Manuel Pérez Lourido
Cataluña: desafío y representación
¿Qué le queda al independentismo tras la proclamación de la república catalana y la huida al extranjero del president que tal hizo? Pues agarrarse a la lista de agravios: las cargas del 1-O y los políticos y activistas encarcelados. Es decir, a construir la quimera de forma reactiva. Contra alguien, contra algo. Contra el "fascismo del Estado". Contra el sentido común. El sentido común dice que si no existe una cantidad suficiente de ciudadanos que apoyen tu causa (se podría discutir el porcentaje, pero en todo caso, más de la mitad) lo mejor es que te esperes para intentar imponer tu voluntad y, sobre todo, te guardes el calificativo "fascista". El sentido común dice que una comunidad que pretende independizarse de un territorio al que pertenece impulsándose en el sistema de autogobierno que aquel le ha facilitado tiene solo dos vías para lograrlo: o bien pactando con el poder central o bien por la fuerza. Como es irrisoria está última posibilidad, el sentido común dice que todos estos modos y muecas de las fuerzas independentista amenazando con esto y con aquello sólo podrían acabar en algo parecido a la huida de Puigdemont.
Nunca como en Cataluña ha sido la política poco más que el arte de la pantomima. El último y patético episodio en este sentido lo ha protagonizado el president Torra con el ultimatum a Sánchez para que se encaminase hacia el referendum so pena de retirarle su apoyo para gobernar. Al día siguiente el propio Torra rectificó al comprobar que ni ERC ni PDeCAT le secundaban y ofreció una entrevista para dialogar al presidente, que Moncloa rechazó por el momento.
Todo indica que en Cataluña interesa más la representación que el gobierno del país. Se presta más atención a la gestión de una entelequia que a la de la vida real de los ciudadanos. El propio Parlament se ha transformado en escenario de las diferencias existentes en el bloque independentista. El pleno del pasado jueves fue suspendido por discrepancias respecto a la sustitución de los diputados procesados. Todo eso llevó a un nuevo paripé delante de las cámaras: Quin Torrá (JxCat) y Pere Aragonés (ERC) comparecieron el viernes para proyectar una imagen de unidad hasta que vean la luz las sentencias de los encarcelados, que se esperan para la primavera del 2019. La indignación ante unas posibles condenas sería capitalizada por el bloque independentista, al que le faltaría tiempo para hacer rebrotar el conflicto en las calles.
Todo esto ocurre en el escenario y, como espectáculo, resulta tan bochornoso como aburrido. El problema es que provoca consecuencias indeseables en la platea.
Los porrazos, heridas y heridos, tortas, bofetadas, trompadas, puñetazos, que hemos visto últimamente entre mossos e independentistas son tan absurdos, tan ridículos y vergonzantes como las cargas policiales del 1-O, pero el independentismo ha salido mucho mejor parado que el gobierno del PP en su día. Lo que ocurre es que la actuación de la policía el día del paripé de Octubre vino a corroborar el relato victimista que se quería trasladar a la opinión pública, la historia de unos derechos pisoteados por la fuerza, etc, etc.
Mientras tanto, el recalcitrante Puigdemont salta a la primera plana por unas declaraciones en Amsterdam. En ellas insiste en su apuesta por el diálogo para encontrar una salida hasta el punto de señalar que la secesión no es la única vía para resolver el problema. Sí. El mismo Puigdemont que dudó si proclamar o no la república de forma unilateral, para finalmente hacerlo y después supenderla y finalmente escapar. Confesó no creer en los mártires. Probablemente los "mártires" encarcelados tampoco creen demasiado en él.
Y después está la penúltima del Torra, esas cartas pidiendo ayuda auxiliadora al Papa ¡y a Donald Trump! Está claro el intento de internacionalización del conflicto, lo que resulta más dudoso es la elección de los interlocutores. Otra puesta en escena más.
El pasado 28 de Septiembre, Netflix estrenó mundialmente el documental "Dos Cataluñas" concebido para "permitir que las distintas voces puedan ser escuchadas", según los directores de la cinta, basada en más de 85 entrevistas.
Hay un momento del documental en que se ve a Carles Puigdemont dirigiendo una apasionada arenga a través de una pantalla a las masas que lo aplauden en un mitin, en Barcelona, a mil kilómetros de distancia. El ex-president estaba recién huido a Bélgica y desde allí, en una habitación, actuaba (en sentido literal) ante la cámara. Tras su intervención a través del plasma, regresó al silencio de una habitación vacía, consumado el artificio.