Jesús Iglesias
Educación permanente revisable
Infligirle un calvario capaz de provocar náuseas a los torturadores del Crimen de Cuenca; humillarlo sexualmente y degradarlo hasta límites que jamás hubiesen imaginado los carceleros de Guantánamo; lapidarlo desnudo con una bolsa de plástico envuelta en la cabeza; dejarlo agonizar durante tres días en la llanura más fría de Zamora; pegarle un tiro en la cara y, finalmente, enviar a la familia en un sobre la bala y el recibo con los gastos de ejecución. Deshumanizarnos hasta convertirnos en leviatanes. Hasta ser como Bernardo Montoya... Y ni siquiera así podría pronunciarse la palabra justicia o aliviarse en modo alguno el dolor que sienten los seres queridos de Laura Luelmo. El tormento de cada mujer. De toda la sociedad.
España entera vuelve a suplicar a los poderes legislativos la instauración de la prisión permanente revisable como una solución perenne ante la epidemia de feminicidios que nos asola. No voy a ser yo el que defienda la eficacia de una justicia tan arbitraria, infame, ridícula e irrazonable como la que nos ha tocado padecer. La que da cobijo a la Manada, pero persigue tuits. La que deja en la calle a un maltratador que ha intentado acuchillar a su mujer, pero ve delitos de odio en cada acto de rebeldía. La machista. La que no tiene sentido del humor. La que causa carcajada a los criminales y temor a los que defienden la libertad. La caprichosa, la elegida 'a dedo'. La que adopta siempre la decisión que a todos (salvo a esos jueces) nos parece la más injusta, la menos razonable.
Sin embargo, al margen de que carezca de cualquier sentido ético buscar la reinserción de un ser tan carente de alma como el monstruo con el que se topó Laura Luelmo, la prisión permanente revisable no me parece ninguna panacea. Si de venganza se tratase, y yo fuese el novio de Laura, preferiría que lo dejasen libre para poder aplicarle en la calle esa ley del talión tan bíblica como gitana. Convertirme en Bernardo Montoya para acabar con Bernardo Montoya. Nada cambiaría. Ninguna lección se aprende del odio y la violencia. Si lo que queremos es prevenir que se produzcan en nuestra sociedad atrocidades como la acontecida en Huelva, tal y como puede corroborarse en otros países que meten a sus asesinos entre rejas de por vida, la cadena perpetua no es desde luego la respuesta a la lacra del feminicidio. Al menos, no la que debería centrar nuestros esfuerzos y atenciones.
Por cada Bernardo Montoya que se pudra en la cárcel, nuestro inculto y machista país es capaz de producir otros cien desequilibrados más. De hecho, aunque la mala fortuna se cebó con una intolerable y caprichosa crueldad con la joven maestra, lo que le sucedió a Laura no fue una casualidad. Había tantas papeletas sobre la mesa que, para la Policía, el propio hermano del asesino y violador era tan sospechoso como él. Las agresiones sexuales y la violencia contra la mujer no son, por desgracia, hechos aislados o eventuales. La letanía de asesinatos machistas da para elaborar una enciclopedia del horror. Las mujeres de España caminan con miedo por la calle al regresar a casa solas por la noche. Y lo seguirán haciendo aunque se meta a Bernardo Montoya y a todo su entorno de por vida en cárcel. Porque la única manera de acabar con el genocidio machista es la educación: humanística, progresista, en valores, feminista, integral.
Hay quien sostiene que la educación "no sirve" para aberraciones de la naturaleza como los hermanos Montoya. Si existen sujetos con los que no funciona la educación, es precisamente porque no la tienen. Dudo mucho que el asesino y su hermano recitasen a Lorca durante los vis a vis o se encargasen de organizar la semana de filosofía en el 'talego', del mismo modo que me sorprendería que los miembros (quiero decir, agresores sexuales) de la Manada supiesen quiénes son Gabriela Mistral o Alice Coltrane. No discuto que algunos crímenes contra mujeres puedan ser perpetrados por personas instruidas, pero en la aplastante mayoría de los casos, sus oscuros protagonistas proceden de ambientes marginales propios de un libro de Pío Baroja. Tanto es así que el otro día casi me sorprendo aplaudiendo a Ana Rosa Quintana cuando, en una entrevista al padre del asesino (progenitor de una numerosa prole), hizo la única pregunta sensata que le he escuchado en toda su vida: "¿Tiene algún otro asesino más en la familia?".
Nada puede prevenirnos de padecer episodios de locura, una psicopatía o una violenta esquizofrenia (como la que sufrió el poeta maldito Leopoldo María Panero). Del mismo modo que ser abogado, arquitecto, profesor de piano o ingeniero informático no nos garantiza una educación humanística y ética integrales (con educación me refiero a mucho más que a tener una carrera). La mente humana es tan sórdida que, en ocasiones, resulta complejo comprender la procedencia del monstruo una vez que ya se ha formado. Pero ese no es el caso del crimen de Huelva, cuyo protagonista podría haber sido perfectamente cualquier otro personaje del universo-hampa en el que se crió el criminal confeso. Se trata de un Petiso Orejudo de manual: un ser criado en un entorno canalla, marginal, indocto y delictivo. Que el feminismo tenga arraigo en el barrio de las 3.000 viviendas de Sevilla o en el poblado de O Vao es tan difícil de concebir como un Saramago maltratador, un Benedetti violento, un Mujica machista o una Rosalía de Castro disparando a un perro.
La capacidad de pensamiento crítico y el discernimiento de orden moral son cualidades ligadas a la formación intelectual. No dudo de que habrá quien se lea la prosa completa de Borges por las tardes y luego se dedique a golpear a mujeres por la noche. Ni niego la misoginia y el machismo que han caracterizado a diversos genios de la cultura, desde Pablo Neruda a Diego Rivera o Federico Fellini (de ahí a imaginarlos estrangulando y metiendo a alguien con las manos atadas en el maletero de un coche hay un océano... Intelectual). No obstante, el término educación va más allá de la simple formación o de una ideología y las mujeres están prácticamente borradas de la historia y, por ende, de la memoria cultural y artística. Ahí radica precisamente el problema: en la ausencia de una educación plena en la que se incluyan las reivindicaciones del movimiento feminista.
Y no me refiero a cursar un módulo sobre género, como al que supuestamente asistió en prisión el asesino confeso (algunos amos de la demagogia utilizan este hecho como ejemplo definitivo de que la educación "no es suficiente", como si ellos hubiesen acaso aprendido a leer con un único libro). La formación intelectual tiene la misión de acabar con la brutalidad y la violencia. Allí donde existe educación (progresista y feminista) hay un respeto ilimitado por la vida de las mujeres. Jamás se engendrarían bernardos montoyas. Lo que debe ser permanente y revisable es la educación.