Kabalcanty
Los Huecos (Y parte 5ª)
Mi caída fue breve, apenas unos segundos, porque veía perfectamente el hueco del inodoro como a un metro por encima de mi cabeza. Me encontraba sobre un terreno árido, infecundo, que se extendía ilimitado excepto con una edificación, a lo lejos y perimetrada por un jardín tropical. El lugar estaba techado por miles y miles de huecos de diferentes formas y dimensiones (arrugados, chamuscados, antojadizos) que hacían que la luz fuese turbia como un celaje tormentoso estival.
Tras unos momentos de indecisión, eché a andar hacia el edificio.
— Le esperábamos, señor Ramón.
Escuché a mis espaldas una voz cantarina. Era un tipo flaco, vestido como de safari, que sonreía junto a un todoterreno destartalado sobre cuyo capó destacaba una pegatina enorme y roja.
— Le doy la bienvenida a Otra Realidad Corporación haciéndole saber que es usted el cliente número 27.893; todo un honor para nosotros, señor.
No entendía una palabra de lo que me decía aquel hombre sonriente que se acercaba a mí con la mano extendida.
— Estrécheme la mano, señor Ramón -me dijo, ladeándose el ridículo sombrero que le coronaba- y permítame que le cuente en qué consiste su nuevo hogar.
Mi perplejidad me llevaba a la mudez, sólo acerté a darle mi mano y dejarme llevar. Subimos al todoterreno y, a toda mecha, nos dirigimos al edificio aislado que parecía ser lo único habitable en la extraña tierra.
— Captamos su inadecuación al sistema de la realidad preponderante y, gracias a unos trucos baratos que, momentáneamente, hacen desaparecer a las personas le motivamos para conocernos de cerca.
Me decía, mientras conducía alocadamente sin mirar casi al frente. Siempre sonreía y se tocaba la ajada ala de su sombrero como en un tic.
— ¿Y qué me dice de los huecos? -me pregunté curioso.
— Los huecos siempre están bajo cada cual, señor, es precisamente la ventaja que Otra Realidad Corporación ha sabido aprovechar para redirigir el futuro de algunas personas, personas como usted, claro; su percepción de la realidad imperante es baja o nula y necesitan ese cambio que les acercará a esa otra realidad que anhelan. Es sencillo.
La edificación era una basta construcción tipo años setenta (ladrillo visto rojo con ventanas de hierro y persianas color ocre) que se elevaba seis pisos. En lo alto había una profusión de antenas en todas las posiciones posibles. Rodeando todo, un ajardinamiento descuidado a base de cactus y plantas de hojas gigantescas.
— Acompáñeme y conocerá a algunos de sus nuevos compañeros, señor.
Me precedía, con la cabeza vuelta hacia mí, moviendo las manos para contarme detalles técnicos de la edificación.
Penetramos en un galimatías que juntaba a personas en diferentes actividades que apenas se interrelacionaban. Todo constaba de una sola y desmesurada habitación en la que se distribuían mesas, caballetes, montones de libros, máquinas de escribir, lienzos, esculturas a medio hacer....... Hallamos nada más entrar a alguien que creía ser Pío Baroja. Aparecía con boina, barba rala y gesto adusto mientras refunfuñaba leyendo un grueso libro de tapas gastadas. Nos saludó descubriéndose levemente la boina. Un hombre, ataviado burdamente como el pintor Velázquez, se miraba y remiraba frente a un espejo con un pincel en la mano y un lienzo en blanco. También estaba otro con ínfulas de William Faulker (bigotillo recortado, pelo cano y traje estilo años 30) que conversaba acaloradamente con los dobles de Malcolm Lowry y Hemingway en torno a una botella inmensa de whisky. Varias veces golpearon con violencia la mesa en torno a la que estaban al tiempo que se rebatían una y otra vez. También Patricia Highsmith, junto a un tanque de whisky con soda, acariciaba un pecho de una mujer rubia de cabello rizado a la vez que apuntaba sobre un cuaderno esporádicamente.
— Creo que con este cliente usted hará buenas migas, señor. - mi dijo mi acompañante señalándome a un tipo que se mesaba los cabellos con la cabeza metida entre los brazos. Ante él, en una mesa, había un cuaderno con un escrito repleto de tachaduras y apuntes al margen.
Cuando nos acercamos y levantó la cabeza, tuve ante mi ojos a una réplica de mi admirado escritor Franz Kafka. Dentro de una cara de acelga se movían unos ojillos inquietos y angustiados sobre unas ojeras kilométricas (la cara que contemplé en el espejo de la comisaría, pensé) Sin embargo su cabello, a diferencia de mí, era fuerte y con una raíz a mitad de la frente.
— ¿Hay algún lugar aquí para hacerme con una peluca? -pregunté a mi acompañante conteniendo mi ansiedad.
— Por supuesto, señor -y rompió a reír sin contención alguna.
El hombre que simulaba ser Kafka, desconcertado ante la risotada, me observó con atención unos instantes para acabar preguntándome: "¿Podría seguir escribiendo noches y noches con la mujer amada junto a mí?" Entonces, sin esperar la respuesta que yo no tenía, volvió a su cuaderno, tachó con fiereza y se puso a tironearse de sus cabellos con la cabeza guarecida entre sus brazos.
— Le costará acercarse a él, pero lo conseguirá, señor. Si desea, como medida de persuasión, consultar los dos volúmenes de sus diarios o las cartas a Felice, a Milena, a Ottla, o a su padre o a su amigo y editor Max Brod, no tiene más que dirigirse a la biblioteca que está en la primera planta; está algo desordenada pero le servirá seguro.
Después me mostró mi cuarto: una estancia pequeña y un poco sucia en la última planta del edificio.
Cuando me quedé solo, medité en todo lo acontecido desde que me deslicé por el inodoro. Curiosamente, recordaba más bien poco de mi existencia de antes, era como si fuera un recién nacido con ganas de aprender todo lo que se encerraba en ese mundo disperso que contenía el edificio. Cerré los ojos unos instantes y afirmé tres o cuatro veces con una convicción que me resultaba nueva o muy lejana. "Es otra realidad", me dije sonriendo.
Después, fisgando por el cuarto, encontré un armario con ropa decimonónica, un grueso cuaderno de anillas en el que se enganchaba un bolígrafo nacarado, un diccionario María Moliner en seis volúmenes y un viejo frigorífico con cantidad de botes de cerveza helados y varios paquetes de tabaco rubio nacional.