Kabalcanty
Observador de los cielos (3ª parte)
Dos jornadas después, cuando el sol despuntaba anaranjando el horizonte, Rulol mantenía el rumbo del el timón divisando una playa cada vez más cercana. Luthor todavía boqueaba durmiendo a sus pies dentro del saco emitiendo unos ronquidos a los que compañero de viaje musicaba en aquellas madrugadas en los que degustaba solitario los amaneceres. Ni siquiera el seguimiento rutinario de las chillonas gaviotas interrumpía su embeleso de ver nacer un nuevo día, parecía un joven soñador rindiendo pleitesía a la promesa de un prometedor futuro. Y en aquel amanecer parecía cumplirse su sueño.
— ¡Luthor espabila que veo tierra firme! -dijo elevando la voz por encima de los graznidos de las aves- Por fin hemos encontrado la esperanza, compañero.
Luthor se desperezó agitando su pelo lacio mientras se restregaba los ojos.
— Y apostaría este barco a que hay dos personas en la orilla –agregó invadido por una emoción que le chispeaba en los ojos.
— ¡Me cago en mi puta vida, sí que los veo! Parece que nos miran como si nos esperaran ¿lo ves?
Luthor también había cambiado su faz flemática y sonreía encasquetándose su gorro de lana con la torpeza de la excitación.
Tras los cristales de la timonera, las dos figuras de los hombres se demoraban en una ansiedad que tan pronto los congelaba como los revolvía sin quitar la vista de esa playa cada vez más al alcance.
Turmo y la mujer de cabello largo y enmarañado, dejando que el agua infecta de la orilla mojara sus pies, juntaron aún más su abrazo viendo la llegada de la embarcación.
Se separaron expectantes cuando Luthor y Rulol, tras lanzar el ancla y dejar el barco a unos metros de la orilla, nadaron hacia ellos. Diríase que las gaviotas tuvieron un lapsus, pues sus graznidos amainaron considerablemente, cuando los cuatro se abrazaron calurosamente en la playa.
— Bienvenidos, queridos amigos –dijo Turmo repartiendo abrazos.
— Siempre os hemos esperado –dijo la mujer con su voz fatigosa y leve.
Las risas se contagiaban y se unían a frases de alabanza y fervor a la vida. Su alrededor mortecino, acabado, ruinoso, no parecía importar a ninguno de los cuatro y se fueron tierra adentro entrelazados por las cinturas.
Turmo les llevó hasta una choza construida con diversos tipos de material desechado: mientras en el tejado lucía el viejo cascaron de un barco, las paredes eran un artesanal machihembrado de plásticos y sólidos puntales de acero. Le antecedía un nutrido jardín de secano con tímidos verdores salpicados con destreza. Bajo una techumbre de pedazos de poliestireno expandido se hallaba una parrilla sobre una cama de cenizas.
— Os prepararé una parrillada vegetal que os acercará al paraíso, amigos.
Dijo Turmo yendo a buscar un acopio de hojarasca que reposaba dentro de un viejo bidón de aceite industrial.
— Gracias a él, a su empuje, estoy viva –dijo la mujer, tensándose la cinta de cuero que sujetaba sus cabellos e invitando a sentarse a los hombres en unos taburetes de patas recortadas- Yo ya no creía en la vida cuando me encontró en esta playa. Pero bebamos algo y disfrutemos del momento.
Rulol y Luthor asintieron sonriendo.
— Desde hoy todo recomenzará –dijo Luthor.
— Eso es –añadió Rulol- Por cierto, no nos has dicho tu nombre.
— Llamadme Klota porque así me lo puso él. –contestó la mujer, acercándose a la labor de Turmo.
Comieron una extraña fritanga de tallos y bolas acarameladas.
— No voy a preguntarte qué diablos es esto –dijo Luthor- pero está de puta madre.
Todos rieron de buena gana.
Tras el ágape, mientras bebían agua de coco a la sombra del cobertizo que daba entrada a la choza, comenzó una charla más intensa y personal. Los cuatro, renacidos de la desesperación y el abatimiento, parecían embebidos en la charla, entregados a un atisbo de felicidad que sentían cercano.
— ……. ¿Pero no crees que haya más sobrevivientes por aquí? –deslizó Rulol, acercando su rostro a Turmo.
— Llevo aquí mucho tiempo, vivía en Cántara hasta que llegó la Devastación y conozco algo toda esta zona por más que haya cambiado tanto, y por eso te digo que veo difícil la posibilidad de vida. Sí nosotros estamos vivos casi se puede afirmar que es cosa de la casualidad más que de otra cosa.
Klota asintió antes de decir.
— Mi barco encalló en esta playa tras varios días al pairo; estuve casi muerta tirada en la cubierta mientras mi familia entera pereció. Los enterré uno a uno tras aquellas dunas –señaló unos montículos de arena a su izquierda.
— Luthor y yo éramos vecinos en Alevidía, nos pilló la Devastación en este barco un domingo mientras llenábamos el ocio pescando, como hacíamos casi todos los días festivos, perdimos el rumbo con la eclosión sin saber que habrá sido de nuestras familias. Pero está claro que la ciudad ya no existe.
Rulol había terminado hablando en un susurro, escarbando sobre la arena de la playa.
Cuando oscureció, los anfitriones les dieron mantas y encendieron unas velas ya dentro de la choza.
— Por las noches la temperatura baja mucho –dijo Turmo, echándose una manta por los hombros y acercándose a la puerta- Ahora disculpadme, os dejo con Klota.
Salió de la choza ante la extrañeza de los recién llegados.
— Antes observaba el cielo de día incansablemente, ahora lo hace más por la noche –dijo ella, mirando alternativamente a los hombres-
Turmo dice que la Devastación vino del cielo y creo que busca una respuesta a un tormento del pasado que se ha hecho dolencia en él. Nunca he conseguido ayudarle en eso y me siento realmente mal cuando llega la noche y comienza su testaruda observación.
Los hombres se miraron sin saber qué decir hasta que Rulol añadió: “¿Busca una respuesta religiosa, tal vez?”
— No, es como si indagara una debilidad en los cielos para derribarlos de una vez.
Afuera, Turmo se giraba una y otra vez escudriñando severo el cielo sin estrellas.