Manuel Pérez Lourido
Huyendo de las zurraspas
Supimos que Carles Puigdemont tramaba algo mucho antes de que huyese a un país monárquico tras proclamar la república. Cierto que todos huimos, llegado el caso, adonde más conviene y no adonde más corresponde. Eso ha llevado a escapar hacia la cárcel a muchos compatriotas ilustres, como todos sabemos. Carles Puigdemont y Oriol Junqueras separaron sus destinos en los últimos días del abortado procés con movimientos casi impercentibles pero que dejaron cada vez más distancia entre ellos en las fotografías. De ir a todos lados casi de la mano pasaron a poner cada vez más gente entre uno y otro, figurantes que se prestaban al retrato con expresiones faciales mucho más entusiasmadas que las suyas. Los divorcios políticos se rastrean en las instantáneas mucho antes que en las declaraciones a los medios, que es donde se formalizan entre suspiros, lamentaciones y pullas, sobre todo esto último.
Junqueras es católico y tiene muy interiorizado e asunto de la salvación por obras, por eso la prisión para él son ahorrillos para el cielo. Además le da pie a soltar aquello de que él no se esconde nunca de lo que hace, refiriéndose directamente a otros, como Puigdemont, que se esconden de lo que no hacen. Los dos líderes de la extinta Junts pel sí han vivido como siameses en el zulo que les habían preparado los muchachos de la CUP, hasta que se hartaron de la inquietante dulzura de Anna Gabriel y de su corte de pelo (bueno, no, confieso que eso fue lo que me pasó a mi). A ellos lo que les pasó el que se les rompió el amor de tanto impostarlo.
Puigdemont no se presenta como católico sino como un ex-alcalde de la derecha catalanista, esa que Artur Mas hizo girar hacia la independencia para conseguir enderezar un rumbo que llevaba a un futuro lleno de zurraspas en los calzoncillos, citaciones judiciales, descalabro electoral y desafección popular. ¡Cuántas cosas se pueden evitar debajo de una estelada! Pero decíamos que Puigdemont es un ex-alcalde y tal vez ahí haya que rastrear tanto titubeo a la hora de decidir el futuro de un país-o-lo-que-sea. Ya se sabe que "es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”, como bien dijo Rajoy y recogió la historia.
Mariano Rajoy es otro elemento, así a secas, y también actor importante en toda esta tragicomedia.
No existe, para empezar, ningún otro presidente de una democracia que haya logrado asociar su nombre al de un periódico deportivo. Nadie que haya hecho de la parsimonia un santo y seña para para librarse de los adversarios políticos dentro de su partido, para gobernar una nación y para intentar que esta no se fragmente. Nadie que haya acumulado semejante rosario de frases tan incongruentes como geniales, que estudiarán las futuras generaciones de periodistas, gramáticos y psiquiatras.
Tenemos, pues, tres patas para el banco: uno en la cárcel, otro cagándose en la Unión Europea desde la capital de esta y el tercero agotando su gobierno en minoría. Y héte aquí que aparece alguien nuevo. La cabeza de lista del partido más votado en las elecciones catalanas. La candidata más certeramente escogida, la figura soñada por un gabinete de imagen del siglo XXI para liderar un partido: Inés Arrimadas. Un partido de derechas pero aún limpio. La mujer más votada en toda la historia de Cataluña, contando con la historia de Cataluña que cuentan los indepes. Esto de llamarle indepes es como cuando le llamaban Espe a Esperanza Aguirre: así parece que dolía menos.
Ni en cien artículos conseguiría nadie descifrar este galimatías que acaba de regresar a la casilla de salida, por eso hay que conformarse con hacer recuento del casting y de las incorporaciones para la nueva temporada de la serie más odiada de los últimos tiempos.