Manuel Pérez Lourido
Desidia
Comenzaré la pieza de hoy pidiendo disculpas de antemano por si decepciona más de la cuenta. Tal vez los lectores y lectoras más fieles adviertan una mayor inconsistencia de la habitual, el pensamiento algo más desperdigado, un aumento de la divagación. Se trata de que se me ha roto el ordenador y he tenido que echar mano de un portátil que andaba por casa. Dentro de mi habitual desorden, el viejo ordenador solía llevar a buen puerto estos intentos por pintar la mona y a la vez entretener. Me había estado avisando de que se cernían catástrofes sin cuento si no sustituía no sé qué por culpa de un nosecuanto que estaba obsoleto. Había incluso solicitado presupuesto en una tienda del ramo. Sin embargo se impuso la pereza, la desidia a la que cantaron Objetivo Birmania en el 84 (es increíble la cantidad de información inútil que se queda adherida a las meninges sin uno pretenderlo).
Lo cierto es que ayer el artefacto se hartó de mi ninguneo y decidió implosionar silenciosamente. Me hizo un corte de mangas con un icono de una carpeta y un signo de interrogación parpadeante y me quedé chafado como un líder cualquiera de (des)Unidos Podemos.
Mientras ocurría todo esto y sobre todo, mientras escribía este primer párrafo, tomé la decisión de hacerlo sobre la necesidad de la rutina y sobre la desidia. Son asuntos básicos en la vida de cualquiera que se aprecie a si mismo, como servidor. Sin la rutina no sobreviviríamos en un entorno que nos llama a la dispersión, el desparrame, la vorágine, la producción, el consumo, el hedonismo, la queja, la acumulación, los reproches. Etc, etc. Como no existiesen un bajo o una batería que sostuviesen las improvisaciones de los instrumentos solistas, el jazz sería un estilo insoportable. Para algunos ya lo es. Les resulta aburrido, pero la vida es mejor que sea algo aburrida. Todo esto, o quizá parte solamente, lo decía Cortázar cuando uno buscaba sus libros como escarbando en busca de tesoros.
En cuanto a la desidia, es absolutamente imprescindible. Siempre lo ha sido y hoy más que nunca. Sin un poco de este fabuloso ingrediente nos veríamos arrastrados continuamente a la eficacia y la optimización de nuestros recursos personales y colectivos. Nuestra propia alma se iría robotizando y respondería a impulsos binarios en un par de siglos. Otra cosa es que se nos haya ido de las manos su administración a la vida personal y por ende a la social. Tenemos todo esto hecho unos zorros por un exceso de desidia, es verdad, pero siempre logramos salir adelante (o eso es lo que nos decimos porque no perdemos la manía de tener esperanza, como decía Coppini).
En definitiva, rutina y desidia no son cuestiones tan claramente negativas como nos han contado. Siempre que sepamos administrarlas con sabiduría, pueden jugar a nuestro favor. Lo malo es que eso de la sabiduría, bueno, la sabiduría ya es otro cantar...