Carlos Regojo Solla
Deutschland
Era una tarde otoñal, nublada como tantas otras pegadas en el cielo plomizo de Munich, anticipo de las ansiadas primeras nevadas y de los fríos intensos que azulearían los rostros de los caminantes en ruta hacia los primeros turnos de trabajo. Karl me dejó prestada su Nikon y me acompañó, haciendo de cicerone, por un paisaje de lomas verdes, al recinto olímpico en construcción donde, sobre el 70, se exhibía una muestra del innovador techo para el estadio que acogería en Munich 72, tras los juegos de México 68, atletas de todo el mundo . Se trataba de un moderno diseño, con apariencia de telaraña confeccionado en plexiglás, cuyo conjunto adquiriría la forma de carpa circense, lo más novedoso en aquel momento y verdadera atracción mundial. Un hombre bastante mayor, vestido al más puro estilo bávaro, circulaba próximo a nosotros por un sendero paralelo, pedaleando dificultosamente en una bicicleta en cuyo portaequipajes transportaba un pequeño avión de aeromodelismo. Parecía, a mis ojos, algo infantil que quedó en mi memoria para ser recuperado en ocasiones, y catalogado emblemáticamente como un "por qué no ?", para darle con el tiempo una valoración cada vez más positiva.
Caminamos unas horas, sin impedimento alguno, por el recinto olímpico en obras, fotografiándolo todo, ignorantes -como el resto del mundo- de la tragedia que "Septiembre Negro" provocaría poco después, allí mismo. Envié aquellas fotos a Diario de Pontevedra, desde München, para quedar luego expuestas en el escaparate de la droguería y laboratorio fotográfico que mi amigo Ozores tenía con su padre en la calle Real.
A la muerte de Franco, cinco años más tarde, el escepticismo sobre nuestro destino que había en Europa era mayúsculo. Mientras en nuestro país Adolfo Suárez hacía encaje de bolillos con ganadores y perdedores de la pasada contienda civil , pese a la cadena terrorista en completa actividad, con la Europa incipiente contemplándonos, Karl nos decía, a Margarita y a mi, que era muy probable que los españoles volviésemos a darnos de palos. Margarita, con perfecto dominio del idioma alemán, aunque sin mucha convicción, trataba de rebatir los argumentos de Karl, quien remataba educadamente en español la disputa dialéctica para que no llegase a mayores:
- Mucho comprendo, Margarita. Mucho comprendo.
Tiempo más tarde, cuando todo estaba encarrilado y la transición española era un hecho, regalé a Karl un tricornio de la benemérita que a su vez me había regalado un amigo guardia civil. Karl, observando con detenimiento el susodicho tricornio, dándole vueltas entre las manos como si le buscase la orientación dijo, al tiempo que se lo ponía torpemente en su cabeza para colocarlo luego en sitio preferente de su colección de sombreros:
- En realidad, los españoles sois complicados. Mucho temperamento.
Karl Z. era un miembro de la "Polizei" bávara, hijo de alemán y francesa, buen amigo, que gustaba navegar en su velero por el lago Starnberg, quien nunca falló en su amistad a éste que os escribe. Con frecuencia pienso en él, en Margarita y en nuestras Oktoberfest, con la certeza de encontrarlos algún día navegando entre los espectaculares y repentinos cambios de tiempo que se dan en el bello lago bávaro.
Alemania había hecho una llamada. Sus esfuerzos personales ladrillo a ladrillo sacados de las cenizas, hombro con hombro, lograron levantar en comunidad las ciudades, rescatar carreteras, restaurar puentes … Alemania en pie, dividida en dos, tutelada por las banderas de los vencedores, cargada de imposibles deudas universales, lejos de quedar humillada comenzó a engranar un avance único. Para ello precisaba de mano de obra extranjera y tenía mucha. La abundancia de trabajo manual difícil, sin cualificación, en infraestructuras, mantenimientos, limpieza de calles, trabajo en ferrocarriles y fabril fue cubierta por los "gasteibarter", trabajadores invitados, mano de obra turca, yugoeslava y española, entre otros, que provenían sobre todo de las dictaduras de Tito y Franco y que encontraban de esta forma una salida al paro y miseria atroces que tenían en sus países, sobre todo en el rural, a la vez que se beneficiaban por la entrada de divisas que estos trabajadores enviaban a casa las cuales, complementadas con los ingresos por turismo hicieron entonces que España avanzara un poco. Miles de viejas maletas fueron rescatadas de las buhardillas o fueron confeccionadas artesanalmente atendiendo esta llamada. Entre la pobreza y un contrato de trabajo serio y decente solamente había que pasar un "tribunal" médico alemán hecho en el país de origen según los protocolos establecidos con el gobierno germano, es decir, los médicos alemanes seleccionaban a los trabajadores sanos, (obviamente), en el propio país del posible emigrante y los gobiernos "exportadores" se dejaban hacer cobrando, a decir de la oposición al régimen, una cantidad por cada uno que fuese apto, ( a qué suena esto?). Más tarde se flexibilizó el sistema de tal suerte que alguien podía ofrecer a la empresa alemana en la que trabajaba reclamar ya desde destino a un familiar, entonces la empresa pasaba el reconocimiento médico en la propia Alemania antes de firmar un contrato laboral.
Hay una deuda doble entre Alemania y los países que donaron mano de obra; mejor aún, hay un convenio implícito de gratitud entre Alemania y cada uno de los trabajadores invitados; sobre todo los españoles, gente ruidosa que pronto aprendió a ser discreta en público y comenzó a ser valorado y admirado por su nobleza y capacidad de trabajo, virtudes que los hicieron preferidos de las empresas alemanas. El español se encontró con un orden y una libertad desconocidos que lo situaron en un instintivo nivel educacional preferente. Gentes como Margarita, en el cumplimiento estricto de sus obligaciones laborales gozaban en exclusiva de la amistad de sus superiores. Margarita ayudaba a veces en las autopsias que se hacían en la Krankenhaus de Rot Kreuz Plaz. Al llegar a casa comentaba:
- Chico, increíble!, hoy hemos hecho tres necropsias y la doctora Trepinng y el profesor Lang me invitan a cenar en una "gastete" nada menos que hígado. Oye tú, - prosigue-, sin reparo alguno.
La integración progresiva y los resultados económicos provocaron que la palabra gasteibarter, utilizada durante tiempo peyorativamente, pese su amable traducción, se intentase cambiar por otra sin la carga emocional de extranjero torpe, para lo cual la TV alemana abrió un concurso de ideas bien remunerado cuyo resultado no recuerdo pero que no logró arrinconar a la primera y ésta fuese perdiendo aquella negatividad original, toda vez que el trabajador extranjero en Alemania fue reconocido como uno de los motores del desarrollo del llamado "Milagro Alemán" surgido de la nada con el esfuerzo de aquellas mujeres y hombres, abuelos de los que hoy vuelven su mirada hacia el mismo sitio cargados de titulaciones en un retroceso vergonzoso del cual nuestros hijos pedirán sin duda explicaciones.
Desde entonces a hoy han surgido cosas con Alemania tirando de Europa. Bonn ha vuelto a dejar que Berlín sea la capital germana y el país de los Länder sigue empujando para que la Europa comunitaria no retroceda. Creo que es hora de reconocer su gran esfuerzo, no vaya ser que una mañana desayunemos un amargo y catastrófico "exit" a lo germano.
Carlos Regojo Solla