Bernardo Sartier
El "lonchero"
Ustedes lo han visto en cualquier gran supermercado. "Mercachoni" o "Comprefour". Planta -o le plantan- lo que semeja un carro de helados, con tejadiño. Y él, tocado con su gorro, prieta su chaquetilla impoluta que se pone al tajo. Nunca mejor dicho. Porque al tajo se dedica nuestro personaje. Ya saben, el rollo infumable del corte de jamón a mano, lonchas cortas, sin contrariar la veta. Hasta campeonatos hay, oigan. Moda. Empanada barata porque el sabor de un pernil depende de lo que haya comido el gorrino. De eso y del grado de infiltración de la grasa en su magro, no de cómo se corte.
Y como en España no hay como uniformar a alguien para que se repute Comodoro, ahí tienen ustedes al jamonero-cortador gobernando su chiringo con tal auctoritas que más parece Kim Yon-Collón, el de Corea de Arriba que operario circunstancial en prosaica actividad. Solemne, pagado de sí mismo ribetea el tajo. Perito en piernas que luego de cortar un par de cientos de gramos los posa sobre una bandeja plateada, reclamo clientelar para que, probado el producto, termine comprándolo alguien. Veo al "lonchero" y, en realidad, no lo veo: veo al doctor Cabada reimplantándole a uno una mano que una radial le mandó al carallo en un descuido. Cirujano de marranos, el "lonchero". Circunspecto y responsabilizado. Muy profesional. No sé qué categoría en el Convenio Colectivo, pero deberían crearle una "ad hoc" porque su sobreactuado amor al arte lo justifica.
De repente, en el trance de ver al "lonchero" reflexionando acerca de su vocación -nacido para cortar-, recibo una cariñosa palmada en la espalda. Me vuelvo. Coño, "R", cuánto tiempo, que es de tu vida. Y "R", incluso más pequeño que yo pero cuadrado, que me abraza tras un tirón, me estruja campechano que es y suelta todo ben, Bernardiño, traballando coma un cabrón, coma sempre. ("R" es de Soutomaior y disculparán que lo cite por su inicial porque, a diferencia del "lonchero", actor principal de su película jamonera, a "R" no le gustan los protagonismos). Honesto y trabajador, amigo de sus amigos, "R" posee un inhabitual apego a la verdad. Siempre sincero. "Perdona que che dija" es su lema introductorio, y luego sigue alguna verdad incómoda sea quien sea el interlocutor. Ojo.
Estoy contando lo ocurrido estas navidades en un centro comercial. Y puedo jurarles que sin dejar nada a la fabulación. Continúo. Tras saludarnos nos despedimos "R" y yo, si bien merodeando ambos estanterías cercanas. Me acerco al carro del "lonchero". Cuando voy a coger una de la lonchas, el "lonchero", autoritario, me muestra la palma de su mano: Un momento, caballero, yo se la facilito. Entonces coge unas pinzas plateadas como las que se utilizan para extraer los hielos de la cubitera y, tras sujetar una de las lonchas, me la ofrece perdonavidas, como cumplimentando un estudiado ritual en el que me fuese concedido un extraordinario privilegio. Paquiño Franco indultando a un fusilable, Nerón levantando el pulgar y dejando un león sin desayuno no superarían la performance del "lonchero" mientras autoriza, magnánimo, mi cata de su producto. Lo miro. Me mira arrogante a su vez. Lo tomas o lo dejas, chaval, parece decir. Tranquilamente cojo la loncha y al darme la vuelta veo que "R" ha tenido la misma idea. Volvemos a palmearnos afectuosos. Entonces, como guiado por un repentino sexto sentido decido quedarme. Conociendo a "R" algo va a pasar. Me hago el distraído justo al lado del puesto del "lonchero", frente a una estantería. Intuyo sangre.
El complejo de superioridad del "lonchero" frente a la espontaneidad de mi amigo "R". Alí contra Foreman. Un choque de trenes que se antoja cruento. Vouche coller unha loncha, dice "R". Perdone, caballero, pero no se puede coger el jamón de la bandeja con los dedos, replica el "lonchero". "R" mira al "lonchero" en contrapicado. Oes, mira: eu teño as mans limpas ¿eh?, e non vou coller nin tocar mais que a miña loncha. Lo siento, caballero, son las normas, sentencia el "lonchero". Normas? Qué normas?. Las normas de la empresa, caballero. Imagínese que cada cliente cogiese con sus manos una loncha (el lonchero pone aquí cara de asco extremo). Cuestión de higiene ¿entiende?.
Imaginen la escena. El uno sesenta y poco de "R" frente al metro ochenta del "lonchero". La barba de tres días de "R" frente a la perilla perfectamente recortada del "lonchero". La panza y el aspecto atrabiliario de "R", camisa por fuera, frente al cuidado terno del "lonchero". Tensión máxima. "R" contraataca: Ou sexa que eu, cas mans limpas e sin tocar o resto, non podo coller una loncha, non? Así es, caballero. Moi ben. Pois sabes que che dijo. Dígame, caballero. Que a metas nos collóns. A loncha. Y se fue "R". Panza avanzada. Camisa desaforada. Manos en los bolsillos. Digno, sincero como siempre.