcohol, tabaco, hipnosedantes, cannabis, cocaína, éxtasis, alucinógenos, anfetaminas y heroína completan el ranking, en orden decreciente de uso. Del elenco anterior, tenemos el título de champions europeo en cuanto a cannabis y cocaína. Al parecer hay un repunte en el continente debido a un aumento de la producción en Sudamérica.
No es de extrañar nuestra particular inclinación hacia las drogas "sociales" pues somos un pueblo parrandero, rumbero, torero y porculero. Vemos al prójimo como alguien con quien pasárselo bien o a quién hacérselo pasar mal (que es nuestra otra manera de pasarlo bien).
Por ejemplo: la esfera política española se caracteriza por un encarnizamiento que a veces roza lo patológico. Y ahora que la fragmentación del voto obliga a los pactos post-electorales, saltan las chispas por las esquinas. No estamos acostumbrados a pactar con nuestros adversarios, sino a ordeñarlos cuando vienen a solicitar nuestro voto. Lo cierto es que ni siquiera estamos acostumbrados a llegar a acuerdos con aquellos que visten nuestra propia camiseta. Véase lo que pasa, a cielo abierto, en PSOE y Podemos y lo que ha pasado toda la vida, aunque siempre entre bastidores, con el Partido Popular. Solo Ciudadanos parece mantener el rumbo de momento sin guerras internas, aunque tienen sus escaramuzas (los de Vox no tienen militancia ni para pelearse entre ellos).
Espero que ya hayan advertido la orientación de este texto: comenzó con una incursión confesional en el mundo de la droga y ha derivado hacia la situación política en el país. Una cosa lleva a la otra, podemos verlos como asuntos conectados.
Somos cainitas, envidiosos, lenguaraces, individualistas. Y nos gusta drogarnos. Así es como somos y haremos bien en asumirlo. Es el primer paso para intentar enderezar el rumbo, procurando que afloren menos esas debilidades. Y convendría estudiar con calma la influencia que pueda tener el asunto de las drogas en la intensidad de nuestros defectos. ¿Qué solemos hacer cuando nos chuzamos?, ¿elogiar a nuestros semejantes?, ¿comprenderlos mejor?, ¿aflora la empatía cuando la coca corre por las venas?. Todo parece indicar que el consumo lo que hace es consumirnos aún más.
Vinen largos meses de campaña política. Oiremos todo tipos de cosas: mentiras, insultos, promesas, más mentiras, más insultos... arranca una reedición de la lucha fraticida entre adversarios encarnizados, solo que esta vez se agruparán en bloques. No se droguen demasiado.