Manuel Pérez Lourido
Perdido micromachismo
Fue paseando el otro día camino de ninguna parte, o sea, hasta la plaza de la Herrería, cuando se me cayó un micromachismo. Me di cuenta al momento, de esas cosas uno se da cuenta enseguida. Me detuve a contemplar el suelo, como se hace cuando se te cae un micromachismo, e incluso me agaché. Se acercó gente a ofrecer su ayuda y un par de personas a pedir explicaciones. Al parecer les molestaba que entorpeciese el tránsito. Era hora punta porque no había fútbol ni O.T. en la televisión, pero uno no elige los momentos en que pierde las cosas.
No hubo forma de encontrarlo, seguramente salió rodando, impulsado por el ansia de libertad y la mala leche. Compungido, alcé mi anatomía del asfalto, me sacudí la ropa en un acto más reflejo que necesario y me dispuse a reanudar mi camino. Entonces la vi. Era una anciana bajita, delgada y con gafas de anciana bajita y delgada. Gafas redundantes de montura transparente. Tenía sus ojos claros y vivarachos apuntado hacia los míos como si fuesen los dos caños de una carabina. ¿Qué buscaba usted, joven? disparó con voz diáfana. Nada, nada, contesté porque aquella mirada inteligente me resultaba inquietante.
Entonces alzó su paraguas, porque llevaba un paraguas, y me apuntó también con él mientras insistía: responda a mi pregunta, caballerete. Hacía mucho tiempo que no me llabaman así, si es que alguna vez me lo habían llamado, de modo que confesé que había perdido un micromachismo. ¿Voluntariamente? inquirió la señora, dispuesta a no dejarme escapar así como así. Le expliqué que no, que yo los micromachismos los llevo atados muy en corto, que no se me escapan facilmente, que por quién me tomaba, etcétera. Sobre todo etcétera.
La mujer relajó el gesto de su arrugado rostro y bajó el paraguas. Me echó una mirada de arriba a abajo y carraspeó. Juro que carraspeó. Temí que me soltase una diatriba, improvisada o no, afeando mi conducta pero solo me dijo dos palabras: Ha tenido usted mucha suerte, déjelo estar así. Y se dio la vuelta sin más, dejándome allí, en la plaza de la Peregrina, compuesto y con un micromachismo menos en mi haber.