Marisa Lozano Fuego
Autopista al ocaso definitivo
Me pregunto si lo necesitamos. ¿Sabes? Podemos ir sin coche, siempre es mucho mejor andar. No precisamos que nos salven. Quizá no deba haber un cielo, y sabes, tampoco un infierno. El infierno somos nosotros, podemos matar ese horror. Coge mi mano, tengo dos. Una a veces está caliente, hierve de furia y de dolor. Exacto, así como la tuya. Es rojo sangre y rojo fuego. La otra es más violeta, anaranjada, añil ocaso. Es la del recuerdo y la fantasía. Es la del viento y la del beso. Es esa que escribe poemas y utopías inventadas, para que mi mano de fuego no se confunda al tropezar. Sí, mis dos manos se pelean, también las tuyas, lo sé. Ya no importa. Forman parte del mismo cuerpo, podemos elegir cuál tender. Pueden ir juntas, paralelas, escribir canciones de libertad. ¿Por qué no? Dylan llamaba a la puerta del Cielo, quizá ese fuera el problema, quizá no hay puerta. ¿Pasamos? No hay barrera, frontera u odio, te juro, prometo que no. A veces las personas equivocan sus manos. A veces tienden su mano de fuego a otra mano de fuego…cataclismo, rabia e incendio. Si se juntan las otras manos, el cóctel sería muy vainilla. Seamos prácticos. Hagamos un trato. Cada vez que me tiendas tu mano de fuego, te tenderé la del ocaso. Y viceversa. ¿Vale? Así nunca pelearán. El pacto será equilibrado y podremos entrelazar las palabras y la poesía, y también el corazón. Las manos hacen amistad eterna si los dedos crecieron juntos. Solamente fue un fallo de coordinación, escucha, todos los gobiernos deberían saber esto. Todas las rabias, todos los latidos. Todas las canciones, series, películas deberían desmitificar el cielo, el infierno, la culpa. Solo es cuestión de anatomía. De escoger las manos equivocadas. Luz y sombra, penumbra hermosa. Eh, la mano de fuego es muy válida. También sirve para luchar, para luchar por la injusticia y para vivir con pasión. Es la mano del corazón, es la mano de la locura. Me encanta, me encanta, es la mía, pero no hagamos un incendio. Por favor, cuando arde es terrible, y nos vamos a achicharrar. Disculpa a mi mano de fuego, estréchala con afecto.
Joder, nunca he llevado guantes, sabes, se me escapan las letras. Abrazo tu mano horizonte, la que sueña y escucha a Cohen. ¿Por qué no? Seguramente miramos las mismas estrellas. Seguramente nos ahoga la misma angustia. El mismo recuerdo de las máquinas Olivetti, de los Fraggel Rock, de las chapas. Somos una generación de Bic y cintas rebobinadas con boli. Guay, mola, colega, pedir rollo,(siempre pensé que hablaban del papel higiénico); quedar en la plaza, bocata de jamón y queso. Citas que llegan tarde, espinillas, esperar una llamada porque nadie tenía móvil y no había línea directa con Cupido. Venga, si somos unos blandos. Y también somos la leche. Que sí. Que tu ego y mi ego y tu mano y mi mano se van de paseo a la Herrería, y se columpian en las palmeras, quieres pipas, venga, una bolsa costaba veinticinco pesetas. Una sonrisa, nada.
Ahora tampoco.
Venga, pásame una.
Una pipa, una sonrisa.
No importa. Ninguna me sobra.
Quítate los guantes, respira, mira que huele a Navidad. Lo sé, a mí también me da miedo, o me pone un poquito triste. Pero tenemos diez dedos, doce meses en el año, trescientos sesenta y cinco días para hacer que valga la pena. Para construir letras, magia, amistades nuevas y reparar viejas heridas.
Buenas noches, nunca te olvides que la amistad es para eso. Para estrechar el torbellino y abrazarnos la oscuridad.
Firmado: La chica sin guantes