Tribuna Viva
El aniversario de un abrazo
Una mañana de sábado 10 de octubre de 1998, salimos de de viaje. Un viaje previsto con anterioridad, y del que no imaginábamos cuando subíamos a los coches que terminaría kms antes de nuestro destino. La fatalidad quiso adelantar el fin de aquella excursión y que se truncase quedándonos en la carretera tras sufrir un terrible accidente de tráfico.
Era una mañana lluviosa, íbamos en distintos coches y uno de ellos terminó su recorrido bajo el chasis de un camión. Una velocidad inadecuada (que no excesiva) del turismo conducido por mi familiar provocó un momento terrible.
Fueron momentos de oscuridad, de dolor infinito y de minutos que se vuelven interminables y parecen horas.
En esos momentos donde ves la realidad de los accidentes de tráfico, de imágenes que vemos una y otra vez en las pantallas de TV o en la prensa, pero que no eres consciente de que puedes ser la víctima, de que nos puede pasar a cualquiera, y que nadie está libre de sufrirlo.
Momentos donde conoces de cerca el trabajo de los profesionales; los sanitarios, bomberos y agentes de tráfico. Donde compruebas cuál es su labor, cómo a pesar de estar más que acostumbrados a escenas así, vuelcan sus energías para salvar una vida. Y en esos instantes yo era testigo de aquello que sucedía, y me sentía víctima de un mal sueño, intentando sobreponerme a las circunstancias y ayudar a quienes sin conocernos de nada, ponían su esfuerzo en que pasáramos ese trance.
Recuerdo el minuto donde me venció el dolor y sin tener claro que debía hacer abandoné aquella escena caminando, huyendo en un intento de no ver lo que sucedía, quizá empujada por una mente en shock que buscaba liberarse de aquella tensión. Y fue durante el transcurso de aquella huida donde alguien que a pesar del trabajo que desempeñaba se percató de lo que me sucedía y me siguió con un único fin, abrazarme. Me abrazó, y mientras lo hacía me decía "todo está bien, no te preocupes ".
Un hombre del que no recuerdo su rostro, pero del que recuerdo su color, el VERDE, ese color no lo olvidaré nunca, y mi respeto y agradecimiento hacia él y hacia todos aquellos que lo visten es eterno.
Entendí aquel día, que su trabajo va más allá del deber, y que el color de su traje no impide su humanidad. 20 años después recuerdo ese abrazo, y de todos los que haya podido recibir, este fué el que seguramente más necesité, y aquel caballero vestido de verde no dudó ni un instante en dármelo y hacerme sentir en aquel desasosiego que todo estaba bien. Mi eterna gratitud es para el y para su verde corazón.
Gracias.
***Víctima anónima de un accidente de tráfico en 1998