María Biempica
Que viva la música
"Que viva la música" es una excelente novela del malogrado escritor colombiano Andrés Caicedo, que nos muestra las aventuras y desventuras de su protagonista, María del Carmen Huerta, una adolescente de la alta sociedad de Cali que deja su rutinaria vida para adentrarse en el mundo de la música, la prostitución y las drogas.
La novela consta de dos partes bien diferenciadas; la primera describe a la clase alta caleña, con el rock y la música de los Rolling Stones como telón de fondo.
En la segunda parte, el joven Caicedo nos sumerge en los bajos fondos de la salsa colombiana en donde los sensuales bailes, los afectos y excesos de la noche, llevan a su protagonista a un pozo sin fondo del que no es capaz, o sencillamente no quiere salir. Andrés se suicidó en marzo del año 77 con apenas 25 años, el mismo día en el que una editorial colombiana le entregó una copia de su último libro "Que viva la música".
Un capricho del destino hizo que pudiese comprar un ejemplar de esta envolvente obra en la mismísima Cali, ciudad natal de Andrés, tras una parada inesperada de mi avión de regreso a España.
Seducida por esta bella ciudad de la que apenas pude disfrutar unas horas y sin poder despegar el libro de mis manos, no alcancé a comprender por qué a Caicedo le parecía una tremenda insensatez vivir más de 25 años. Afirmación por la que quizás, y para no contradecirse, puso fin a su existencia ese cuatro de marzo, como si no consiguiese encontrar un final distinto a su propia vida.
Y esta misteriosa dualidad que posee el ser humano, que hace que se sienta angustiosamente solo mientras acaricia el cénit de su carrera, es la que me causa una insaciable curiosidad e hipnotiza. La misma dualidad que consigue que tanta gente nos muestre una singular ansia de vivir, y en cuestión de horas todo su mundo se convierta en la máxima expresión de desesperanza. La que nos hace pasar del rock a la salsa en una misma noche. La que nos hace libres de espíritu, pero nos termina encadenando a nuestras circunstancias y a nuestras propias expectativas.
Afortunadamente, no existe nada más conciliador que la música para liberarnos de estos fantasmas con los que a diario, la mayoría, convivimos.