Jesús Iglesias
Gurús
En una sociedad con una mínima dignidad intelectual jamás se consideraría a un tipo como Josef Ajram, que lleva tatuada bajo su cuello la frase 'No sé dónde está el límite, pero sé dónde no está', como un modelo a seguir. Sin entrar a analizar la nefasta calidad literaria de los textos que ha publicado o sus más que discutibles habilidades como 'trader' (la sicav que gestionaba acabó tocando fondos abisales a finales del año pasado), los pretenciosos títulos de sus libros ('La solución. El método Ajram' o 'El pequeño libro de la superación personal') resumen la soberbia y petulancia de un niño de mamá instalado en el discurso del empresario hecho a sí mismo y el darwinismo social. Como tantos otros 'emprendedores' que nacieron en la cara amable del mundo y que hicieron dinero fácil y rápido gracias a que sus familias ya tenían dinero, este gurú del mercado bursátil considera, y así lo ha expresado en más de una entrevista, que las colas del Sepe están abarrotadas de caraduras y que el éxito o el fracaso solo pueden justificarse en base al talento y al esfuerzo personal. El triatleta frustrado se queja de tener que 'aflojar' parte de su fortuna a Hacienda mientras el Estado permite campar a sus anchas a miles de defraudadores que trabajan en negro.
Solo una ausencia total de empatía y valores, la egolatría de un adolescente consentido y una mente rezumante de estupidez podrían explicar que alguien vincule una lacra de orden social y económico como el paro a supuestos vicios y pecados capitales de sus congéneres. Y que, en sentido inverso, sitúe como factores clave de su éxito a la clarividencia de su cerebro, su capacidad para arriesgar mientras los demás dormíamos apaciblemente (los demás siempre duermen mientras ellos trabajan), sus ganas de trabajar duro mientras los otros se quejaban… Curiosamente, la suerte, los contactos (o más bien 'enchufes') que les echaron una mano o la posición financiera privilegiada de sus allegados jamás tienen un lugar en las vomitivas disertaciones de los Josef Ajram de turno. Ellos se construyeron a sí mismos. Ellos tienen la solución. Para ellos, nacer en un suburbio de Kenia no es excusa para estar pasando hambre o recogiendo basura el resto de tu vida. Si uno le pone ganas, puede superar la desnutrición y acabar presidiendo una multinacional en Ginebra. Tal y como hizo Josef Ajram, la mayor parte de los estudiantes españoles puede permitirse dejar la carrera a medio empezar para convertirse en traders con el dinero de su madre. Si no lo hicieron es porque no tuvieron su talento y visión. ¡Reverendo cretino!
¿Qué tiene de motivador para una persona de un barrio obrero o perteneciente a la ficticia clase media este hipócrita modo de pensamiento? ¿Cómo es posible que alguien que trabaja de sol a sol por 800 euros al mes cuelgue en su cuenta de Facebook un vídeo que reza 'No todos tienen lo que hay que tener para ser emprendedores'? La pasta, para empezar. Si el éxito profesional y financiero dependen de nuestras actitudes ante la vida, del valor que tengamos para arriesgarnos y de la fortaleza de nuestra autoestima, ¿por qué la mayor parte de la gente permanece en la misma posición social en la que estaba cuando le parieron sus padres? ¿Acaso no leyeron a tiempo la biografía de George Soros o se quedaron dormidos en el sofá mientras echaban 'El lobo de Wall Street' en la televisión? No puedo ni imaginarme en qué penumbra de ignorancia y prepotencia habitarán los adeptos de estos farsantes del éxito, pero la sociedad en la que yo habito es, desde luego, mucho más sórdida. Los talentos y mentes más brillantes que he conocido echan currículos en supermercados o sirven copas detrás de una barra. Los que jamás han dado un palo al agua siguen sin hacerlo, pero cobrando por ello y en una relación inversamente proporcional a su esfuerzo, mérito y capacidades. En un mundo carente de cualquier atisbo de decencia y de justicia, yo al menos siempre he tenido muy claro que mis éxitos se deberían más a la fortuna que a mi tesón y destrezas. Los que piensen que no son las vicisitudes personales, sino las actitudes y aptitudes, las que marcan nuestro porvenir, deberían ir a predicárselo a todos aquellos que intentan cruzar cada día la valla de Melilla. O a los miembros de la Familia Real.
Casualmente, muchos de los que se abrazan a este tipo de discurso continúan teniendo el mismo salario miserable, la misma mala educación y la misma cara de amargados. Sus gurús se habrán olvidado de contarles que, en la contundente mayoría de casos, para acabar teniendo mucho dinero es necesario tener ya previamente dinero. Que, aunque inviertan 15 horas diarias en entrenar, ensayar o estudiar, jamás podrán correr tan rápido como Usain Bolt, tocar el piano con el virtuosismo de Keith Jarrett, pintar con la precisión hiperrealista de Antonio López o jugar al baloncesto como James Harden. Tal y como defiende el cómico y escritor mexicano Odin Dupeyron, los seres humanos "tenemos un exceso de pensamiento mágico pendejo" y solemos confundir "nuestras ganas con las probabilidades de que algo sea factible". "El problema reside en que nos venden las historias de éxito como si todas fuesen posibles, como si todos pudiésemos llegar al mismo lugar. Y eso no es cierto. No deberíamos fabricar fantasías -sostiene Dupeyron- cuando queremos realidades".