Manuel Pérez Lourido
Optimismo y esas cosas
La gente muy efusiva es odiosa. Bueno. Tal vez no tanto. Pongamos que la gente muy efusiva es solo insoportable. Vale, quizá podríamos dejarlo en que son irritantes. Y probablemente nada de esto tiene sentido y deben ser descritos como unas bellísimas personas rebosantes de optimismo, a los que todos los demás deberíamos imitar. Pero no soltaremos la presa, no cuando uno se apunta al grupo de seres que cualquiera calificaría como seco, sobrio o emocionalmente lacónico.Y ya sé que me van a decir que ese, y no otro, es el motivo de esta extraña animadversión. Como si no lo supiera. ¿Qué culpa tenemos los tales de que nos cueste sonreir? Ya no digo besuquear y abrazar, simplemente prodigarse en sonrisas. Pero nos vamos del tema. El tema es el optimismo de los optimistas y la efusividad de los efusivos.
Para empezar: ¿de dónde procede esa actitud?, ¿es qué no tienen ojos y oídos?, ¿es que no se dan cuenta de conviene la moderación si uno analiza, aún superficialmente, dónde está metido? Yo miro para dentro y para fuera y no hay día que no me espante. A lo mío ya estoy acostumbrado, pero aún me sacuden de vez en cuando los sentimientos que descubro en mi interior. Me gustaría desatornillarme de ellos pero forman parte de una naturaleza que vaya por Dios. El cristianismo habla de la naturaleza caída, pero se queda corto. No especifica el lugar de la caída, que tiene todas las trazas de ser el fango más absoluto. Tal vez los optimistas y efusivos no tienen este problema porque no analizan su interior, salvo cuando comen fabada. Tal vez lo único problemático que descubren en su ser son gases, y eso no siempre.
La vida es una incógnita llena de más incógnitas, además de una tómbola y de otras muchas cosas. Y de paradojas, como la de que los poco efusivos estemos convencidos de lo apropiado de nuestra actitud y sin embargo envidiemos un poco esa alegría de los alegres. Los odiamos y los envidiamos, una cosa tremenda. Cuando se nos ocurre imitarlos, movido por misteriosos deseos de emulación, nuestros gestos robóticos y nuestras muecas forzadas nos delatan, además de terminar agotados. Queremos dotar de entusiasmo nuestros saludos o argumentos y parece que estamos profiriendo amenazas... en fin, cada uno ha de ser fiel a su naturaleza y, aún procurando mejoría, evitar intentos de sustituirla por otra que no le ha sido otorgada. El mejor libro de autoayuda no puede competir con el empleo del sentido común. He dicho.