Kabalcanty
Sobrevivientes (25)
Ruiz estaba sentado en un banco al final del pasillo de la planta del Hospital Sur, muy cerca de la habitación donde murió su padre. Estaba cruzado de piernas, con la cabeza apoyada en la pared y le envolvía un gesto grave que palidecía su rostro alargado que llegó a asustar a Genoveva, la única enfermera de la planta. "¿Se encuentra mal, señor Ruiz?", le llegó a decir, tocándole apresurada la frente para comprobar por encima su temperatura. "No se preocupe, Genoveva, he tenido muchas contrariedades en poco tiempo, sólo es eso", contestó él cambiando de postura y tratando inútilmente de ofrecer otro aspecto.
— Voy a avisar al doctor Amedo porque parece que hay lio abajo, en recepción -le dijo la sanitaria apurada, urgiendo su partida.
Ruiz asintió sin tomar el más mínimo interés, volviendo a apoyar la cabeza hacia atrás y concentrando sus pensamientos en su rictus marmóreo.
En unos minutos, Cañas y Albarrán, los auxiliares que subían y bajaban allá donde se les reclamase en el hospital, pasaron corriendo hacia el despacho del doctor. En su carrera apartaban atropelladamente la cantidad de trastos que se les interponían.
Ruiz escuchó ruidos impropios del hospital que subían desde el hueco de la escalera principal, incluso le pareció el sonido de un disparo en la lejanía, sin embargo siguió con su pose indolente.
— Quiero que os quedéis los cuatro aquí en la planta, yo bajaré a hablar con ellos; sin duda cuando les diga que no tenemos vacunas se acabará la trifulca.
El doctor Fernando Amedo, de frente a los auxiliares, Genoveva y el doctor Camacho, les decía a la puerta del ascensor de urgencias, el único en funcionamiento, moviendo las manos con mucha tranquilidad. Sostenía sus gafas en una de sus manos para paulatinamente restregarse los ojos con más vehemencia que de costumbre; el nerviosismo que trataba de controlar se escapaba en esa costumbre que reiteraba fuera de su voluntad.
— Doctor, parecen agresivos, escuchamos el jaleo y los tiros -dijo Albarrán, arrugando las pecas de pelirrojo en sus pómulos- ¿No sería mejor esperar a la policía?
— ¿Y si no le creen que no dispone de vacunas? -añadió Cañas.
Genoveva se tapaba medio rostro con las manos mientras se apoyaba en el brazo de Albarrán.
— Hablaré con ellos antes que nada -dijo Amedo entrando en el ascensor- Subo en breve.
El médico adjunto Tobías Camacho trató de apaciguar los ánimos de los otros tres asegurándoles que el asunto se arreglaría de la forma más civilizada.
— Todos sabemos que el doctor es un buen negociador, su empatía llega a límites insospechados. Les hará comprender que su problema no está en nuestras manos y estoy seguro que acabará por llevar las aguas a su cauce.
Diciendo esto, reparó en Ruiz al fondo del pasillo.
— Perdone, no le había visto, señor Ruiz.
Dijo acercándose, siguiéndole los demás.
— Parece que hay jarana -contestó Ruiz saliendo de su letargo- Escuché algo de ruido antes pero creí que sería en el exterior; estamos tan acostumbrados a eso.
Se levantó del banco para recibirles.
— Unos manifestantes que parecen un poco acalorados por el desastre sanitario de la cuidad. -dijo Camacho, intentando que sus palabras quitaran hierro al tema.- Tal vez sería oportuno que todos nos reuniéramos en el despacho del doctor Amedo.
Albarrán asintió, tomando por el codo a su colega Cañas.
— Nos encargaremos de avisar a los acompañantes internos para que acudan al despacho -dijo comprometido- Vamos subiendo por plantas: tú a las habitaciones del ala izquierda y yo a las de la derecha.
— Ok -contestó Cañas.
Genoveva, Camacho y Ruiz fueron andando hasta el despacho de Amedo.
— Algún día tenía que pasar -comentó Ruiz, mirando al doctor Camacho.
— Lo cierto es que la situación lleva siendo insostenible mucho tiempo ya, demasiado -contestó Camacho, mientras abría la puerta del despacho.
Se sentaron en las sillas alrededor de la mesa de Amedo sin saber muy bien qué hacer ni qué decir.
Genoveva aferraba sus manos a la falda blanca de su uniforme al tiempo que sus ojos inquietos evitaban la mirada de los otros dos.
— Yo estoy fuera de mí, perdonen -dijo controlando un sollozo.
Camacho acercó a su lado, poniéndolo en un esquinazo de la mesa, el teléfono interno del hospital y comprobó la efectividad de la conexión.
— Esperemos buenas noticias -dijo forzando una sonrisa.
Hubo unos segundos de denso silencio. Trataban de escuchar en la lejanía pero nada les traía novedades. Se escuchaban ayes apagados de los infectados o alguna maldición desesperada que sonaba rutinaria como si fuera parte de la acústica del Hospital Sur.
— Personalmente tampoco me importaría morir ahora -dijo sepulcral Ruiz, sin mirar a ninguno de los dos- Sobrevivir me ha cansado.
— No creo que sea el momento oportuno para ese tipo de confidencias tan negativas, señor Ruiz -dijo el doctor Camacho, achinando aún más sus ojos rasgados- La vida en este lado es sobrevivencia y eso, a la larga, dará una respuesta positiva a nuestra lucha.
Genoveva suspiró y se echó a llorar sin cortapisas.
Fue entonces cuando comenzaron a llegar los primeros acompañantes internos.