Carlos Regojo Solla
Infarto
Siempre me duermo escuchando un programa de radio en un pequeño transistor, lo cual me adormece pronto, que permanece activo toda la noche. Me acuesto viendo y escuchando la TV, manejando mandos como quien tira de "colt". Mi mujer a veces me sigue resignada y otras se pone unos cascos y lee, interrumpiendo la lectura en ocasiones con algún comentario sobre algo que considera interesante, me pide que baje el volumen o se interesa por algo de lo que estoy viendo; luego se duerme mientras yo sigo un rato -generalmente breve- pendiente de la pantalla. Poco que ver, la cultura americana lo impregna todo con su temática dulzona, insulsa, catastrofista e invariable. Ni siquiera sus clásicos llaman ya mi atención. Sigue habiendo algún atractivo en nuestras "una" y "dos", así como en algún que otro documental por los canales altos, aunque te inflen de animales peligrosos y buceos fantásticos. China me gusta, Francia también y un poco RT, escasas ideas en las autonómicas y poco más. La tele más al uso es un lupanar que acoge miseria intelectual y la degrada aún más hasta convertirla en bazofia, donde lucen estrellas de pacotilla y gente que grita para hacerse entender. Es la antítesis de una sociedad culta y transigente justamente entendida, dominada por el índice de audiencia ante el cual no se repara en gastos para obtener beneficios mezclando, de forma hipócrita, sentimientos de solidaridad con la defenestración pública de alguien que se ha entregado previamente a golpe de talón. Suelo cerrar a las doce, sino antes y encender mi radio.
Las noches de sábado a domingo y las de domingo a lunes, entre once y media a doce, interrumpo lo que sea y conecto con Radio Nacional para recrearme durante media hora con la voz ágil y atractiva de la no menos atractiva e interesante Teresa Viejo entrevistando, en su programa "La observadora", a algún personaje al que desnuda el alma en un alarde de preguntas propias de un periodismo de altura hechas con una profesionalidad de gigante. Es media hora condensada al estilo "Reader´s Digest" en sus eclécticas selecciones de lectura que no sé si siguen imprimiendo. Con casi quinientos programas, Teresa Viejo, en sus entrevistas hace una serie de preguntas iniciales al invitado/a, como fase previa, para situarlo/a en categoría pre- interrogatorio serio. Una de esas preguntas precisa respuesta sobre el estado emocional del entrevistado/a. Se me pega ese periodismo íntimo y distinto y me apetece hoy aplicarlo en este comentario a modo de introducción a sabiendas que la estupenda periodista nunca habrá de tenerme en su agenda.
Equiparo mi estado emocional de estos últimos días al de una de esas personas, tocadas una mañana por el estigma del liante cabronazo Murphie, que camina apresurada, con el tiempo justo para llegar a casa, cargada y sofocada en agobiante premura para llegar al siguiente e inmediato destino, sorteando gente en la ciudad abarrotada, cruzando un paso de peatones que le pilla a mitad de camino en la intermitencia a su rojo, a quién se le rompe la bolsa del super que lleva repleta de compra de alimentos entre los que destacan la docena de huevos, la botella grande de képchup (en vidrio), las aceitunas -dos por uno-( igualmente en vidrio), y la botella de "whysky" -entre otras viandas que ibas a echar a perder igual pero de otra manera- derramadas en el asfalto ante la mirada sorprendida de la gente última hora de cruce que coincide contigo y sortea a traspiés el obstáculo que acabas de crear, en tanto tú te agachas, con el corazón vuelto al revés, incrédulo y flipado, para poner orden en todo aquello, con el ronroneo de los motores y la actividad de los cláxones de las bestias amenazantes a derecha e izquierda en "pole positión", contigo en punto de mira, al igual que si esperases un Miura "a porta gayola", mientras tratas de salvar del naufragio al menos las alcaparras. Nadie te ha explicado que en casos así debes actuar como los grandes, es decir, erguirte, mirar la mierda que has organizado, plantar cara a todo el que te mire, echar mano a tu cartera, con parsimonia lentitud, sacar una tarjeta de visita, levantarla bien alta, mostrarla en giro de trescientos sesenta, dejarla caer sobre el caos, hacer una reverencia y volver al super en la idea que alguien quedará fuera de tu agenda, ese día, inevitablemente. Pero no, nadie nos ha explicado cómo hacer frente a un caos semejante y mucho menos, este es mi caso, cuando Murphie ataca directamente con el óbito repentino, el infarto de algo que amabas inconsciente sin saberlo. Ya lo decía en su canción Nicola di Bari:
"He sabido que te amaba, cuando he visto que tardabas en llegar"
Confieso que lo he intentado en fin de semana con las asistencias en "standby". He recurrido a todo, trucos conocidos, instrucciones de resucitación de manual, internet. Incluso acudí a Vigo donde permanecía abierto el único centro asistencial posible; pero nada. Se me ha ido definitivamente con toda su experiencia, arrasando con su muerte los últimos años de mi vida, nuestros recuerdos más íntimos, mis escapadas curiosas, mis debilidades, mi historia reciente, la temática futura…
Mi viejo HP Notebook de 2005, con todas sus pegatinas originales y la mitra de secretos, la ha palmado la mañana de un viernes de principios de diciembre de 2018, sin más despedidas. Buscaré, en la necropsia, las causas de tal fatal desenlace o tal vez lo entierre sin más.
Si Teresa Viejo me hubiese entrevistado y me hiciese por tanto la pregunta preliminar de rigor, no tendría otra opción en mi respuesta
--Estado emocional?
--Fatal!!
Y es que algo se muere en el alma cuándo tu PC te abandona. Él era mi retrato de "virtudes".
Carlos Regojo Solla