Luis López Rodríguez
Monstruos
<<El sueño de la razón produce monstruos>>. Las palabras al pie de uno de los grabados más emblemáticos de Goya ilustran a la perfección la deriva periodística de algunos medios de comunicación y sus consecuencias en relación a informaciones que podríamos calificar como sensibles. Es, precisamente, la falta de sensibilidad la característica que mejor define el proceder de estas escuelas.
No importa cuántas veces las víctimas de un crimen o de una tragedia pidan respeto a su intimidad o a su duelo; la cámara, el micro, la grabadora estarán acechando en la puerta de sus casas, husmeando entre las cortinas, esperando ese segundo en el que poder captar las lágrimas, la mirada destrozada, el aullido desgarrador de quien no sabíamos nada y a quien olvidaremos muy pronto, pero de quien, al menos por unos días, queremos saberlo todo. Los sentimientos o las opiniones de las víctimas no importan cuando se trata de satisfacer la ley de la oferta y la demanda. Lo mismo sucede con la veracidad de la información; prima la celeridad, rellenar antes que la competencia los detalles sobre los que escasean las pruebas o los datos. Y en esa labor, todo vale. Se buscan testimonios de amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos, cualquiera que haya tenido contacto con los protagonistas de la historia. Su aportación, por intrascendente que sea, servirá para abrir nuevas especulaciones. Para definir a los personajes se procede a la distorsión del carácter de cada uno: si llegaba puntual al trabajo, pasará a ser meticuloso; si discutió con un amigo viendo un partido de fútbol, violento; si fumaba, vicioso; su religión, su raza y su sexo serán utilizados en su contra si es sospechoso. En el caso de la víctima se hará un repaso de los aspectos más ambles de su vida, haciendo hincapié en sus cualidades, sus anhelos, sus sueños rotos, que una voz compungida nos irá repitiendo una y otra vez, apelando a nuestras lágrimas. La información deja de ser lo importante en beneficio de la historia. Los hechos no se cuestionan, pero a su alrededor se va maquillando la realidad hasta darle una forma lo bastante siniestra como para poder concluir -después de la publicidad- que nos encontramos ante la peor tragedia de los últimos diez días.
Mientras tanto, el espectador asiste, entre fascinado e indignado, a un espectáculo que sabe no decepcionará, que le dará vía libre para soltar toda la rabia que ha ido acumulando en el trabajo, en casa o en las ruedas de prensa del presidente. Al fin tiene una justificación para maldecir e insultar sin ser juzgado, al fin se le permite ser juez y poner a cada uno en su sitio, porque él- ya es hora de que se entere todo el mundo- no es una bestia inhumana, como el culpable (no hay supuestos que valgan) al que promete infligir todo tipo de atrocidades en cuanto tenga ocasión. Mañana se habrá olvidado de unos y otros, pero ahora se apropia de ese dolor- aunque a lo largo de su vida jamás llegue a aproximarse ni remotamente a lo atroz y abismal de ese dolor- y lo escupe a cualquiera que ose cuestionarlo.
Las verdaderas víctimas observan aterrorizadas como los monstruos, lejos de desaparecer, se multiplican a su alrededor.