Pedro De Lorenzo y Macías
Don Olimpio, cura párroco de Marcón
Fotografía: @Manuel Martínez.
Observamos esta belleza, restaurada y orgullosa. Luce el verdor de hechizo, custodiado de mítica arboleda. Los feligreses fueron pilares en su reparación, en recuperar su encanto. Este recinto encierra historias, buenos y malos acontecimientos: es la parroquia de Marcón.
En los años 80 estaba en olvido, en total abandono. El tejado de la iglesia era una regadera; la casa consistorial estaba contaminada por la ruindad, se iba cayendo.
Don Olimpio, de estirpe labriega, fue enviado a restablecer el recinto parroquial. Era de estatura alta, complexión fuerte, unas manazas de labrador; cubría su azotea despezada con su boina campesina. Era de genio rápido; compasivo, comprensivo y muy humanitario. Sus arrebatos eran un motivo de unión: ya que se mostraba humano, y la parroquia lo aceptaba.
Su llegada fue espantosa: todo en mal estado. Vendió sus propiedades y arregló la casa consistorial, a pesar de consejos de buenos parroquianos. Era la casa para el pueblo: reuniones, conmemoraciones, festejos. Se quedó como Carpanta, sin un duro. Su sotana lucía algunos sietes y remiendos.
Ante las negativas de los estamentos para el arreglo de su iglesia, pasó a la resistencia pasiva. Los días de lluvia, en una banqueta, situaba al monaguillo con un gran paraguas. Celebraba la misa, esquivando goteras. Todos los feligreses se sumaron… ¡Exposición de paraguas en Marcón! No sentó bien este gesto a las autoridades eclesiásticas, ni políticas.
La comunidad de montes vendió unos terrenos para diseñar el Campillo; parte de ese dinero fue para restaurar y mostrar su iglesia como en esta bella imagen.
En días soleados, reunían a los aspirantes a la confirmación, los sentaba en el mítico muro. Su voz fuerte, segura, enfática: "Jovencitos, ¡Tened siempre esto presente! ¡Sí! Las Mujeres son el origen del pecado. Si, del pecado; pero, son el origen de la sabiduría".
Cuentan Manuel y un comunero de la Parroquia, que, de todas las pláticas sobre la confirmación, grabó en sus mentes el gran epitafio: "La mujer es origen del pecado e inicio de la sabiduría".
Ya la iglesia reformada, con su muro bien adecentado, la serenidad y sosiego volvían a tan maravillosa parroquia. Había muchos problemas a resolver: umbral de pobreza, resolver problemas de convivencia. Su humanidad y generosidad conquistó todos los corazones: creyentes y no creyentes.
Unos desalmados abandonaban perros, los maltrataban. Domingo, festividad de San Miguel, su patrono. Subió al púlpito, acompañado de su añejo misal. Su fuerte, pausada voz, retronó por todo el aforo; la bonanza de nuestros vientos la transportaron fuera del recinto eclesial.
"Parroquianos. Hoy es nuestro patrón San Miguel. Hablaremos de él, después. ¿Por qué maltratáis y abandonáis a los perros? ¡San Roque! ¡San Roque! Los quería, los cuidaba. Vosotros, sí, vosotros, ¿Cómo tratáis a vuestros fieles amigos? ¿Con el abandono? ¿Con palos? El perro es un animal fiel, cariñoso.."
Un perro vagabundo, esquelético y hambriento, al escuchar tan divinas palabras, se extasió: "Aquí nos quieren". Su pensamiento le indujo a entrar en la divina iglesia.
Don Olimpo hace silencio. El perro se para, lo mira. Vuela el misal hacia la cabeza perruna. Este huye como un foguete, rumiando: "Palabras, palabras".
Sobre este hecho temperamental hubo comentarios jocosos; algunas señoras no les gustó el hecho: el descalabrar el misal… Su gran sencillez, su gran cariño hacia todos, lo engrandecía. Comentaban sus arrebatos como bonitas anécdotas.
Ganó a los parroquianos, que sigue en sus corazones. Hace unos años fletaron unos buses y lo fueron a homenajear. No sé si vive. Siempre será el párroco de una gran Parroquia: "Don Olimpio, Cura de Marcón".
Pedro de Lorenzo y Macías.