José Benito García Iglesias
La Moureira. Parte segunda y última
A partir de las inmediaciones del muelle comercial, en el Burgo, se fueron construyendo progresivamente, sin una cronología muy precisa, los “peiraos” de piedra que acabaron conformando el enorme arrabal marinero la Moureira.
Todo este litoral aparece tempranamente festoneado de muelles de sillería y cantería, estos muelles o “peiraos” se conservaron en su mayor parte hasta comienzos del siglo XX, cuando se produjeron las obras de relleno del nuevo malecón que conllevó al cambió de la fisonomía costera del Arrabal y la desaparición de todos los “peiraos”.
En el documento de concesión del título de ciudad a Pontevedra, en el año 1835, al describirse el Arrabal se mencionan todavía diecisiete de estos muelles, de los cuales cuatro no bajaban de setenta varas de frente.
Los muelles se componían de una escalera central y dos plataformas laterales que avanzaban al agua facilitando la carga y descarga de los barcos, se denominaban “peiraos” y cada uno tenía nombre propio.
El barrio estaba formado por centenares de pequeñas casas marineras compuestas de sus correspondientes muelles y patines. Apenas existían calles en su estructura habitual, la ocupación del terreno se haría de modo no alineado, disperso, salvo las calles que enlazaban con el camino que rodeaba la muralla.
El profesor Filgueira Valverde llegó a conocer el barrio antes de su completa desmantelación y nos describe así como eran sus edificaciones: “Pocos soportales y modestos, ninguna balaustrada. Las casas suelen presentar un hastial en outón que aprovechando el desnivel del terreno, da entrada al piso habitable desde la calle y utiliza el bajo, por el lado opuesto, para almacén y taller en las tareas de la conserva. Discretos huecos, sin resalte en los jambajes: a lo sumo, por gala un patín con escalera exterior o un balcón con barandilla de hierro”.
Si nos referimos a un estudio etimológico, es precisamente Filgueira Valverde quien sostiene que el nombre de Moureira deriva de su papel en la pesca y en la conservación de la misma. Manifiesta que en el siglo XV se escribían aún “Moreira”, revelando de cerca el origen del lugar de la “moira”, del latín “muria”, “salmuera”, “sale muria”, como industria que se practicaba en toda la costa pero con más intensidad en el lugar donde podía disponer de más cantidad de sal. La sal era un producto vital, no solo para la conservación del pescado, también lo era para conservar la carne y para la transformación del cuero.
Es preciso hacer notar como característica extraña y perdurable del Arrabal pontevedrés que no solía residir en él sino todo aquel que del mar vivía, y que toda industria o comercio que no se relacionaba directamente con la pesca o con el tráfico marítimo quedaba excluido de sus calles.
Con el tiempo y el declive económico de la villa, la zona se fue degradando progresivamente y perdió esa hegemonía que mantuvo durante los siglos XV y XVI, no así su encanto, lo que conllevó a que a finales del siglo XIX y hasta mediados del XX recuperase una cierta relevancia en la economía pontevedresa.
Hace más de medio siglo que el barrio de la Moureira perdió lo poco que le quedaba de su carácter marinero, al desaparecer la flota de motoras que aquí aún permanecían. La desaparición de nuestra industria pesquera local suponía la ruptura de una tradición multisecular, de un sector socioeconómico que un día fue el referente más importante de Pontevedra.
Ese mar que fue el elemento medular de la vida económica de nuestra ciudad y al que incomprensiblemente de manera burda y desidiosa se le dio la espalda, precisamente cuando mayor necesidad había de darle el frente y convertirlo en nuestro mayor patrimonio.
El mal entendido progreso y un urbanismo salvaje y falto del más mínimo sentimiento, fue derribando las casas y los “peiraos” que salpicaban la Moureira, y todo su entorno fue alterado definitiva e irremediablemente, desde entonces la Moureira cayó en un sueño del que ya no despertaría.
Y así sigue, olvidada y abandonada por quienes tienen capacidad de hacer brotar una brizna de luz en esa oscuridad, con calles con grandes deficiencias y sin nada atrayente que haga que la ciudadanía se pasee por sus rúas y reviva su historia, esa historia que conllevó a que durante una época Pontevedra fuese la villa más pujante de toda Galicia.