Manuel Pérez Lourido
Las luces de los vigueses
Los de Vigo son gente de muchas luces, al menos por Navidad. También podríamos decir que las luces de las que carecen todo el año las tienen en casa por Navidad. Y así nos darían las uvas pariendo chascarrillos a cuenta de la desproporcionada devoción por el alumbrado navideño del alcalde vigués, el que quiere que sean los vecinos el alcalde, que dejó escrito para siempre Mariano Rajoy. Hay frases que llevan toda una vida parirlas, y al final te quedan medio tuertas, te rascas la barbilla pensando si eso es todo lo ha hecho por ti la educación pública y una porrada de años aporreando el teclado. Y entonces viene Rajoy y a la mierda se va todo. Las frases de Rajoy son de una genialidad tan disparatada y sublime que solo Chiquito de la Calzada en uno de sus días más inspirados podría hacerle frente. Pero esto usted ya lo sabe, estábamos con las luces. Uno se imagina al alcalde de Vigo inaugurando el alumbrado con un traje de torero, en un guiño al poderío del lenguaje y los juegos de palabras. Caballero en traje de luces citando al alcalde de Nueva York a porta gayola en la viguesa puerta del Sol.
Esos millones de bombillas led que quieren competir con la vía láctea, que quieren ser una vía láctea entre el mar y la montaña. Un sendero de baldosas luminosas que atraiga al león, al hombre de paja y al hombre de hojalata y, sobre todo, a todos y todas las Dorothy que desean, por encima de todo, poner sus pies en Kansas, digo en Vigo, para encontrase con el mago Abel y que este haga realidad sus deseos.
En fin, los pontevedreses somos muy de meternos con los vigueses, y viceversa. Es un oficio que se aprende desde niños. La primera vez que oyes este tipo de debate a los mayores en una sobremesa, y alguien pronuncia las palabras "capital" y "provincia", notas la electricidad en el ambiente. Brota tal vez una palabra gruesa, una palabra a la que es imposible hacer adegalzar, y tú miras compungido a mamá o a papá o a los dos porque no entiendes por qué la gente ha comenzado a ponerse roja. Te mandan a jugar a otra parte pero el daño ya se ha producido. En tu tierna mente infantil se ha empezado a abrir paso la certeza de que Pontevedra y Vigo están separadas por algo más que 20 kilómetros de autopista.
Es para hacer burla de ese atávico sentimiento que brindo esta especie de artículo a toda la gente de bien, viguesa o pontevedresa, con más o con menos luces, que estos días se mueve de una ciudad a la otra para compartir estas fiestas con sus seres queridos.