Kabalcanty
Sobrevivientes (22)
Paco andaba dando vueltas por el cuarto haciendo fatigoso el trabajo de las cámaras de seguridad. Se frotaba las manos y se las pasaba por el rostro como si quisiera despojarse de algo sutil que no estaba precisamente al ras de su piel. Tan enfrascado y alterado estaba que no se percató de la llegada de Ruiz al otro lado del cristal blindado. Tuvo que golpear dos o tres veces la mampara para que Paco acudiera veloz a sentarse en la misma silla de antes.
Envuelto en una bolsa de plástico sellada le pasó el neceser por el cajón que comunicaba la mampara.
— Muchas gracias -dijo Paco cogiendo el neceser para ponerlo a sus pies- Pero lo que verdaderamente me importa es lo que sabes de ella.
Su ansiedad se reflejaba en su mirada inquieta que se conjuntaba con la velocidad de sus palabras.
Ruiz parecía sopesar algo desde el otro lado. Alternaba la observación del desasosiego del hombre con una reflexión íntima que le hacía posar los ojos sobre sus manos puestas sobre la encimera que sostenía el cristal. Paco esperaba ansioso y Ruiz manejaba una potestad que le creaba un estado beneficioso que le borraba los acontecimientos de las últimas horas. Las palabras se crearon solas construyendo una verdad que le insuflaba una felicidad desconocida hasta entonces.
— Paco......, -comenzó diciendo con mesura y seguridad- Rosa y yo nos amamos desde hace años y hemos decidido irnos a vivir juntos ya que ella está embarazada. Nos amamos como si fuéramos veinteañeros y queremos ser felices entre todo este mundo que parece caerse a pedazos.
Paco le miraba asombrado, encajando cada palabra con una desesperación que sentía acelerada en su pecho.
— Te entrego el neceser porque no queremos nada del pasado; comenzaremos una vida nueva partiendo de cero. Compréndelo, nos amamos.
— No puedo creérmelo, necesito que sea ella la que me lo diga. No es posible, no.
— Pues lo es, Paco. Ella no quiere verte. Reposa en una habitación cuidando su estado. Nada de importancia, simplemente descanso. En unos días nos iremos a la zona inmunizada, tengo amigos allí que nos ayudarán a cruzar para empezar una vida nueva. Debes aceptarlo porque no hay marcha atrás. Lo siento.
Paco dio un salto sobre la silla y se puso a aporrear el cristal con furia. "¡Cabrón, hijo de puta!", gritaba colérico mientras salpicaba con gotitas de saliva el vidrio y las cámaras le enfilaban vehementes.
Los policías no tardaron en entrar y sujetar a Paco, quien no perdía de vista la serenidad de Ruiz, sentado apaciblemente tras la mampara.
Cuando desapareció arrastrado tras la puerta, Ruiz tuvo una sonrisa fugaz que se congeló en su cara cuando sintió el aliento del silencio en su soledad. Al levantarse vio la bolsa con el neceser tirada a un lado de la silla que ocupó Paco. Luego salió por la puerta de acceso al hospital.
— ¡Os mataré a los dos, lo juro! -voceaba en el hall de admisión mientras los policías trataban de colocarle unas bridas en las muñecas.
— Tranquilícese, caballero. Estoy seguro que se trata de un malentendido.
Decía la recepcionista, fuera de su cubículo, pero a cierta distancia de la trifulca.
Entonces se escuchó cómo el tumulto exterior crecía de tono. Fue un latigazo que paralizó a los cuatro durante unos segundos y que se oía cada vez más cercano. Los policías soltaron en el suelo a Paco, cogieron sus cascos de encima del mostrador y se dirigieron a la puerta de entrada echando mano a sus porras de defensa. Apenas alcanzaron la puerta, una multitud de manifestantes, arrastrando a varios agentes ensangrentados al frente, arrollaron a los policías y penetraron en el hall de admisión. Todo fue tan rápido que en un par de minutos varios policías yacían inmóviles a los pies de los manifestantes y la joven recepcionista se parapetaba tras su mostrador.
— ¡Atranca la puerta, Víctor! -voceó uno de los que estaba a la cabeza del grupo- De aquí no nos mueve ni Dios hasta que haya vacunas para todos.
Todos estaban mojados y sudorosos, exaltados, con sus pechos que crecían y decrecían al ritmo alterado de sus respiraciones. Eran más de sesenta, armados con barras de hierro, cadenas y cuchillos Combat de supervivencia. Todos vestían ropa oscura pero sin uniformar.
Arrancaron parte del mostrador para atravesarlo en la puerta de entrada. Otros fueron desarmando a los policías muertos.
— Vosotros diez -dijo el que parecía ser el líder, el mismo que habló antes, señalando a unos cuantos de la parte de atrás del grupo- estaréis aquí abajo vigilando por si se acercan. Coged estos subfusiles y disparad al primero que se os ponga a tiro. ¿Entendido?
Se fueron hasta la puerta de entrada al hospital y se apostaron tras las maderas rotas del mostrador.
— Eh tú, tío,.......¿quién coño eres?
Le dijo, dándole con el pie, a Paco que se encontraba derrengado contra uno de los pilares del hall.
— Estoy con vosotros -dijo Paco con voz cansada y mostrándole las bridas que sujetaban sus muñecas- y contra todos los cabrones que hay dentro de este hospital.
Se acercó a Paco y le cortó con su cuchillo las bridas.
— Pues si estás con nosotros, dile a la tía esa -dijo el líder, señalando a la recepcionista acuclillada en un rincón de su lugar de trabajo- que te diga quién es el manda en el hospital porque tenemos que hablar con él urgentemente. ¿Entendido?
Le cortó las bridas utilizando con habilidad su cuchillo.
Paco asintió y se fue levantando apoyando la espalda contra el pilar. Se dirigió con calma al sitio de la recepción y miró a la asustada joven.
— Ya lo has oído, ponnos en contacto con el médico jefe. Y tranquila, no creo que ninguno tenga nada contra ti.
Dijo Paco con cierto embarazo, escudriñando el ovillo de la joven y masajeándose con dos dedos la corta opresión que le dejaron las bridas.
— ¡Muévete, niña! -dijo autoritariamente el líder a la espalda de Paco.- La espera se acabó para todos los pobres. ¡Hoy es el principio del fin.!
El grupo jaleó la frase del líder pero este, alzando sus manos, acalló la euforia con energía.
Adelantó a Paco para irse directo a la joven y levantarla bruscamente.
— Tengo miedo -dijo ella sollozando, temblando su bata blanca espasmódicamente.
El líder la colocó en su silla, apartando de una patada el ordenador que estaba en el suelo, y le acercó el teléfono inalámbrico que permanecía colgado a uno de los lados del recinto de admisiones.