Pedro De Lorenzo y Macías
Jueves: Encuentros y enamoramientos. La aventura de Mascarroñas
Fotografía: vellapontevedra.blogspot.com
En nuestra infancia del 56, ese jueves estuvimos exentos de clases. De mañana hubo alguna trifulca con otra panda. ¡Unos golpes, pelea, luego amigos! Era una infancia que las amistades surgían de disputas entre niños, que, inteligentes, logramos unirnos y respetar el territorio de los demás.
Un poco macerados, la panda se dirigió a los columpios, cercanos al Bar Blanco y Negro. Estaban ocupados por niñas y chiquillos pequeños. Los vigilaban unas chicas vestidas de uniforme un poco extraño. Rondaban en su entorno los quintos de Artillería. ¡Un gran poema!
Algunos fueron atrapados por esas preciosas damas, que, injustamente, las denominaban "Marmotas". Requerían el servicio de los fotógrafos de entonces. ¡Era divertido las poses y las esforzadas sonrisas! El fotógrafo les iba colocando: "Atentos, ahora sale el pajarito". Muchas fotos, pero nunca vimos el pajarito. Si, los peques llorando, y los tortolitos pensando en su futuro. Fue una fuente de matrimonios por amor, y otros por honor paterno. ¡Qué idiotas eran esos mayores! Dejaron libres, bambanes y columpios. Los acaparamos.
Unos se fueron a los columpios. Los más gamberros a los bambanes. Sentaban a otros niños de panda distinta. Al llegar a suelo, saltaban. ¡Menudo porrazo se llevó alguno! Yo estaba en los columpios.
Fotografía: Rafa Vázquez – Museo de Pontevedra.
Mascaroñas era un gigante a nuestro lado, delgado, nervioso, buen chico, pero.. ¡qué pelmazo! Lo encontrábamos en la taza de caldo, de aquellos años.
Empezó hablando de sus grandes hazañas en el columpio, que había llegado a más altura que todos. ¡Nuestras muescas de incredulidad le excitaron! Nos retó.
El escogió el del medio. Eloy, delgadito, ágil y valiente, el de la derecha. Casimiro, que tenía ojo de azor.. ¡Veía estupendamente, no haciendo honor a su nombre! Se sentó a la izquierda.
Se inició la contienda. Eloy le superaba.. ¡nuestros aplausos y olés, excitaron a Mascarroñas! Empezó apurar el balanceo, puso toda su pasión… Superó la altura, siendo despedido de espaldas. ¡Tuvo suerte! Cayó de culo y su cabeza tropezó con una piedra, abriendo una grieta de pastosa sangre.
En nuestros tiempos se carecía del 061, 112. Estaba atontado. Usamos nuestros pañuelos de mocos y otras inconveniencias. Mojamos en agua y lo espabilamos. Logramos taponar la sangre de su dura cabeza. Unos mayores se acercan y muy suficientes: ¡Qué bien les está, para que escarmienten! Se fueron hablando no nada bueno de nosotros: ¡Gamberretes, de esos barrios!
¡Cuánta discriminación en aquellos años! El camarero, hijo del pueblo, nos recomendó que lo llevásemos a la Cruz Roja, situada en frente del Teatro Principal, al inicio de Paio Gómez Charino.
Mascarroñas estaba ausente, se tambaleaba. Sangraba como un cerdo en su sanmartín. ¡Pesaba lo suyo! La cabeza vendada con un prestado mandil, desfilamos Palmeras, Alameda. ¡Llegamos! Nos reciben una sargenta.. ¡no! una tenienta de cucharón. Coge al Mascarroñas. Le baja los pantalones.. ¡qué cara!, le espeta una pincha que marea.
Entra un señor de blanca bata, gordinflón y calvo, con grandes bigotes, gritando palabrotas de pecado venial… ¡no lo castigaban! ¡Ay, si fuéramos uno de los nuestros! Le arranca nuestros vendajes, los arroja con cara de sapo. ¡Vaya apache! Corta parte de la cabellera de Mascarroñas y le da un cosido de mal zapatero.
Mascarroñas jugaban con las estrellas. Le dieron de bebida un vaso lleno de burbujas sin colorido. Nos obligaron a esperar. ¡Lo que nos faltaba! Paliza en casa por tardanza. Hubo suerte. Mascarroñas empezó a comentar sus hazañas. Ya había recuperado su estrecha memoria. La gorda de la enfermera le roció la herida de color rojo, puso un algodón con esparadrapo y nos puso en la calle.
Pedro de Lorenzo y Macías.