Jesús Iglesias
Democracia real
Privilegios que un individuo y los miembros de su familia adquieren por el simple hecho de haber nacido, sin que los ciudadanos puedan elegirlos, fiscalizar sus actos y pedirles responsabilidad por los mismos. ¿Cómo es posible realizar la transición de una dictadura hacia un modelo de sociedad democrática basándose en una figura tan arcaica como la de la monarquía? No se me ocurre ninguna otra idea más contradictoria con el concepto de democracia. Y no se trata de que el Rey me caiga mejor o peor o de que no moleste mucho, como sostienen algunos de sus defensores. Un sistema político no se basa en la afinidad con otro ser humano y, en todo caso, para ser honestos, Don Juan Carlos I y sus descendientes tampoco es que se hayan esforzado demasiado en llevar una existencia recatada y alejada de escándalos. Quizás peque yo de una pulcritud ética extremadamente rigurosa, pero creo que, para personas que disponen de una posición tan privilegiada, no es tanto pedirles que eviten meterse en follones, guarden algo más de distancia con la prensa rosa y que, al menos, no se vean salpicados por la corrupción. Si yo fuese su asesor y me cayesen bien (algo que no puedo afirmar ni negar, puesto que no los conozco personalmente), les recomendaría que no tensasen demasiado la cuerda, ya que no dejan de ser unos mantenidos que están ahí por el ‘morro’ y tampoco se trata de ir provocando. Un temor que, en la aborregada España de la impunidad, en la que la razón se usa menos que la peseta y la tierra desprende un insoportable tufo reaccionario, podría resultar infundado.
De entre las muchas fruslerías y desnutridas premisas en defensa de la monarquía que he escuchado pronunciar a catedráticos de Derecho Constitucional, la más ridícula consiste en asegurar que "una república tampoco garantiza que las cosas vayan a funcionar mejor, como puede constatarse en otros países". ¿Cómo puede una persona con estudios ofrecer ese razonamiento (por llamarlo de algún modo)? Me veo incapaz de contestarle sin utilizar una regla de tres de esas que enseñan a mi sobrina en el colegio y que todos deberíamos usar más a menudo para alcanzar conclusiones de orden lógico: que una masa de pizza lleve agua tampoco garantizará una pizza tan rica como las que hacía mi amigo Saverio, pero es indispensable en la receta. No existe democracia sin república. Los ciudadanos no pueden tener los mismos derechos si no tienen los mismos derechos. No pueden ser iguales si no son jurídicamente iguales. No se puede elegir democráticamente a los representantes del pueblo en las Cortes y, al mismo tiempo, que la figura de referencia y unidad del Estado sea un individuo al que nadie ha elegido.
El modelo está viciado de antemano, es injusto desde su genealogía, sin necesidad de que la avaricia o la maldad humanas lo marchiten. Continuando la senda de los símiles más elementales (que reservo para esta materia y para las cuestiones de fe en seres imaginarios), el concepto de monarquía parlamentaria se correspondería, en la infancia, con el de ese niño que era el dueño de la pelota y que, si bien te invitaba a jugar, hacía valer constantemente la inminente amenaza de llevarse el esférico para cobrarse todo tipo de faltas inexistentes. Una metáfora perfecta también para el modelo económico capitalista, en el que los bancos y las grandes fortunas privadas imponen a los demás seguir las reglas del juego del libre mercado, para después usar dinero público (la intervención pública que tanto critican) en sus rescates. Ellos, al igual que el Rey, pueden ser irresponsables, porque la pelota es suya y el fuera de juego solo aplica para los demás.
Como nos recuerda el erudito ex presidente uruguayo Pepe Mujica, cuyo ideario coincide con el que defendemos muchos progresistas (alejado de esa manida y equivocada etiqueta de ‘bolivariano’, adecuada solo para partidarios del prócer sudamericano Simón Bolívar y no para partidos políticos europeos), las repúblicas fueron instauradas para decirnos "que nadie es más que nadie". Un concepto sencillo y esencial, sin el que no puede haber democracia, pero que se topa con el muro intelectual de ciudadanos que afirman que "hay otras cosas más importantes de las que preocuparse que de la monarquía". Desde luego que sí, que las hay, pero me veo capaz de posicionarme en torno a diversos aspectos de la vida, desde el calentamiento global y el paro hasta el croissant que me voy a desayunar, y espero que la resolución de unos no impida la del otro. Hay quienes aseguran que el Rey no les molesta porque "no sirve para nada y no tiene ningún poder", algo que además de no ser cierto, vendría a confirmar, precisamente, la congruencia de su abolición.
La Constitución del 78 no fue elaborada tras el derrocamiento de una dictadura (los portugueses tuvieron más suerte con Salazar) y la reposición de la legitimidad que estaba vigente cuando se produjo el golpe de Estado. Su redacción partió de la perspectiva de los vencedores, de los que habían respaldado un levantamiento militar y defendían que no todos somos iguales jurídicamente. Eso explica que 40 años después haya gente que crea en la figura de Felipe VI incluso más que el propio monarca. Estoy convencido de que, en su fuero interno, el Rey admite que la monarquía es una institución medieval pasada de moda (incluso desearía ser un ciudadano de a pie de vez en cuando) y que siente un poco de embarazo cuando Pablo Casa grita "¡Viva el Rey!". "¡Madre mía, que este se lo ha creído de verdad!", debe decirse a sí mismo echándose una mano a la frente. El problema de la Constitución Española no es que necesite ser reformada, sino que precisa ser repensada. Ya lo cantaba uno de los mejores letristas que ha tenido la música española, el finado Javier Krahe: "Me gustas democracia porque estás como ausente, con tu disfraz parlamentario".