Kabalcanty
Una tormenta para cortar un cuchillo (Segunda parte)
- Espera, espera, -dijo Elisa viendo las intenciones de Soraya- pon esta bandeja en la mesa.
Soraya extendió su mano izquierda, con los dedos suficientemente separados, sobre la bandeja.
Los truenos, amortiguados por el doble acristalamiento de las ventanas, eran murmullos sincopados entre el tintineo del aguacero sobre los cristales.
Soraya clavaba el cuchillo entre los dedos con una rapidez que se acentuaba.
— Hay que hacerlo cinco veces acelerando cada vez más para que sea de garantía -decía mientras pasaba la punta de la hoja con habilidad.
Al terminar todos aplaudieron calurosamente.
— Propongo hacerlo cogiendo el cuchillo con la mano izquierda- apuntó Rogelio achinando los ojos.
Soraya cambió de mano y completó la sugerencia de su amigo, si bien a menos velocidad que la anterior.
— Te toca, Roger "el jodón" -dijo ella, soltando una ruidosa carcajada que le hizo echarse hacia atrás pataleando sobre el sillón de cuero argentino.
Rogelio se tomó de un sorbo lo que quedaba en su copa y, después de arremangarse chaqueta y camisa y quitarse el papel absorbente del dedo herido , cogió el cuchillo con prosopopeya.
Su mano izquierda saltaba entre los dedos con cautela; ni siquiera el mechón de cabello sobre su frente parecía turbar su concentración.
Los otros tres jaleaban el ritmo entre risas sofocadas.
— Pero más deprisa, capullo. -dijo Soraya, tratando de incentivar la frecuencia con unas palmadas frenéticas.
Fue a la tercera ronda cuando el cuchillo resbaló sobre la bandeja y se clavó en el estómago de Rogelio. Dio un alarido corto, como en un tic, mientras sus manos, alrededor del cuchillo, se llenaban de sangre.
— ¡¡Joder!! -gritó Elisa yendo hacia su marido- ¡Te lo has clavado!
Borja se quitó su chaqueta y, tras dudar unos instantes, tiró del mantel de hilo que sirvió para la cena dejando su americana sobre su asiento. Rodaron platos, cubiertos y vasos en un estrépito cuyo colofón fue un trueno ostentoso que vibró las paredes de la mansión.
Soraya miraba la escena risueña, anonadada en una mueca indecisa, viendo gotear la sangre desde el cuero del sofá.
Ayudaron a tumbarse a Rogelio en el sofá. Borja trataba de controlar la hemorragia poniendo el mantel en la herida.
— ¡Joder, llamad a urgencias! -chillaba Elisa con la mano cogida de su esposo- ¡Tú, Soraya, llama joder!
— ¿Sería conveniente quitarle el cuchillo? -preguntó Borja esperando respuesta.
— No, no, supongo que no. -contestó acelerada Elisa- Creo que será mejor esperar a lo que diga el médico de urgencia. Y encima Luisa y su marido con la noche libre. ¡¡¡¡¡¡Joder!!!!!! ¿Dónde están las gasas en esta casa?
La mujer estaba perdiendo el control por momentos: quería hacer varias cosas a la vez mientras sus ojos buscaban algo que no hallaba.
Rogelio se lamentaba por lo bajo con los ojos semicerrados y unos labios temblones que iban perdiendo color. Los pantalones y la chaqueta de Hugo Boss perdían prestancia al tiempo que se humedecían púrpura y la yema de su dedo apuntaba una burbuja rojiza que todavía preponderante.
— Me dicen que espere, que en este momento las llamadas a urgencias están colapsadas.
Soraya, con el teléfono móvil en la mano, les decía en pie, frente a ellos, inestable y jocosa.
— ¡¡Insiste, joder!! -le gritó la otra mujer escudriñándola desafiante.
Soraya se separó de ellos dándoles la espalda para verter en su copa otra medida de Calvados. Se llevó el móvil al oído mientras paladeaba el licor con una voluptuosidad que le hizo entornar los ojos; ni se inmutó cuando la señal de corte de comunicación retumbó en el móvil.
— Voy a buscar toallas o lo que sea en esta puta casa -dijo precipitadamente Elisa desapareciendo por una puerta.
Borja observó a su mujer con el mantel en el vientre de su amigo hecho ya una bola escarlata.
— ¿Se puede saber qué haces? -dijo en voz baja, evitando la escucha del herido.
Soraya se dio la vuelta con las dos manos ocupadas: en una sonaba su teléfono con el tono insistente del fin de conexión y en la otra la copa de balón con el líquido pajizo.
— ¿Quieres un trago? -contestó ella sonriendo sugerente- Te hará bien.
Borja dudó. Gotas de sudor surcaban su frente cayendo pesarosas sobre las mangas, salpicadas de sangre, de su camisa blanca Alexander Kabbaz.
— Mira los puños de mi camisa..... está echada a perder. -dijo él desolado. Acto seguido volvió la mirada hacia ella e hizo un gesto asertivo- Sin embargo tu Carolina Herrera está impecable.
Trató de acomodar las manos del herido sobre el mantel grana. Lo hacía con una especie de asco que le levantaba el labio superior y le fruncía el entrecejo.
— Dame esa copa -dijo ya en pie, junto a ella.
Bebió con impaciencia, quitándole a Soraya la copa de la mano y apurándola hasta el final. Luego chaqueó la lengua y agitó la cabeza.
— ¿Sabes? -dijo Borja, bisbiseando junto al hombro de ella- No me gusta nada que se me corte el buen rollo y en esta velada lo había, joder.
Soraya asintió y le besó en los labios.
— Sirvámonos otra copa -dijo.
Puso una ración generosa en cada copa y la chocó con su marido.
— Por las noches con chispa -dijo Soraya sonriéndole.
Una detonación llegó desde la cocina y la luz eléctrica dejó de funcionar.
Un relámpago iluminó las dos figuras en pie y la otra tumbada con la manos sujetándose el vientre. Después se escuchó un trueno como si fuera el primero de esa noche.